El Congreso Nacional ha sido históricamente considerado la "Casa de la Democracia", el espacio donde se deben discutir las grandes ideas, formular políticas públicas y legislar en beneficio del pueblo.
Sin embargo, las recientes escenas de violencia verbal y física, los gritos, los empujones y el agravio entre los propios diputados de un mismo espacio político parecen poner en duda si este ideal sigue siendo viable.
En un contexto donde los ciudadanos claman por soluciones concretas a los problemas cotidianos que los aquejan, ¿es posible seguir manteniendo la idea de un Congreso como un lugar sagrado para la democracia?
Sabemos que el concepto de democracia está estrechamente ligado a la capacidad de las instituciones para reflejar los intereses y las necesidades de la población.
Así que el parlamento resulta ser la principal institución legislativa del país, que tiene la responsabilidad de ser un espacio donde se debatan las ideas y se busquen consensos.
En teoría, éste debe ser el lugar donde se construyen las leyes que regularán la vida de los ciudadanos, y, por lo tanto, el epicentro de la democracia argentina.
Pero lo visto recientemente y ocurrido dentro de sus paredes han puesto en evidencia una realidad muy diferente. En las últimas semanas, hemos sido testigos de escenas vergonzosas: diputados de un mismo bloque político se insultan, se empujan y, en ocasiones, parecen más interesados en descalificar al otro que en llevar adelante una discusión seria y profunda sobre los problemas que afectan a los argentinos.
Esta violencia verbal y física no solo involucra a los miembros de distintos partidos, sino que incluso los propios aliados ideológicos parecen haberse olvidado de la mínima cortesía necesaria para llevar adelante un debate respetuoso.
Palabras como "traidor", "mentiroso" e "incompetente" se han convertido en moneda corriente. Y cuando no es la palabra, es el empujón o la amenaza física la que marca el tono de las sesiones.
El presidente de la Cámara de Diputados, por ejemplo, ha sido objeto de destrato y humillaciones, lo que resalta aún más la falta de respeto y de autoridad dentro de la propia casa legislativa.
Que el Congreso sea, por definición, el lugar donde se expresa la pluralidad de voces y se fomenta el debate constructivo, no da lugar a este tipo de agresiones tanto verbales como físicas.
Ahora, lo que vemos es que poco y nada se fomenta la reflexión, tan solo se busca el ataque personal, la humillación pública y el desprecio por la democracia misma.
En lugar de discutir ideas, se busca descalificar al otro y, en lugar de generar propuestas, se prefiere la confrontación. Todo ello deriva no solo en una cuestión de formas, sino que tiene implicancias profundas en la política y en la democracia argentina.
Pareciera que la política vernácula en este tiempo, donde se expuso la llamada “casta”, dejó de lado la búsqueda de acuerdos y consensos y se enfrasca en una pelea sempiterna.
Es que el Congreso debería ser el lugar donde esos acuerdos se gestan, no el campo de batalla en los cuales los políticos se dedican a agredir a sus pares, en lugar de dedicar sus esfuerzos a mejorar la vida de los ciudadanos.
La falta de civilidad en las discusiones dentro del Congreso plantea la pregunta de si realmente estamos ante un parlamento que se preocupa por las cuestiones nacionales o si más bien se trata de un espacio donde se anteponen los intereses personales y electorales.
Mientras tanto, la sociedad observa desde afuera. Los ciudadanos, agotados por las promesas incumplidas y los enfrentamientos innecesarios dentro del Congreso, piden a gritos que sus representantes dejen de lado los intereses particulares y trabajen en resolver los problemas reales del país.
En un contexto económico complejo, con todavía una inflación alta, donde la pobreza nos lacera, donde la falta de empleo es una constante de años y con una creciente brecha social, el Congreso parece estar más preocupado por las próximas elecciones que por las necesidades de la gente.
La desconexión entre lo que sucede dentro del Congreso y lo que la ciudadanía espera de sus representantes se ha ampliado.
La falta de propuestas concretas, las disputas innecesarias y la aparente indiferencia ante los problemas nacionales han generado un rechazo creciente hacia las instituciones políticas. La pregunta es si esta situación puede revertirse o si, por el contrario, el Congreso se ha transformado en una máquina política que sigue su propio ritmo, alejado de las preocupaciones diarias de los argentinos.
Es así, que la escenificación panfletaria -que ensayó el entonces panelista Milei con la instauración del estereotipo “casta”- termina siendo confirmado en los hechos. Son una casta, pero en ella se cuelan hasta los recientemente advenedizos libertarios.
Por ahora, no podemos negar que el Congreso Nacional sigue siendo la institución encargada de la representación del pueblo, pero la falta de respeto por las formas y el creciente nivel de violencia verbal y física dentro de sus sesiones cuestionan la legitimidad de su rol.
Deben comprender nuestros dirigentes políticos que la democracia no se limita a las elecciones, sino que también exige que sus instituciones funcionen adecuadamente y respeten los principios básicos de la convivencia política y, por los últimos acontecimientos, esto no se estaría llevando adelante.
Es necesario que los legisladores comprendan que no son simples actores en un espectáculo político, sino los representantes de un pueblo que hastiado, dio un giro copernicano y empoderó a un outsider que ganó las elecciones vociferando que terminaría con la casta y, en este sentido, la propia sociedad está a la espera de soluciones para sus problemas y poco y nada le preocupa cuándo son las elecciones y quiénes los candidatos.
La ciudadanía manifestó su malestar con el sistema político, y una de las razones de este rechazo tiene que ver con la forma en que se llevan adelante los debates y las discusiones en el Congreso. Y por ahora los políticos parecen no haber recibido el llamado a la reflexión y siguen alejándose del ciudadano común.
Si bien la democracia argentina sigue vigente, la imagen de un Congreso funcional, respetuoso y capaz de legislar en beneficio de todos parece estar cada vez más alejada de la realidad.
Queda pendiente entonces que el Congreso recupere su prestigio como la “Casa de la Democracia”, será necesario que sus miembros comiencen a reflexionar sobre la importancia de trabajar en conjunto, con respeto, y con la mirada puesta en los problemas reales de la sociedad.
Mientras tanto, el Congreso parece seguir atrapado en un círculo vicioso de confrontación y mediocridad donde la “casta” parece enquistada.