La circulación de noticias falsas, el avance de la inteligencia artificial y los cambios en el consumo informativo plantean nuevos desafíos en Argentina. Datos recientes muestran una caída en la confianza en las noticias, un mayor uso de redes sociales para informarse y una creciente preocupación por distinguir lo verdadero de lo falso.
El video dura menos de un minuto. Aparece entre recetas, rutinas y consejos de bienestar. Promete una solución simple: suspender un medicamento porque “ya no es necesario” o reemplazarlo por un método “natural” que, según quien habla, fue “ocultado por el sistema”. No hay fuentes, pero sí convicción.
La información se replica en comentarios, se comparte por WhatsApp y se refuerza con frases categóricas: “está confirmado”, “lo dijeron en redes”.
Horas después, la decisión está tomada. La persona se niega a ser una “víctima del sistema” y suplanta su medicamento por este método. Al día siguiente, el cuerpo responde: un malestar, una descompensación, una guardia médica. La información era falsa. La consecuencia, inmediata.
La desinformación se consolida como uno de los principales problemas del ecosistema informativo argentino. Según datos analizados por Chequeado a partir del Digital News Report del Instituto Reuters, solo el 32% de los argentinos afirma confiar en las noticias, una cifra baja y prácticamente estancada en los últimos años.
Al mismo tiempo, el interés por la actualidad muestra una caída sostenida: mientras que en 2017 el 77% de la población decía estar muy interesada en las noticias, en 2025 ese porcentaje descendió al 42%. Esta combinación, menor interés y baja confianza, configura un escenario propicio para la circulación de información falsa o engañosa.
EL ROL DE LAS REDES
El modo en que las personas acceden a las noticias también cambió. En Argentina, 6 de cada 10 personas se informan a través de redes sociales, lo que reduce el peso de los medios tradicionales como la televisión, la radio o la prensa gráfica.
El consumo de noticias en redes implica un contacto más fragmentado y veloz con la información, muchas veces sin contexto ni verificación previa. En este entorno, los contenidos falsos o inexactos pueden circular con la misma fuerza, o incluso más, que la información verificada.
Las plataformas digitales priorizan contenidos breves, visuales y emocionales, diseñados para captar atención más que para ofrecer contexto. Este funcionamiento favorece la viralización de titulares engañosos, datos incompletos o directamente falsos, impulsados por algoritmos que privilegian la interacción por sobre la calidad informativa.
Este tipo de consumo también reduce los filtros editoriales clásicos y coloca en un mismo plano contenidos producidos por medios profesionales, usuarios particulares, influencers o cuentas automatizadas. Estudios sobre redes sociales señalan, además, una relación estrecha entre la desinformación y formas de agresión verbal en internet, como el acoso, los discursos de odio y otras expresiones negativas de la convivencia digital.

LA VERDAD BAJO SOSPECHA
La preocupación por la desinformación es cada vez más explícita. A nivel global, el 58% de las personas manifiesta inquietud por no poder diferenciar entre noticias verdaderas y falsas, un dato que refleja la percepción extendida de estar expuestos a información poco confiable.
En Argentina, los datos muestran que frente a una noticia dudosa las estrategias de verificación son diversas. Un 25% de la población recurre a verificadores de datos, mientras que otros consultan medios confiables, fuentes oficiales o realizan búsquedas en internet. Sin embargo, estas prácticas conviven con comportamientos más pasivos, como compartir contenidos sin leerlos completos o sin corroborar su origen.
La sobreabundancia informativa, sumada a la velocidad con la que circulan los contenidos, dificulta el ejercicio de un consumo crítico sostenido. Si bien existe cierta actitud activa frente a la desinformación, los datos indican que una parte importante de la población aún no verifica de manera sistemática lo que consume o comparte, incluso cuando sospecha de su veracidad.
NUEVAS FORMAS DE DESINFORMACIÓN
El avance de la inteligencia artificial agrega una nueva capa de complejidad. Aunque su uso para informarse todavía es minoritario, ya tiene impacto: el 7% de las personas utiliza chatbots semanalmente para acceder a noticias, cifra que asciende al 15% entre menores de 25 años.
El uso de IA para generar, resumir o reinterpretar información plantea riesgos específicos, como errores, atribuciones falsas o contenidos plausibles pero incorrectos. En un contexto de baja confianza y consumo acelerado, estas herramientas pueden amplificar la circulación de datos imprecisos si no se utilizan con criterios críticos.
La amenaza de la inteligencia artificial no se limita a la propagación de textos erróneos o titulares engañosos. La tecnología también permite generar deepfakes: videos y audios hiperrealistas que muestran a personas diciendo o haciendo cosas que nunca ocurrieron. En 2025 se consolidó la percepción de que este tipo de contenidos representa uno de los principales peligros de la IA en el terreno de la información pública, por su capacidad de manipular la opinión social y erosionar la confianza en el discurso público.
Ese año circularon videos falsos con las imágenes y voces de figuras como Lionel Messi y Soledad Pastorutti promocionando plataformas de inversión fraudulentas. También, durante procesos electorales, aparecieron deepfakes que atribuían declaraciones inexistentes a dirigentes políticos, con el objetivo de confundir a los votantes y alterar la percepción pública.
IMPACTO LOCAL
Si bien la mayoría de los datos disponibles provienen de estudios nacionales o de alcance federal, Santiago del Estero no está exento del fenómeno de la desinformación. El uso intensivo de redes sociales y aplicaciones de mensajería en la provincia facilita la circulación de contenidos virales, incluidos aquellos que no han sido verificados o que contienen datos inexactos.
En el contexto local, la circulación de noticias falsas puede tener impactos concretos en la percepción de temas sensibles como la política municipal, la gestión de servicios públicos y la salud comunitaria.
El patrón observado a nivel nacional sugiere que las mismas dinámicas de desinformación que afectan al resto del país están presentes también en el norte argentino.
La desinformación se ha convertido así en uno de los principales problemas del ecosistema informativo actual. En un escenario atravesado por el uso masivo de redes sociales, la caída de la confianza en las noticias y la circulación acelerada de contenidos sin verificación, la información falsa no solo distorsiona el debate público, sino que también influye en decisiones concretas y altera comportamientos sociales.
Organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud advierten que la desinformación en temas sanitarios puede aumentar la interpretación errónea del conocimiento científico, generar miedo o pánico, sembrar dudas sobre tratamientos y dificultar el acceso adecuado a la atención médica. Estos efectos, amplificados en entornos saturados de datos y mala información, configuran un desafío tanto para la salud individual como para las políticas públicas.
Fuente principal
Chequeado – Desinformación, inteligencia artificial y consumo de noticias: 5 claves sobre la situación en la Argentina y en el mundo (junio 2025), a partir del Digital News Report del Instituto Reuters.