30 de enero, 2025
Colaboración

La Iglesia Católica que dejará el papado de Francisco será una que, aunque todavía profundamente anclada en sus tradiciones y dogmas, ha experimentado un giro importante hacia una mayor apertura en varios aspectos clave, lo cual marca un contraste con la Iglesia más conservadora y rígida de épocas anteriores.
El papado de Francisco, desde su elección en 2013, ha sido caracterizado por una serie de cambios profundos, aunque no siempre inmediatos ni de carácter estructural. 
La reforma de la Iglesia bajo su liderazgo ha tenido un enfoque centrado en el diálogo, la inclusión, y la transparencia, además de la denuncia de los abusos dentro de la propia Iglesia. 
Sin embargo, estas transformaciones no han sido radicales ni sin tensiones, y muchos de los temas que Francisco ha tocado siguen siendo objeto de debate, tanto dentro como fuera de la Iglesia. 
Entre todos ellos podríamos citar a uno que por demás es controvertido, lo referente al celibato sacerdotal y a la posibilidad de la ordenación sacerdotal de mujeres.
Francisco no ha propuesto una reforma radical sobre el celibato, pero sí ha abierto la puerta a un debate más amplio sobre la cuestión. En 2019, por ejemplo, autorizó la ordenación de viri probati (hombres casados) como sacerdotes en zonas de la Amazonía donde hay una grave escasez de sacerdotes. 
Esa medida, aunque limitada, fue vista como un indicio de que la Iglesia podría flexibilizar ciertas normas para responder a las realidades pastorales de determinadas regiones.
Por otro lado, aunque Francisco ha sido claro en que no tiene intención de permitir la ordenación sacerdotal de mujeres, ha hecho un esfuerzo por darles un papel más visible dentro de la Iglesia.
A lo largo de su papado, ha nombrado a varias mujeres para cargos de importancia en la administración del Vaticano y ha apoyado una mayor participación femenina en la vida de la Iglesia, aunque aún queda mucho por hacer en este terreno.
Obviamente que ambas cuestiones generan rispideces en los ámbitos más conservadores, esencialmente en enormes parcelas de la curia norteamericana y alemana.
Pero donde Francisco ha puesto su mirada y no admitió ninguna forma de apaciguar ánimos o esconder las suciedades de otros hombres de la Iglesia fue en los casos de abusos.
El escándalo de los abusos sexuales dentro de la Iglesia ha sido uno de los temas más dolorosos y urgentes del papado de Francisco.
Durante su pontificado, la Iglesia ha hecho esfuerzos significativos para lidiar con este flagelo, aunque el proceso ha sido lento y complicado debido a la magnitud del problema.
Francisco ha creado nuevos mecanismos para que las víctimas de abusos puedan denunciar a los perpetradores dentro de la Iglesia. 
Por otro lado, ha reforzado las normas para la protección de menores, ordenado la creación de comisiones de responsabilidad en las diócesis y promovido una cultura de tolerancia cero hacia el abuso. 
Sin embargo, la falta de un tratamiento consistente y la percepción de que algunos casos han sido cubiertos o minimizados por la jerarquía de la Iglesia siguen siendo puntos críticos y donde Francisco sigue postulando lo que para el ciudadano común sería la llamada “tolerancia cero”.
Y otro tema que el Pontífice ha encarado de una manera constante, partiendo de su concepción de una Iglesia humilde con la mirada puesta en aquellos más desvalidos, más vulnerables, más necesitados, es todo aquello que rodea a las finanzas del Vaticano.
Buscó, desde el primer día, dotar de transparencia financiera a los dineros que puedan manipular los integrantes de la Iglesia.
En ese contexto, y respecto de la transparencia financiera, Francisco ha iniciado esfuerzos por reformar el sistema económico del Vaticano, que estaba marcado por la opacidad y los escándalos de corrupción. 
El Instituto para las Obras de Religión (IOR) ha sido sometida a reformas, y ha promovido la auditoría y el control de fondos dentro de la Santa Sede.
A pesar de estos avances, muchos sostienen que queda mucho por hacer para garantizar una verdadera transparencia en todas las operaciones financieras de la Iglesia.
Francisco también ha llevado a cabo una reforma en la curia vaticana y ha promovido la designación de cardenales y obispos de países no centrales. Este ha sido uno de los movimientos más significativos hacia la globalización de la Iglesia, que históricamente ha sido dominada por figuras del occidente y el sur global.
Uno de los cambios más notables de Francisco ha sido la elección de cardenales y obispos de países no tradicionales, como África, Asia, Latinoamérica y otros lugares periféricos del mundo. Esto ha dado a la Iglesia una perspectiva más inclusiva, ampliando la representación de las zonas marginadas y reflejando una Iglesia más global y diversa.
Además, ha fomentado la designación de obispos cercanos a los sectores más populares y empobrecidos, promoviéndose una Iglesia de los pobres, cercana a las periferias de la sociedad.
Y si el celibato, la ordenación sacerdotal de mujeres, las cuestiones referidas a los abusos y la transparencia financiera fueron todos temas que generaron un fuerte debate interno y algunas posiciones fuertemente encontradas incluso de altos dignatarios de la Iglesia, lo que más ruido produjo es la posibilidad de comulgar de las personas divorciadas y cómo relacionarse con los integrantes del colectivo LGTBQ.  
Claramente, estos son los puntos más significativos del papado de Francisco en orden a la su actitud pastoral hacia las personas LGBTQ+ y las personas divorciadas.
Debemos reconocer que Francisco no ha cambiado la doctrina oficial sobre el matrimonio homosexual, pero ha reconocido la dignidad de las personas homosexuales, pidiendo una actitud pastoral de cercanía y acogida, en lugar de una postura de condena.
Su ya icónica frase "¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?", en 2013, marcó un cambio en la retórica papal, mostrando una postura más comprensiva hacia esta comunidad.
Pero, sin dudas, uno de los cambios más significativos ha sido en relación con los divorciados y vueltos a casar.
Francisco ha dado señales claras de que la Iglesia debe ser más inclusiva, permitiendo que los divorciados que se han vuelto a casar puedan comulgar, si bien esta medida no ha sido universalmente aplicada y depende de la disciplina local, su exhortación apostólica Amoris Laetitia (2016) abrió un debate interno sobre el acceso a los sacramentos por parte de los divorciados. 
En resumidas cuentas, el legado de Francisco será una Iglesia más inclusiva y abierta, pero al mismo tiempo será una Iglesia de fuertes tensiones internas.
Si bien Francisco ha logrado avances significativos en áreas como la acogida de los homosexuales, la transparencia financiera y la lucha contra los abusos, muchos de estos cambios han sido graduales y no definitivos.
El Papa deja una Iglesia que, aunque más abierta al cambio que en el pasado, sigue siendo profundamente conservadora en temas doctrinales clave como el celibato, la ordenación femenina, y la doctrina sobre la familia. 
El futuro de estos temas dependerá en gran medida de quién sea su sucesor y de cómo se sigan equilibrando las tensiones internas entre los sectores progresistas y los más conservadores.
Los cambios que impulsó son importantes, pero el proceso está lejos de ser completo. El papado que dejará Francisco es uno de mayores reformas y aperturas en la historia reciente de la Iglesia, pero también uno marcado por conservadurismos arraigados y desafíos por superar.

Por Julio César Coronel

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