16 de octubre, 2025
Actualidad

Más de 60 mil pesos un vuelo de 8 minutos. Para quienes se animan a la actividad, promete vistas únicas del paisaje santiagueño, desde la ribera del río Dulce a los alrededores de la capital. Un fenómeno turístico y económico en crecimiento.

La adrenalina de volar como un pájaro y la búsqueda de nuevas experiencias turísticas han puesto al parapente en el centro de la escena durante este 2025.

Lo que comenzó como una práctica deportiva de nicho en algunas sierras del país, hoy se consolida como un atractivo turístico que seduce a visitantes nacionales y extranjeros. En Santiago del Estero, provincia más conocida por su monte, sus festivales folclóricos y sus termas, el cielo comienza a ser un nuevo escenario de aventuras.

Un vuelo en parapente biplaza de apenas ocho minutos puede costar más de 60 mil pesos. La tarifa, que sorprende a muchos, se explica por varios factores: la necesidad de contar con equipos importados, la logística que implica garantizar seguridad y pilotos especializados, y un mercado que, aunque pequeño, vive un boom de demanda.

La oferta ha encontrado su nicho. Lejos de ser una actividad masiva, el vuelo en parapente motorizado se consolida como un producto de lujo para un turista específico. "No es para cualquiera", admite Juan Pérez, instructor con cinco años de experiencia en la zona. "El perfil es de personas que buscan algo extremo, diferente, y que tienen un poder adquisitivo alto. No es lo mismo que un paseo en lancha. Es una inversión fuerte por una sensación única e imparable". Pérez asegura que, solo en lo que va de 2025, las solicitudes han aumentado un 40% respecto al año anterior, aunque la capacidad de operación sigue siendo limitada.

El crecimiento de la actividad no solo se nota en la cantidad de vuelos, sino también en el interés por aprender. Un parapente nuevo sin motor ronda los 4.500 euros —más de cinco millones de pesos al cambio actual— y la mayoría se consigue en Europa, donde el desarrollo de esta disciplina está mucho más consolidado. A eso se suma la inversión en casco, arnés, instrumentos de medición de altura y, en el caso del paramotor, el equipo que supera holgadamente los 10 mil dólares.

"La mayoría conseguimos el equipo fuera. Acá es casi imposible y, si se encuentra, el precio se triplica por impuestos", explica María González, piloto y emprendedora que invirtió sus ahorros en su propia aeronave. "Esto es una pasión, pero también una inversión inicial descomunal. Por eso el precio de los vuelos turísticos es alto: hay que mantener el equipo, el seguro y el combustible, que es premium".

Los turistas también coinciden. “Me animé porque quería algo distinto, y la verdad es que la vista desde arriba es impresionante. En ocho minutos ves paisajes que de otra forma nunca conocerías. Es caro, pero lo volvería a hacer”, cuenta Rodrigo López, un joven de Rosario que probó el parapente por primera vez en Santiago del Estero este año.

"Fue increíble, una descarga de adrenalina que no se compara con nada. Pero sí, es carísimo para lo que dura", comenta Carlos Leguizamón, un contador de Buenos Aires que probó la actividad durante sus vacaciones. "Son casi $8.000 por minuto. Lo piensas dos veces antes de pagarlo, pero si tenés la plata, no te arrepentís".

El parapente, además, genera un nuevo nicho de negocios. Hoteles, agencias de viajes y hasta municipios comenzaron a incluir el vuelo en sus ofertas turísticas. En festivales o en encuentros deportivos, los stands dedicados al parapente ya no sorprenden. Se trata de un sector que, aunque todavía joven en Santiago del Estero, proyecta crecimiento gracias al interés de un público dispuesto a invertir en experiencias únicas.

El fenómeno refleja una tendencia nacional hacia el turismo experiencial de alto impacto, donde el valor ya no se mide solo en horas, sino en la intensidad del recuerdo. En Santiago del Estero, donde el sol y la tierra dominan el paisaje, conquistar el cielo, aunque sea por ocho minutos, se ha convertido en el lujo más exclusivo y efímero. Un boom que vuela, literalmente, sobre una economía de contrastes.

 

LO QUE NO SE VE

En muchas provincias argentinas ya se multiplican las propuestas comerciales para “vivir la experiencia de volar”, generando una nueva fuente de ingresos para operadores, guías y municipios que ven en esta práctica una oportunidad de atraer visitantes.

Sin embargo, detrás del auge del parapente como negocio también se despliega una contradicción que incomoda: ¿cuál es el verdadero precio de este entretenimiento? La respuesta no siempre está en las cifras de turistas, ni en las cuentas de las agencias, sino en aquello que queda fuera del campo visual del espectador: el impacto sobre los ecosistemas donde se realizan estos eventos.

En Tipiro, por ejemplo, un humedal reconocido por su biodiversidad, el espectáculo del parapente vino acompañado de otro, mucho menos celebrable: el de la contradicción humana. Para que los parapentes pudieran alzar vuelo y los visitantes circulan cómodamente –ya fuera a pie o en vehículos– alguien tomó una decisión que, aunque práctica, resultó devastadora. Una máquina pasó por la orilla y niveló el terreno. No para limpiarlo de desechos, sino para “prepararlo”. En ese gesto técnico, casi rutinario, lo que se arrasó no fue un basural, sino un ecosistema vivo.

El barro húmedo que desapareció bajo la cuchilla metálica era mucho más que lodo. Era una biopelícula, un tejido vital formado por algas, bacterias e invertebrados microscópicos. Ese sustrato es el supermercado natural de las aves playeras, un reservorio energético que permite a especies migratorias de apenas unos gramos recuperar fuerzas tras vuelos de miles de kilómetros. Lo que para la organización fue un simple suelo nivelado, para las aves era la diferencia entre sobrevivir o no en su ruta continental.

El contraste es brutal: se prioriza el estacionamiento de vehículos y la comodidad del público sobre el alimento de la fauna silvestre. Se intercambió un ecosistema invaluable por un espacio de tránsito temporal. Y lo más preocupante es que no se trató de un error aislado, sino del reflejo de una visión instalada: la naturaleza como escenario a modelar para el entretenimiento humano, antes que como santuario que merece respeto y preservación.

El nuevo negocio del aire, paradójicamente, amenaza con dejar huellas muy pesadas en la tierra. El riesgo es que esas marcas –las de los neumáticos sobre el barro nivelado– no sean sólo rastros temporales, sino símbolos de una indiferencia colectiva.

 

 

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