10 de octubre, 2025
Colaboración

En septiembre de 2008, el bloguero y analista político español Ramón Cotarelo publicaba una reflexión incisiva sobre los "chaqueteros", ese fenómeno de los políticos que cambian de chaqueta ideológica con la facilidad de quien se ajusta un abrigo viejo. En su nota, Cotarelo se preguntaba: “¿Qué lleva a una persona a cambiar sus convicciones políticas o, cuando menos, a decir que las ha cambiado? ¿Qué lleva a alguien a cambiar de chaqueta, a ser un chaquetero?

Nosotros, en Barcelona, les llamamos chaqueteros porque cambian de saco en todo momento", decía Antonio Banderas en un programa de televisión, refiriéndose a esos personajes sin escrúpulos que niegan a sus líderes antes de que cante el gallo.

La Real Academia Española lo define con precisión quirúrgica: "que cambia de opinión o de partido por conveniencia personal". En Argentina, esta especie no solo abunda, sino que ha convertido el transfuguismo en un arte, una industria de traiciones que prospera en el lodazal de la política criolla.

Son los escorpiones de Esopo, incapaces de resistir su naturaleza venenosa, aun cuando cruzan el río sobre la espalda de la rana confiada. No tienen norte, no respetan jerarquías, ni siquiera a sí mismos.

Como canta Joan Manuel Serrat, son "hombres de paja" que ocultan "oscuras intenciones" bajo la colonia del honor.

Recuerdo que, en 2008, cuando el conflicto del campo estremecía al kirchnerismo y la crisis global asomaba, los chaqueteros ya eran una plaga. ¿Cobos?

Diecisiete años después, en 2025, no solo persisten, se han multiplicado como una pandemia sin antídoto. La historia política argentina está plagada de anécdotas que ilustran su descaro. Son los que juran lealtad a un partido, a sus bases, a la Patria y los Santos Evangelios, para al día siguiente invocar un "impedimento moral" que justifique su salto al bando opuesto.

¿Quiénes son estos personajes? No son simples oportunistas ni infiltrados torpes. Son profesionales de la mentira, émulos del dios Jano, con una cara para el pueblo y otra para el poder. No llegan al poder por error: son hábiles simuladores que saben cuándo dar el golpe de timón, cuándo cambiar de rumbo para quedarse solos en su auto proclamada razón.

Son los que agitan banderas de una ideología en campaña, convenciendo al electorado de su compromiso, y tras ganar el voto, renuncian al cargo o traicionan sus promesas por un puñado de favores. Son, en fin, los que transforman la política en una farsa, indignando a una ciudadanía que ya no cree en nada.

JUAN SCHIARETTIEL REY DEL CHAQUETEO

Si buscamos un ejemplo vivo, un chaquetero de manual que encarne esta plaga en 2025, Juan Schiaretti se lleva la corona.

Exiliado durante la dictadura, regresó para trepar en el peronismo cordobés junto a José Manuel de la Sota, forjando la Unión por Córdoba (UPC), una coalición que mezclaba peronistas, radicales y vecinalistas para dominar la provincia desde los 90. Schiaretti se agarró de la mano de Domingo Cavallo al asumir como interventor de Santiago del Estero en 2003.

En 2007, con el respaldo explícito de Néstor y Cristina Kirchner, ganó su primera gobernación. Pero el idilio duró poco, pues en 2008, con el conflicto de la Resolución 125, Schiaretti volteó la chaqueta sin pestañear, alineándose con el campo contra el kirchnerismo que lo había apadrinado.

"Se la jugó por el campo desde el primer momento", dicen sus defensores, pero el gesto fue un cálculo frío: Córdoba, anti-K por excelencia, le dio su bendición electoral en 2011, 2015 y 2019.

El chaqueteo de Schiaretti es un arte de precisión. En 2019, rebautizó su espacio como “Hacemos por Córdoba”, sumando socialistas, demócratas cristianos y hasta retazos del PRO y la UCR, logrando un aplastante 57% de los votos.

En 2023, soñando con la presidencia, creó “Hacemos por Nuestro País”, una ensalada de peronismo no K con Randazzo, Urtubey y fuerzas centristas. Coqueteó con “Juntos por el Cambio”, acercándose a Horacio Rodríguez Larreta, pero cuando Urtubey lo acusó de traidor, Schiaretti no se inmutó. En las PASO sacó un 3,7% nacional, pero en Córdoba le robó votos clave a JxC, favoreciendo (¿intencionalmente?) a Sergio Massa.

Derrotado, no se rindió. En 2024, transformó su espacio en “Hacemos por Argentina”, consiguiendo personería en 14 distritos y pescando en los restos de JxC y el peronismo desencantado.

Para 2025, renunció a la presidencia del PJ cordobés tras 50 años de militancia, pasándole la posta a Martín Llaryora mientras arma un "pentágono federal" con gobernadores, olfateando una alianza con el mileísmo para las legislativas de octubre.

Lo acusan de usar votos peronistas para aliarse con la derecha, de ser un "entregador" que hace del federalismo una careta para su ambición. Comparado con Randazzo o Scioli, Schiaretti los supera: su chaqueteo no es solo táctico, es existencial. De peronista de izquierda a gobernador anti-K, de aliado de Milei a posible candidato de un nuevo tercio electoral en 2027, su trayectoria es un catálogo de oportunismo.

Como los "hombres de paja" de Serrat, el inefable Schiaretti cambia de colonia según la ocasión, pero el olor a traición no se disimula.

 

EL ANTÍDOTO PENDIENTE

En estos días la invasión de chaqueteros crece en progresión geométrica, como una plaga sin freno. Llamarlos "garcas" es tentador por su crudeza, pero quizá el término se queda corto ante la magnitud del daño. Estos autómatas despersonalizados, que traicionan principios y electores con la misma facilidad con que cambian de saco, requieren un antídoto urgente.

Revisar el Derecho Electoral, podría ser un camino: sanciones al transfuguismo, límites a las coaliciones oportunistas o mecanismos que obliguen a los electos a respetar su mandato. Pero el verdadero remedio está en la ciudadanía: un voto más consciente, que castigue a los chaqueteros y premie la coherencia.

Juan Schiaretti, con su medio siglo de piruetas políticas, es la prueba viviente de que el chaqueteo no solo sobrevive, sino que prospera. En un país donde la política se ha convertido en un circo de caretas, él es el gran maestro del volteo de chaqueta.

Como diría tu tía, este mundo está loco, pero mientras “los Schiaretti” sigan en escena, la locura no hará más que crecer.

 

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