A poco más de un mes del fallecimiento de nuestro Papa Francisco y de la elección del sucesor, León XIV, se cumple un nuevo aniversario de un hecho trascendente en la historia de la Iglesia y la humanidad, la publicación de la bula papal Sublimis Deus, emitida por el Papa Paulo III el 2 de junio de 1537, que resulta ser un documento histórico profundamente revelador y paradójico.
En ella se afirma que los pueblos indígenas de América son "verdaderos seres humanos", con alma y capacidad de recibir la fe cristiana.
Que en pleno siglo XVI fuera necesario afirmar oficialmente la humanidad de los indígenas revela el grado de deshumanización que sufrían, pero ciertamente debemos pensar como esos hombres y no el conocimiento actual.
La existencia de esta bula muestra que en Europa se debatía seriamente si los indígenas eran humanos o no, algo que hoy nos resulta moralmente inconcebible, pero que en esa época era parte de las justificaciones ideológicas de la conquista.
El Papa Paulo III, con esta bula, parece posicionarse del lado de una visión más humanista y evangelizadora frente a los excesos coloniales, validándose que los indígenas son aptos para recibir la fe cristiana.
Sublimis Deus puede leerse también como una herramienta política. La Iglesia buscaba reafirmar su poder frente al creciente dominio de los conquistadores, en especial frente a los intereses de la Corona española. Al declarar que los indígenas no debían ser esclavizados, el Papa también estaba intentando limitar los abusos coloniales que escapaban a su control, y mantener su autoridad moral sobre los nuevos territorios.
Esta bula forma parte de los primeros debates sobre los derechos humanos universales. Aunque con una lógica paternalista y eurocéntrica, anticipa algunas ideas que siglos después serían recogidas en las discusiones sobre igualdad, dignidad y derechos inherentes al ser humano.
El hecho de que el 2 de junio de 1537 se haya tenido que declarar que los indígenas eran “realmente hombres” refleja: El racismo estructural e ideológico de la época, la instrumentalización religiosa de los pueblos originarios, el conflicto entre el afán conquistador y una conciencia moral incipiente y resulta ser un momento bisagra en la historia de la colonización y del pensamiento occidental sobre la humanidad.
Es un documento que debe recordarse no como un gesto de benevolencia, sino como un síntoma de la brutalidad imperante en esa época que necesitaba legitimar lo obvio: la humanidad de todos los seres humanos.
Paradojalmente esa bula que reconoció la humanidad de los hombres que habitaban estas tierras, hoy nos muestra una faceta que en ese tiempo resultaba impensable, que dos hombres, dos sacerdotes, nacidos en este continente, llegados del fin del mundo, se hayan convertido en sucesores de Pedro.
Probablemente sea un reconocimiento interno de esa Iglesia bimilenaria que reconoce sus errores y los enmienda con acciones que son claramente “humanizadoras”.