22 de mayo, 2025
Entrevistas

La directora de cine y realizadora audiovisual reflexiona sobre los desafíos de hacer cine en el interior del país y llama a fortalecer el audiovisual regional con políticas públicas concretas, utilizando la producción como herramienta de resistencia.

Lorena Jozami ha sido una de las santiagueñas que se ha animado a pararse en un terreno arriesgado para una mujer, y especialmente para una del norte argentino. Impulsada por la necesidad de contar historias -sobre todo las que nacen de nuestras raíces, contradicciones y de la realidad que nos rodea-, decidió dedicarse de lleno al mundo audiovisual. Con el tiempo y el transcurso de su experiencia, reforzó la idea de que las narrativas debían ser contadas desde sus territorios, por lo que participa en instancias colectivas y en la defensa del audiovisual regional.

Realizadora audiovisual y docente universitaria, ha dirigido documentales como Sachaguitarra, el sonido del monte, el largometraje Zoco de la Buri Buri, la ciudad inventada y la comedia Contratados, entre otros documentales para TV Nacional. En una entrevista exclusiva para LA COLUMNA, reflexiona sobre la importancia del cine local en un contexto de incertidumbre y dificultad.

-¿En algún momento ha pensado que no iba a poder dedicarse a lo audiovisual? 
-Claro que sí. En un contexto donde el cine nacional lucha por respirar -y donde incluso desde nuestras propias ciudades se mira más hacia los grandes centros de producción que hacia las grietas de nuestros suelos-, hacer audiovisual en las provincias, siendo mujer, no es ninguna tarea sencilla. Nos enfrentamos a la precariedad crónica de recursos, a la desconfianza de quienes deberían ser aliados naturales, y a violencias específicas que enfrentamos solo por ser mujeres.
Pero justo ahí está mi motor: fortalecer un audiovisual regional, tejiendo redes, creando lazos. Y cuando siento que el peso es demasiado, me apoyo en los compañeros que construyen desde las asociaciones, me acuerdo de otras mujeres de la región: las que filman con hijos en brazos, las que convierten un quincho en set, las que apoyan y colaboran. Eso da fuerza. Nos sostenemos desde los márgenes, y eso le da a cada proyecto un sabor a resistencia. Al final, la dificultad  no me frena: le pone nombre a lo que necesitamos derribar.

-¿Cuáles fueron los mayores desafíos que ha tenido en su ejercicio profesional?
-Los desafíos son  muchos, pero quizás el más crudo es el cotidiano: sostener el deseo de filmar cuando el audiovisual no paga las facturas. Muchos días es un malabarismo entre el trabajo formal —que no siempre tiene que ver con  lo audiovisual— y seguir desarrollando proyectos independientes. Otro ejemplo de desafío fue lograr que un proyecto santiagueño, como Zoco de la Buri Buri, la ciudad inventada, fuera declarado de interés nacional por el INCAA, convirtiéndose en una de las primeras Vías Digitales (un plan de documentales digitales de fomento del instituto) de la región. Y otro más: estrenar en sala de cine. En un país donde las pantallas suelen estar copadas por producciones extranjeras, ver una película santiagueña en una butaca es un triunfo colectivo. 
Al final, el mayor reto es no dejar que el sistema nos convenza de que ‘lo nuestro’ es pequeño. Porque cada plano que filmamos entre obligaciones y precariedad es un acto de resistencia."

-¿Cree que el cine y las oportunidades de producir en Santiago del Estero han aumentado? ¿Se puede hacer cine desde Santiago del Estero?
-¿Que si se puede hacer cine en Santiago del Estero? Se hace, con austeridad y perseverancia. Pero hablar de ‘oportunidades que aumentan’ sería negar la realidad: el apoyo al cine nacional es exiguo, y apenas hubo un intento de federalización que no terminó de aplicarse -hoy reducido a cero-.En las provincias, esto se siente como una sequía prolongada. Los fondos son escasos, las convocatorias suelen tener oídos sordos a las narrativas regionales, y muchas veces nos sentimos como directoras de orquestas sin instrumentos.
Pero seguimos accionando. Desde el Laboratorio Audiovisual de la Cátedra de Periodismo Televisivo de la UNSE, por ejemplo, impulsamos talleres para desarrollar proyectos documentales con periodistas y realizadores locales. La idea es que esas historias no se queden en carpetas, sino que encuentren financiamiento y pantallas.
El trabajo que hizo Santiago del Video durante muchos años para el fomento local, lo que sigue construyendo la Mostra Visual, El Seff (Santiago del Estero Film Festival) y los espacios de formación en audiovisual de nuestra provincia, son ejemplos de construcción y fomento.  
No es fácil, pero hacer cine en Santiago es una forma de afirmar que existimos.
 
-¿Por qué es importante que existan producciones propias de nuestra provincia?
-Las producciones propias de nuestra provincia son actos de resistencia cultural. Por un lado, porque desafían el relato único: muestran que Argentina no es solo Buenos Aires o la Patagonia de exportación; es también el monte santiagueño, nuestras ciudades, otras miradas. Además, de algún modo somos guardianes de una identidad que el tiempo y los contenidos hegemónicos quieren borrar: cada documental, cada ficción  hecha aquí, es un nudo en el tejido de la memoria colectiva.
Pero no es solo cultura: es economía. Generar empleo local  -técnicos, actores, guionistas- evita la fuga de talentos y demuestra que el arte puede ser un motor de desarrollo. Y hay algo más íntimo: cuando un niño santiagueño ve su pueblo en una pantalla, entiende que su historia importa. Que no es un lugar de paso, sino un territorio con voz propia.
Hacer cine aquí no es un capricho: es plantar bandera en un  mundo que nos quiere invisibles. Es defender nuestra soberanía audiovisual.
 
-¿De qué manera cree que se podría disminuir todos aspectos que limitan la producción en Santiago y en el país?
-Para disminuir las limitaciones, necesitamos acción en distintos frentes:
A nivel nacional, es urgente defender la Ley de Cine y al INCAA como un patrimonio colectivo. No basta con mantener la ley: hay que ampliar su alcance federal, garantizando que los fondos no se queden centralizados. Necesitamos políticas de fomento que prioricen  proyectos que hablen desde las provincias, no sobre ellas. Y sobre todo, que se entienda que el cine no es gasto: es inversión en identidad y empleo.
En Santiago del Estero, el primer paso es tener una Ley de Cine Provincial. No como un papel más, sino como una herramienta con presupuesto real, capacitación técnica y alianzas con organismos y espacios concretos, como la UNSE, que cuenta con un espacio como el Laboratorio Audiovisual. Además, los organismos públicos y privados deben dejar de ver al cine como evento y entenderlo como industria: desde subsidios para equipos hasta espacios en medios locales para difundir obras.
Y hay un tercer eje: nosotras mismas. Fortaleciendo redes regionales, intercambiando recursos con otras provincias olvidadas, y usando la creatividad como moneda. Porque si esperamos permiso para contar, nunca empezamos. La soberanía audiovisual se construye filmando, aunque sea con  lo mínimo, pero haciendo.

-Hace poco se hizo la tercera edición de la Mostra Visual de la que forma parte ¿De qué manera nota que este tipo de propuestas influyen en la sociedad y en la actividad que llevan a cabo los realizadores?
-La tercera edición de la Mostra Visual dejó una sensación de alegría, esperanza y la confirmación de que existen voces valiosas de mujeres y disidencias que siguen marginadas en el circuito tradicional, pero que están abriéndose camino.
Este tipo de propuestas son oxígeno para la sociedad y para quienes se dedican a la realización en foto y video. Por un lado, arrancan al arte de la lógica individualista: las obras se ven en comunidad, se debaten, se viven. Por otro, son un  laboratorio vivo de formación, encuentro y apertura de posibilidades, donde el aprendizaje se mezcla con la urgencia de contar. 
Para les artistas, es un espacio de validación sin condescendencias. Muchas llegan con proyectos escondidos en un pendrive y salen sabiendo que su mirada importa. Y para el público, sin conocer instalaciones y obras de artistas locales, ver producciones locales en pantalla y descubrir que el audiovisual no se queda en las grandes plataformas transnacionales, sino que hay en Santiago creadores que tejen relatos con  acento santiagueño.
Además, semillero de talentos, al dar posibilidades a jóvenes de empezar su camino, con concursos como el MostraHistorias. 
La Mostra Visual no es solo una muestra: es una trinchera. Donde lo que exhibimos no son solo imágenes, sino la prueba de que existimos, creamos y, sobre todo, nos negamos a desaparecer.

-¿Qué espera de las próximas generaciones en cuanto a esta actividad?
-Que sean audaces y auténticos. Que usen las tecnologías no solo para el entretenimiento o el virtuosismo; que un dron sirva no solo para una linda toma de un paisaje, sino para mostrar las cicatrices de la deforestación; que un streaming reflexione sobre lo que nadie cuenta, para buscar una voz. En definitiva, que conviertan las nuevas narrativas y formatos en un arma para viralizar nuestras luchas, no en un mero entretenimiento. Espero que entiendan que hacer audiovisual aquí no es un hobby: es un acto político.

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