14 de junio, 2025
Actualidad

Asistimos a la llamada Generación Cristal. Son los chicos del 2000. Están muy conectados a las redes y para ellos la vida es un constante sufrimiento.

Se caracterizan por presentarse como defensores de causas nobles y no dudan en mal gestionar sus emociones, en tanto y en cuanto se cruzan con sus mayores.

Son sensibles, pero no administran favorablemente su sensibilidad. Tal vez son pasivo-agresivos, porque así como odian la agresión, acechan con comentarios despectivos hacia los que consideran sus “enemigos ideológicos”.

Una vez, la periodista María Julia Oliván, se refirió a dicha generación como signada por tragedias que crean a partir de cosas que nuestra generación adulta, manejaba con otra perspectiva. Dijo Oliván: “Si se les muere el gato, no van a trabajar”.

En lo particular, fue incisiva y acertada, a la luz de los algunos claroscuros que se observan, que son de esa generación y a los que muchas veces no se puede decodificar.

Se desalientan fácilmente y parece que no pueden con la vida en general.

La generación adulta, a veces se cruza laboralmente con estos jóvenes ya insertados en el mercado laboral, y las perspectivas de vida son ampliamente opuestas. No porque no tengan valores (los jóvenes) eso es cuestión de cuna y educación. Sino que generacionalmente han nacido con una fragilidad e hipersensibilidad que los ubica en un lugar de atención, al menos de quienes son sus mayores, pero no por eso, sus referentes.

El tema es que ellos son lo que se van a hacer cargo de las decisiones comunes, presentes y futuras (hablando de un futuro no tan mediato).

En la misma edad, hace tres décadas, se moría la abuela y el gato, y se sabía, por inercia o por obligación, que la vida debía seguir. No había lugar para planteos ulteriores. No había tanto requerimiento o consciencia de la necesidad de asistencia a la salud mental. Hoy, esa generación, acude al psicólogo o al psiquiatra sin retaceos, la reclama o si se la proponen, lo entiende en un contexto en que, gracias a Dios, ya no hay tanto resquemor por aceptar que la mente debe estar tan atendida como el cuerpo.

Tal vez sea reduccionista adocenar a un grupo etario determinado en una tipología específica, pero es cierto que la relación padres-hijos, o en general juventud-adultez se ha complejizado.

 

EL MIEDO A LOS HIJOS

¿A qué le tiene miedo el ser humano? Básicamente a lo que no puede manejar. En ese punto reside el factor miedo que los adultos le tienen a esta ¿frágil? generación que se atisba como una futura comunidad de adultos que decidirán con regular suerte los destinos de un futuro que se presenta convulsionado a incierto, para todos, sin distingos.

Ocurre que la modalidad reactiva de la generación aludida, tiene un trasfondo, el de la Intolerancia a la frustración. Todos los mentores de la actualidad, que han surgido (y mucho) hablan de que uno de los secretos del éxito radica en la tolerancia a la frustración, que es mucha y reiterada en la vida, porque la vida soñada está ahora en los slogans que antes estaban en los sobrecitos de azúcar, ahora están en los almohadones y otros elementos decorativos, ya que el “art decó”, se tiñó de frases motivacionales. Pero algunas de dichas frases no tienen correlato con la realidad.
No se da todo, no todo tiene solución, no todo parte necesariamente de un pensamiento positivo, sino de la capacidad de resiliencia, luego de una o varias caídas. La misma sacralización de las redes sociales, hace que un click los acerque a una respuesta. Ocurre que tal click no está disponible en el menú de la vida real y cotidiana, Entonces, las respuestas que la vida diaria no les da inmediatamente, a ellos -que están inmersos en un mundo de inmediatez- los frustra de un modo que, en ciertos casos, con otros factores concomitantes, los lleva a tomar decisiones “border”.

Si algo sostenía a las anteriores generaciones era el de tener referentes. Fundamental hecho para armar un rompecabezas generacional necesario para conformar cierta salud psíquica. Se heredaba un oficio, una inclinación, uno tenía un formador, un antecesor, un creador.

Hoy, hay muchos chicos que han crecido sin interés en referenciarse en nadie. Sus maestros son los que crea la inteligencia artificial, que tiene mucho de artificial y nada de inteligente.

Todo es un instante, nada más que un instante y nada les atrapa la atención. Pocos jóvenes se pueden perder en la literatura o en la verdadera música, perdurable en el tiempo, buena música, no bochinche. Enfrentar la adultez, para ellos es aceptar que ya no son niños ni adolescentes. Les abruma la posibilidad de dar tal salto a la adultez, por eso son niños eternos que “golpean la mesa con la que se tropezaron, echándole la culpa”. Y se vuelven inmanejables porque ni ellos saben qué ni por qué les pasa lo que les pasare.

Es de esperar que estos jóvenes, que ya están tomando decisiones y serán los que las tomarán completamente a futuro, superen el trauma y sean los hippies de los 2000, que luego fueron sólo un recuerdo hasta pintoresco, con la diferencia de que su Woodstock es ahora el Lollapalooza.

 

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