"Juan Jacobo Rousseau suponía que el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada alma, y que ese yo superior tiene una voluntad infalible, capaz de definir lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio –conjetura de los más que triunfan sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior–, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase.
De ahí vino el sistema democrático, que es, en primer lugar, el más ruinoso sistema de derroche de energías. Un hombre dotado para la altísima función de gobernar, que es tal vez la más noble de las funciones humanas, tenía que dedicar el ochenta, el noventa o el noventa y cinco por ciento de su energía a sustanciar reclamaciones formularias, a hacer propaganda electoral, a dormitar en los escaños del Congreso, a adular a los electores, a aguantar sus impertinencias, porque de los electores iba a recibir el Poder; a soportar humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, estaban llamados a obedecerle; y si, después de todo eso, le quedaba un sobrante de algunas horas en la madrugada, o de algunos minutos robados a un descanso intranquilo, en ese mínimo sobrante es cuando el hombre dotado para gobernar podía pensar seriamente en las funciones sustantivas de Gobierno".
Con estas palabras, a Miguel Primo de Rivera se le antojaba opinar sobre las contras notorias (para él) de la democracia. Una, que ha tenido la suerte de vivir casi toda su vida en sostenida pluralidad no puede menos que hostigar la fortaleza conceptual de Rivera toda vez que desdeña un concepto indubitable.
Pero si nos ponemos en el estricto sentido de analizar (dividir en partes) los conceptos del español, he de decir que suscribo algunos párrafos, aunque con reparos. Al fin de cuentas una no debe ser fundamentalista de ningún concepto puesto que cae en la trampa del absolutismo. Aún si se trata de la mismísima noción de la potestad del pueblo.
AUN APRENDIENDO A VIVIR EN DEMOCRACIA
Celebramos en la Argentina, cuarenta años de democracia con la algarabía lógica de mantener incólume en el tiempo un sistema que, aún con sus imperfecciones, nos ha garantizado un valor sublime: la libertad. Pero nada de ello supera un valor que se difumina asiduamente: al respeto por el otro, lo que hoy llamamos alteridad: es decir, poder pensar en los demás, empatizar en un sentido casi bíblico de "amar al prójimo como a uno mismo" y en eso noto que hemos reculado.
Para forjarnos en libertad, debemos emprender con la visión global de la incorporación del otro, pero como todo sistema creado por humanos fallidos, la trampa está en rebasar los extremos, punto en que nos encontramos en la recurrencia del error.
A las palabras de un hombre que la democracia hostiga, puesto que fue de embrión castrense y dictatorial, (Primo de Rivera), no se le puede dar crédito absoluto, pero he de permitirme romper una lanza por él en varios conceptos sustantivos.
Por caso: nunca se me ocurrió pensar en que el gobernante debe "adular a los electores, aguantar sus impertinencias, porque de los electores recibe el Poder; soporta humillaciones y vejámenes de los que, precisamente por la función casi divina de gobernar, están llamados a obedecerle".
Cierto es que la etimología de la palabra democracia alude al poder del pueblo, pero pensar dicho concepto de modo invertido es absolutamente movilizador.
En esta pretensión de que el gobernante haga lo que el pueblo estima debe hacer más allá de sus obligaciones formales (por caso, favores personales, ayudas fuera de libreto, escuchas laudatorias y melifluas), el gobernante cae en una humillación que Rivera visualizó y formuló en términos muy precisos.
Alguna vez, cuando ya habían pasado unos años de democracia y ante la irrupción asidua del término corrupción en la vida del "poder de todos", me llegué a preguntar: ¿y después de la democracia, qué?
MÁS ALLÁ DE LA DEMOCRACIA
Hoy pienso en la Parademocracia. Un estilo de libertad en que su ejercicio no socave los derechos ajenos. Ejercer la libertad exige la necesaria dignificación de dicho derecho, puesto que nada ubica al hombre en un lugar de más supino honor, que el tener la posibilidad de excederse y saberse mantener dentro de sus límites. Como los ejercicios del jardín de infantes, cuando ejercitábamos la pintura dentro de los límites del dibujo, tratando de evitar pasarlos con los crayones. Era esto ya un connato de disciplina. Entendiendo que la misma (la disciplina) ni buena ni mala, sino justa.
La forma enferma de la democracia, la demagogia, abreva del permiso a las personas de abusar de sus derechos. Esa es la mala política. Pero replantear este mecanismo implica una complicada ingeniería de reformulación de los modos de convivencia que supone la vida democrática.
Pienso en cuánto hacemos los argentinos por honrar este don que está a poco de cumplir treinta años. Y me parece que debemos: usarlo sin abusarlo, llevarlo sin ostentarlo, ejercerlo sin irrespetarlo. Tal vez, luego de muchos años de ejercer la libertad estemos a punto para formular y encarar una forma más perfecta de vivir en comunidad, ese neologismo que me permití acuñar: la parademocracia.
Que nos encuentre libres y no perdidos en los meandros del inasible libertinaje, pintando el dibujo, como cuando éramos niños, sin salirnos de los bordes, tal vez aquel hecho inocente, fue nuestro primer ejercicio de respeto y lo fuimos olvidando.
Hablando de libertad, en La Argentina gobierna hace poco el primer presidente de corte libertario. La era (Javier) Milei es disruptiva. Está tratando de incorporar casi con fórceps, conceptos que a muchos ciudadanos le eran esquivos, ajenos. No es de mí defender al autobautizado “León”. Quiero a través de la actual coyuntura argentina, ejemplificar todo lo que horada el populismo en cualquier sociedad.
Es que una cosa es ser libres, y otra ser librepensador. Muchas personas creen que son libres porque andan a velocidad extrema, porque organizan jaranas a plena música o porque marchan en medio de una plaza y la ocupan y ensucian a su antojo. Todo amparado en la libertad y la democracia. En general son movimientos de una izquierda que la mayoría de los participantes no pueden siquiera atinar a definir.
SOBRE PLAZAS E “INTÉRPRETES ILUMINADOS”
Justamente hablando de plazas: remember Tiananmen.
Muchos adalides de ese pensamiento, de ese que se pretende dueño del sentimiento y traducción de la voz popular, no tiene respuesta a la masacre de Tiananmen. Y estamos hablando de una de las mayores represiones que hubo en el siglo XX, precisamente en el año 1989, y de un gobierno que se autodefine socialista, pero con tintes (trazos gruesos diría yo) dictatoriales. Hablamos de tanques matando 10.000 personas por expresar su discrepancia ¡Tamaña paradoja!
Si uno pregunta a los que se autoerigen representantes iluminados de la voz del pueblo, yo diría que son disfónicos, o al menos, no saben traducir. No serían buenos intérpretes de la O.N.U. ni de ninguna organización con pretensiones de defender derecho humano alguno.
Hablando de paradojas, recuerdo que “El Viñedo rojo”, única obra vendida de Vincent Van Gogh, fue adquirida por un ruso ¿comunista o capitalista? Nunca se sabe.
Siguiendo con las antípodas, derecha contra izquierda, comunistas versus capitalistas, buenos contra malos, quiero terminar esta crónica con una digresión, un cuento que escribí hace mucho y que creo que grafica que los pensamientos cerrados y demagógicos, son peligrosos, y pueden ser letales.
TODO POR UN CAFÉ
Un enorme salón de oscuras paredes, de ricos, pero oscuros tapices, de un lustrado piso de fina, pero oscura, madera; sobria iluminación acorde a la solemnidad de la situación.
¡Se discutía el mundo nuevo! La iluminación más que de las pocas lámparas, provenía de las brillantes mentes, sentadas en oscuras sillas de altos respaldos (eran salón y mobiliarios pertenecientes a los derrocados Césares rusos – Zares).
Los semidioses allí reunidos, que iban a crear un mundo nuevo se llamaban: Vladimir Ilich Ulianev (¿no lo conoces?, después – como a Pelé – le pusieron un nombre más corto: Lenin) y seguimos nombrando a muchos según los nuevos nombres: Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Bujarin (o Bukarin, uno nunca sabe bien cómo escribirlos), Iosif Dzhugashvilli (futuro hombre de acero o “Stalin”)
En un momento dado, Liev Davidovich Brenstein (perdón, Trotski) dijo “jefe, ¿qué tal un cortadito? Y Vladimir Ilich (Lenin para los informados) contestó: “para mí en jarrita con gota de leche”.
Entonces Troski le dijo a Iosif (Stalin, aclaro) dijo:
“Iosif, cinco cafés y un cortado en jarrita para el jefe”
Cuando abandonó la habitación donde se decidía cómo debía ser el mundo y los hombres, Zinoviv preguntó:
“jefe ¿qué hacemos con éste (que según Wikipedia) en el futuro lo llamaron “el padrecito” o “el hombre de acero” o sea Stalin? Es muy simple” y Kamenev sugirió “¿y si lo ponemos a cargo de la policía?” y todos aprobaron, (ellos estaban para tareas mayores)
La mala suerte los puede tocar a todos, sino véanlo al amigo Tántalo, hijo de Zeus que, como contó un chismecito de su papá, parece que con una mucamita, lo condenaron a su propio suplicio, el de Tántalo.
Bien, sigamos con nuestra historia. El jefe Lenin como todo mortal se murió, entonces las cosas cambiaron. El simple que manejaba la policía (la inteligencia como se denomina ahora) se arremangó la camisa y empezó a encargarse de los iluminados, uno por uno, Trotsky, por las dudas, se fue en polvorosa retirada a Francia, al llegar dijo “estoy lejos y a salvo”. Pero luego de un city-tour por París reflexionó: “pero no lo suficiente” y se mandó a México. Pero tampoco alcanzó y lo que pasó, ya saben.
El “padrecito” fue menos piadoso que Zeus con su hijo Tántalo, le quitó todos los problemas y las angustias de una vez y para siempre. No sabemos a qué morada subterránea de las almas lo mandó por medio del amigo Mercader. Tal vez estará el pobre tratando de alcanzar el agua y las frutas como Tántalo y pensando: “¿será posible tanto resentimiento por mandarlo a buscar café?”
Estamos en este mundo loco, loco, loco, pero tal vez, atisbando un cambio crucial. Ojalá estemos para verlo y vivirlo. Perder la libertad de pensamiento es la primera la cárcel más cruel que puede padecer el ser humano, y mucho peor si no tiene registro alguno de que la está padeciendo.
Tal vez la “parademocracia” no exista sólo en una sociedad utópica, sino tan real como la “demagocracia” que padecemos. Así sea.