Mientras avanza la libertad, crece la pobreza, entonces no podemos dejar de recordar las palabras de Barbara Ward cuando sostenía que “acaso soy libre si mi hermano se encuentra todavía encadenado a la pobreza”.
Los índices de pobreza conocidos hace unos días nos deben alarmar y preocuparnos porque más de la mitad de los argentinos son literalmente pobres, es decir, no tienen lo mínimo y suficiente para tener una vida digna.
Ahora bien, qué es la pobreza estructural, porque en sí no hay una circunstancia fortuita de un índice determinado que nos señale la presencia de pobres en el país. De lo que hablamos es de este fenómeno complejo que va más allá de la simple falta de ingresos.
Hablamos entonces de un conjunto de condiciones socioeconómicas, políticas y culturales que perpetúan la desigualdad y limitan las oportunidades de desarrollo para amplios sectores de la población.
Se diferencia de la pobreza temporal, que puede ser causada por crisis económicas o desastres naturales. La pobreza estructural se arraiga en el tejido de la sociedad y suele estar relacionada con sistemas de exclusión y marginación.
Como sabemos, no tuvimos una crisis económica puntual ni fuimos asolados por algún cataclismo, vivimos hace décadas con equívocas políticas, donde los gobiernos se esmeraron en ser uno peor que el otro y donde las políticas públicas fueron solo paliativos o meros espejitos de colores.
Entre las causas de la pobreza estructural se encuentran la falta de acceso a la educación de calidad, el desempleo y subempleo, la discriminación, y la insuficiencia de servicios básicos como salud y vivienda.
Y, como sostenemos, las políticas públicas a menudo fallan en abordar estas causas de manera efectiva.
La falta de inversión en infraestructura y educación en comunidades vulnerables, junto con un sistema fiscal que no redistribuye equitativamente los recursos, contribuyen a que las condiciones de pobreza se mantengan estables a lo largo del tiempo.
Entonces, es fácil conjeturar cuáles podrían ser las consecuencias, así las repercusiones de la pobreza estructural son devastadoras.
Las personas atrapadas en este ciclo no solo carecen de recursos económicos, sino que también enfrentan limitaciones en su salud física y mental. La falta de acceso a atención médica, educación de calidad y empleos dignos crea un ambiente propicio para la perpetuación de la pobreza.
Esto, a su vez, puede conducir a un aumento de la violencia, la delincuencia y la inestabilidad social, algo que es manifiestamente visible con el aumento desproporcionado del narcomenudeo o la delincuencia juvenil.
Romper el ciclo de la pobreza estructural requiere un enfoque multidimensional que involucre tanto a gobiernos como a la sociedad civil. Es esencial implementar políticas que prioricen la educación inclusiva, la creación de empleo digno y el acceso equitativo a servicios básicos.
Programas de transferencia de ingresos y de capacitación laboral también pueden ser efectivos, siempre y cuando estén diseñados de manera que se aborden las causas subyacentes de la pobreza.
Sin embargo, la implementación de estas soluciones no está exenta de desafíos. La resistencia política, la corrupción y la falta de voluntad para invertir en los sectores más desfavorecidos a menudo obstaculizan el progreso.
Reconocer que la pobreza no es simplemente una cuestión de falta de dinero, sino un fenómeno arraigado en injusticias sistémicas, es el primer paso para construir un futuro más equitativo.
Solo a través de un compromiso serio y sostenido se podrá romper el ciclo de la pobreza estructural y ofrecer oportunidades reales a las comunidades más vulnerables.
Pero sí todo eso es cierto el nuevo interrogante a despejar es ¿por qué Argentina, un país con vastos recursos naturales y una capacidad agrícola que podría alimentar a 400 millones de personas, enfrenta una alarmante realidad: más de la mitad de su población vive en condiciones de pobreza?
La pobreza en Argentina es el resultado de una combinación de factores estructurales y cíclicos. La inestabilidad económica, marcada por crisis recurrentes, inflación descontrolada y una deuda externa abrumadora, ha debilitado el poder adquisitivo de las familias.
Además, las políticas económicas inconsistentes han generado un clima de incertidumbre que afecta la inversión y el empleo.
En el noroeste, las condiciones son aún más severas. Esta región, históricamente marginada, enfrenta desafíos como la falta de acceso a educación de calidad, servicios de salud deficientes y escasa infraestructura. La agricultura, aunque potencialmente productiva, está marcada por un acceso limitado a tecnología y recursos, lo que impide maximizar su potencial.
Por todo ello no resulta irrazonable ni ilógico que sea creciente la emigración de jóvenes en busca de mejores oportunidades lo que también agrava la situación. Muchos abandonan sus hogares en el noroeste, dejando a las comunidades con una fuerza laboral envejecida y menos capacidad para innovar y prosperar.
Entonces nos toca abordar la pobreza en Argentina, para ello es esencial adoptar un enfoque integral. Las políticas deben enfocarse en la inclusión social, mejorando el acceso a la educación y la capacitación laboral.
Invertir en infraestructura y servicios básicos, así como en programas que apoyen la agricultura sostenible, son pasos cruciales para romper el ciclo de pobreza.
La participación de la sociedad civil y las organizaciones comunitarias puede ser clave en este proceso, generando un sentido de pertenencia y empoderamiento entre los habitantes.
Además, la colaboración entre los gobiernos nacional y provinciales es fundamental para garantizar que las soluciones se adapten a las realidades locales.
Sin lugar a dudas, la pobreza en nuestro país es un reflejo de una serie de fallas estructurales y políticas que requieren atención urgente con políticas públicas a largo plazo.
A pesar de su potencial como productor agrícola y su riqueza natural, el país enfrenta el desafío de construir un futuro más equitativo. Solo a través de un compromiso real con el desarrollo inclusivo se podrá transformar esta paradoja en una historia de prosperidad compartida.
Pero lo esencial es cambiar la mirada hacia la dirigencia, hasta ahora pareciera que la misma –no importa el signo partidario- lo que busca es que la pobreza igualara las diferencias sociales, tendiendo todo hacia abajo y no hacía arriba.
Un emparejamiento empobrecedor, el supuesto empoderamiento de nuestro pueblo fue solo un cliché discursivo.
Como nos ilustra George Orwell: “A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia”. Lo que nos sugiere este pensador es que una sociedad con estructuras de poder desiguales dependerá fundamentalmente de la manipulación de la pobreza y la ignorancia.
Esto implica que, para mantener el control, las élites dirigenciales, la casta de la que habla el presidente, sean políticos, sindicalistas o empresarios, fomentan ex profeso, condiciones que limitan el acceso a la educación y los recursos, asegurando así su dominio sobre las masas. Sin estos elementos, sería difícil sostener una jerarquía social donde los pobres crecen y las minorías selectas, crecen.
Por lo que estamos frente a un atolladero o, mejor dicho, ante un recurrente ciclo difícil de romper.
Julio César Coronel