29 de septiembre, 2024
Pienso, luego existo

No es cuestión de ir tirando a un viejo todos los días por la ventana, pero debemos reconocer que los años traen experiencia, prudencia y mucha sabiduría.

 

Lo que podríamos denominar como adultos mayores, ancianos o viejos son parte de una etapa de la vida que resulta ser menospreciada o invisibilizada por parte de la sociedad, pero a su vez se constituye en un grupo etario cada vez más numeroso por imperio de las mayores expectativas de vida.

 

Mientras observamos la existencia de comunidades altamente materialistas, donde prevalece una sociedad de consumo y la población es bombardeada por estándares de belleza y juventud, a la par de ello conviven millones de abuelos.

 

Para los antiguos griegos, como Platón y Sócrates, la ancianidad representaba la experiencia y sabiduría.

 

Según Platón, la ancianidad era la etapa de la vida donde la persona alcanzaba las virtudes morales, la prudencia, la discreción y el buen juicio.

 

Recordemos por ejemplo que, en Esparta, la gerusía era el órgano de gobierno integrada por veintiocho ancianos y dos reyes que se encargaba de la creación de las leyes y de la conducción de los asuntos de la política.

 

Por su parte, en la antigua Roma, el senex -en latín- significaba anciano, de dónde provenía senatus, que dio origen a la palabra Senado, y en cada una de las ciudades sometidas al imperio romano se estableció un Consejo de Cien Ancianos.

 

Así, para Cicerón, la vejez es bella, “el fin óptimo, sin duda, es vivir con una mente íntegra y con los sentidos en plena forma; el breve tiempo que resta de vida debe ser deseado con avidez, ni ser rechazado sin causa”.

Como vemos, para los antiguos la edad era un símbolo de respeto e inteligencia ganada a partir de los años vividos. Con el tiempo, las sociedades fueron mutando y consideraron que debían quedar las cuestiones decisivas en manos de los más jóvenes, pero nuevamente el mundo se fue acomodando a otras realidades.

 

Si bien en el tiempo que estamos atravesando se observa una conjunción entre la experiencia que dan los años con la irreverencia y explosión de los más jóvenes, paulatinamente notamos que ciertas sociedades optan por dejar el manejo de la cosa pública a aquellos que tienen un bagaje de experiencia, aunque los achaques del tiempo mellan su actividad motora y ralentizan su pensamiento.

 

Obviamente que la gerontocracia es un fenómeno social y político en el que el poder y la influencia están concentrados en manos de personas mayores, generalmente aquellos ya etiquetados en un segmento que, sin ser estigmatizante, es real: la “vejez”.

Los nuevos estándares de vida han permitido extender la vida y, por tanto, lo que antaño ya podía ser una edad donde el hombre debía cuidar su salud, disfrutar de sus nietos y contemplar pasivamente la vida, hoy es algo disruptivo, adultos mayores que practican deportes incluso de riesgo, que disfrutan la vida casi como si fueran jóvenes y que se niegan a contemplar la vida desde un sillón y persisten en mantenerse plenos y activos.

Esto, además, se observa también en actividades como la economía o la política.

Resulta frecuente observar cómo muchos gobiernos cuentan con presidentes, jefes de Estado o altos mandatarios que sobrepasan los ochenta años. Entonces, la pregunta debería ser ¿puede alguien que superó las ocho décadas manejar los destinos de millones de personas? ¿Alguien de ochenta años está en condiciones físicas y síquicas para adoptar rápidas decisiones y que las mismas sean generadoras de situaciones que impacten en la vida diaria de las personas?

De suyo advertimos un pequeño inconveniente, las personas mayores resultan ser en general más conservadoras, tienen de por sí mucha más resistencia que un joven a los cambios, además suelen tener creencias arraigadas, por lo cual intentan preservar determinados valores y tradiciones. 

Un punto a favor de los gerontes es que poseen una mayor y más profunda comprensión de la historia, la economía y la cultura, cuestiones todas que los harían más aptos para liderar y guiar a una sociedad determinada. Pero conspira contra ellos una situación relevante en estos tiempos, la modernidad trajo consigo cambios sustanciales en el ámbito de la tecnología y ello no es algo que vaya de la mano de los adultos mayores.

Todos conocemos y padecemos los problemas que enfrentamos cuando compramos esos artefactos tecnológicos que nos hacen más fácil la vida, pero donde lo difícil es saber programar y manipular, un celular, un televisor o cualquier adminiculo electrónico súper novedoso y moderno.

Es aquí donde la experiencia que dan los años de nada sirve, solo para comprender que es momento de llamar a un nieto o sobrino para que nos ayude a salir de ese atolladero que implican las nuevas tecnologías. 

Nadie puede dudar que ante un adulto avanzado en edad y a cargo de decisiones políticas obtendríamos ventajas incomparables como la estabilidad y la experiencia, tomando decisiones en base a su conocimiento acumulado a lo largo de los años, lo que implica que la gobernanza se volvería predecible.

Por lo demás, estos adultos en posiciones de poder nos asegurarían preservar la cultura y las tradiciones de una sociedad, lo que implica de suyo mantener la identidad cultural de una Nación.

 

Asimismo, todo adulto mayor cuenta con una extensa red de contactos y conocidos que, en materia política, significa tener a mano un montón de conexiones en términos de comercio, diplomacia y cooperación internacional.


Sin embargo, cuando estamos frentes a gobiernos en manos de gerontes, lo que encontramos como primera dificultad es la falta de renovación y cambio, lo cual provoca la obstaculización a la innovación y a una mejor adaptabilidad a los nuevos tiempos y, con ello, a nuevos desafíos.

 

Toda sociedad es dinámica por naturaleza, se encuentra en plena transformación. Si los líderes son aquellos que se resisten más a los cambios y se conforman en el statu quo y el estancamiento de las decisiones, la que resiente su integralidad progresiva y de desarrollo es la comunidad.

 

Creemos que lo mejor es llegar a un equilibrio. Como decía Aristóteles, buscar el punto medio entre el exceso y el defecto, contar con adultos mayores, pero a la par de los más jóvenes para aunar experiencia y adaptabilidad de los tiempos modernos.

 

La clave entonces es ese equilibrio entre experiencia y renovación.

 

Todo esto ha tomado mayor visibilidad porque la mayor potencia del mundo, Estados Unidos, se enfrenta a unas próximas elecciones donde los dos contendientes por los Partidos Demócrata y Republicano, son el actual presidente Joe Biden y el ex presidente Donald Trump.

 

Ambos son dos hombres mayores, que en la hipótesis que cumplan un nuevo mandato se retirarían de la Casa Blanca con ochenta y seis años Joe Biden y ochenta y dos años Donald Trump.

 

Ronald Reagan se fue de la presidencia con setenta y ocho años y los otros presidentes que le sucedieron eran jóvenes como George Bush, Bill Clinton, George Bush hijo o Barack Obama, incluso Donald Trump al asumir la presidencia contaba con setenta años.

 

Hoy, si ambos se mantienen en sus posturas de presentarse, el que asuma de ellos al 20 de enero del 2025, cuando jure ante el Capitolio, sería el presidente de mayor edad al momento de asumir los destinos de los Estados Unidos.

 

En contrapartida, las estadísticas nos marcan que la edad promedio de los anteriores presidentes norteamericanos al momento de su investidura fue de cincuenta y cinco años y que además la edad media de la población estadounidense es de treinta y nueve años.   Si bien no correspondería juzgar a las personas por su edad, algo que sería lisa y llanamente una cuestión discriminatoria, si lo es cuando alguien asume una posición de poder. Las Constituciones determinan edad mínima no máximas, pero resulta de lógica razonabilidad, pensar cómo actuaría una persona de edad avanzada al momento de tomar una decisión, el tiempo que le demandaría resolver un conflicto, como sobrellevar situaciones de stress o de tensión. 

 

Una persona mayor es más propensa a sufrir complicaciones de salud, que en el caso de alguien que tiene que adoptar decisiones de manera permanente conspiraría con su actuación.

Sin ir más lejos, en sus apariciones públicas Biden denota mucha lentitud, refleja mucha fragilidad y pareciera en muchas ocasiones como “ido” o “perdido”. 

Insisto, la edad avanzada no debería ser un factor descalificador para acceder a una posición de poder, pero obviamente sí debería ser un factor de análisis y ponderación, incluso más, debería exigirse una previa constatación física y psíquica de los aspirantes, para corroborar en qué condiciones accederían a los cargos. 

No olvidemos las palabras de Arthur Schopenahauer cuando afirmaba que “los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario”. Allí está la clave, podemos ya viejos ser útiles en tanto sepamos reconocer nuestras limitaciones físicas y síquicas.

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