 
						Mientras el país giró hacia el fenómeno libertario de Javier Milei, Santiago del Estero reafirmó su propio rumbo: continuidad, estabilidad y un voto de pertenencia local que resiste las mareas nacionales. El Frente Cívico por Santiago consolidó su poder, reafirmando el liderazgo de Gerardo Zamora y la continuidad de Elías Suárez en la gobernación.
Las elecciones legislativas del pasado 26 de octubre no solo fueron una jornada electoral clave para renovar parte del Congreso de la Nación, sino que marcaron un antes y un después en el panorama político argentino. La victoria nacional de Javier Milei y La Libertad Avanza (LLA) confirmó la consolidación de un nuevo ciclo político, caracterizado por el avance de un discurso liberal, anti-establishment y disruptivo. Sin embargo, ese mapa nacional tiene excepciones notables: una de las más claras es Santiago del Estero, provincia donde el oficialismo local retuvo una supremacía abrumadora y volvió a ratificar su condición de bastión político del Norte argentino.
La realidad santiagueña vuelve a demostrar que, aunque la “ola Milei” se impuso en gran parte del país, no logró perforar los sólidos anclajes territoriales de algunos gobiernos provinciales. En Santiago, el Frente Cívico por Santiago, conducido por el gobernador Gerardo Zamora, reafirmó su dominio político y territorial con un resultado que supera el 70% de los votos.
El caso de Santiago del Estero se convirtió en un fenómeno singular dentro del escenario político argentino. Desde 2005, el Frente Cívico mantiene un control casi hegemónico de la provincia, sustentado en una estructura política amplia, alianzas transversales y una gestión que combina estabilidad institucional, obra pública y un fuerte discurso de identidad provincial.
Este modelo, más allá de las críticas o apoyos, logró construir un voto de pertenencia local, que se sostiene elección tras elección. En las legislativas del domingo, la fórmula oficialista encabezada por Elías Suárez y Carlos Silva Neder obtuvo 72,36% de los votos en la categoría gobernador y vice, con amplio margen sobre las listas de la oposición, entre ellas Despierta Santiago y LLA, que apenas superaron el 10%.
En la categoría senadores nacionales, el Frente Cívico alcanzó más del 56% y Fuerza Patria Peronista obtuvo el 19,4%, lo que significa que el oficialismo retuvo las tres bancas en juego. Mientras que LLA no alcanzó el 14%.
En la categoría de diputados, nacionales, el Frente Cívico alcanzó un 51%, Fuerza Patria Peronista casi un 21%; con lo cual, estas dos fuerzas, que tributan al oficialismo, se llevaron los tres escaños en juego. LLA obtuvo apenas el 14%, quedando en tercer lugar (Ver la nota adjunta “Los números hablan”).
Estos números ratifican una tendencia: Santiago del Estero vota distinto. A contramano de lo ocurrido en provincias como Buenos Aires, Córdoba o Mendoza, donde el “efecto Milei” arrasó, el electorado santiagueño volvió a priorizar su identidad política provincial antes que los movimientos nacionales.
HEGEMONÍA QUE TRASCIENDE
En un país que cambió de piel política en casi dos años, con un presidente libertario que reconfiguró los ejes del poder nacional, Santiago del Estero volvió a votar estabilidad.
El amplio triunfo del Frente Cívico por Santiago, encabezado por el gobernador Gerardo Zamora, no sólo reafirma la hegemonía del espacio más sólido del norte argentino, sino que también proyecta un mensaje político claro: el poder territorial sigue siendo la verdadera moneda de gobernabilidad en la Argentina.
Mientras Javier Milei acumula capital político en las grandes urbes, Santiago del Estero mantiene su propio orden interno, construido sobre una red de liderazgo personal, gestión sostenida y un consenso social basado en la previsibilidad.
Desde 2005, el Frente Cívico por Santiago se convirtió en una de las experiencias políticas más duraderas del federalismo argentino. Zamora construyó, paso a paso, una estructura que combina la lógica del liderazgo personalista con una fuerte institucionalidad provincial, algo poco frecuente en los escenarios provinciales del país.
Su triunfo en las últimas elecciones no es solo un resultado electoral: es la consolidación de un modelo que, a veinte años de su origen, no muestra fisuras internas, ni oposiciones capaces de competirle en términos reales de poder.
Los datos hablan por sí solos: mantuvo todas las bancas clave y revalidó su influencia en cada departamento del interior.
Este resultado, en el contexto de un país que se fragmenta políticamente y donde las estructuras tradicionales se desmoronan, representa una anomalía institucional positiva: Santiago ofrece gobernabilidad, continuidad y cohesión en medio del desconcierto nacional.

CLAVES DEL VOTO SANTIAGUEÑO
A la hora de buscar explicaciones sobre las razones por las que la mayoría de los santiagueños volvieron a elegir al Frente Cívico hay que entender las claves que configuran el voto local. Una de ellas tiene que ver con la identidad política y lealtad territorial: en Santiago del Estero, el voto se explica menos por la adhesión a grandes figuras nacionales y más por la confianza en un modelo de gestión provincial. El Frente Cívico logró tejer una red institucional sólida, que trasciende los límites partidarios y que se expresa en intendencias, comisiones municipales, programas sociales y estructuras territoriales.
A diferencia de otras regiones del país, donde el desencanto con la clase política favoreció el ascenso de Milei, en Santiago el voto tuvo un componente de lealtad comunitaria. Muchos ciudadanos asocian la estabilidad económica provincial, las obras públicas, la educación y el desarrollo turístico con el oficialismo local, lo que refuerza el sentido de continuidad.
La siguiente clave tiene que ver con la diferenciación entre lo nacional y provincial: el elector santiagueño distingue con claridad las dos esferas. Si bien Milei cosechó un crecimiento respecto a elecciones anteriores -pasó de un 8 % a un 14 % en promedio provincial--, ese avance no se tradujo en un desplazamiento real del poder local.
En la práctica, esto muestra una madurez política particular: los votantes pueden simpatizar con Milei y su discurso nacional, pero a la hora de elegir autoridades o representantes provinciales, mantienen su confianza en la estructura del Frente Cívico.
Otro aspecto fundamental tiene que ver con la presencia territorial, que tiene que ver con la capacidad de organización del oficialismo. El aparato político y social del zamorismo tiene una presencia indudable en todo el territorio, desde el más pequeño paraje rural hasta los centros urbanos. Esa red, sostenida por la gestión pública y por políticas sociales directas, se traduce en una movilización electoral eficaz, especialmente en zonas rurales y en el interior profundo.
Por otro lado, se avizora como clave del voto la estabilidad frente al cambio. Mientras el mensaje de Milei se apoya en la idea de ruptura y shock, el discurso provincial se centra en la estabilidad y la continuidad. En un contexto nacional de inflación, ajuste y conflictividad, el mensaje de “orden, progreso y gestión” del gobierno provincial mantiene vigencia. Para muchos santiagueños, votar al Frente Cívico significa respaldar un modelo que les garantiza previsibilidad frente al desconcierto económico nacional.
EN BUSCA DEL EQUILIBRIO
El resultado electoral coloca a Santiago del Estero en una posición singular frente al gobierno nacional de Javier Milei. Por un lado, el presidente emerge fortalecido y con una agenda liberal que apunta a reformar profundamente el Estado. Por otro, la provincia se presenta como un bastión del federalismo político, con un esquema de gestión propio y una economía que depende fuertemente de la coparticipación y los fondos nacionales.
Este equilibrio obligará a ambas partes a encontrar puntos de diálogo. Milei necesita del apoyo de los gobernadores para avanzar en su programa legislativo, y Gerardo Zamora, con su histórico pragmatismo político, buscará mantener una relación institucional que garantice recursos para la provincia, a través de la gestión que comenzará Elías Suárez a partir del 10 de diciembre próximo.
En ese sentido, Santiago puede convertirse en un interlocutor clave en el Congreso, aportando gobernabilidad al Ejecutivo nacional, pero sin ceder su autonomía política.
En definitiva, las elecciones dejaron una lectura doble para Santiago del Estero. Si bien el país giró hacia Milei, consolidando su liderazgo nacional, la provincia reafirmó su rumbo propio, manteniendo intacta su estructura política y su particular equilibrio social.
Santiago del Estero votó continuidad en un país que eligió cambio.
Esa diferencia, lejos de ser un hecho aislado, es parte de una tradición que combina arraigo local, pragmatismo político y una visión provincialista de la gestión pública. Santiago se mantiene como una de las provincias más estables políticamente del país, donde la confianza en el modelo propio sigue siendo la regla, aun en tiempos de cambio y desconcierto.
ZAMORA AL SENADO
La partida de Gerardo Zamora al Senado de la Nación abre un nuevo capítulo en su trayectoria política y, a la vez, plantea un desafío doble: preservar el equilibrio interno del poder provincial y proyectar influencia en el escenario nacional.
Hay que entender que Zamora no se retira, al contrario, se reubica. Su paso al Senado debe leerse como una estrategia de expansión, no de repliegue.
En el tablero federal, que se está reconfigurando con Milei, el Dr. Zamora se prepara para ocupar un rol clave como mediador entre el nuevo oficialismo y el bloque de gobernadores que buscan garantizar recursos y autonomía.
En un Congreso fragmentado, con un Ejecutivo que aún carece de mayoría propia, pero duplicó sus bancas y puede alcanzarla con acuerdos con partidos aliados, cada gobernador con estructura real de poder vale oro político.
Y en ese esquema, Zamora aparece con ventajas claras, que tienen que ver con el control territorial absoluto en su provincia, su experiencia política y parlamentaria, y su capacidad de negociación y pragmatismo, dos virtudes indispensables en la era Milei.
Sin dudas, el actual gobernador santiagueño y electo senador nacional se perfila como una figura de equilibrio y articulación, capaz de construir puentes entre provincias del norte, sectores peronistas moderados, radicales aliados y el nuevo oficialismo libertario.
EL NUEVO ROL DE SANTIAGO
El avance nacional de Javier Milei transformó el mapa político, pero no logró perforar la muralla del Frente Cívico. En Santiago, el discurso anti-establishment libertario no tuvo el mismo impacto que en provincias más urbanizadas. La razón principal es que el zamorismo ocupa el espacio del orden y la anti-crisis.
En una provincia donde el empleo público, las políticas sociales y la obra pública tienen un peso estructural, el mensaje de recorte del gasto o “motosierra” no resuena como promesa, sino como amenaza.
Además, Milei no cuenta en Santiago con una estructura territorial fuerte. Sus referentes locales carecen de base orgánica y militancia real, algo decisivo en una provincia donde la política se construye desde la cercanía, el contacto y la presencia permanente.
Frente a ello, el triunfo del Frente Cívico no sólo consolida la provincia, sino que redefine su rol dentro del federalismo argentino. En la nueva arquitectura política, donde Milei busca reducir la intermediación de los gobernadores, Santiago del Estero representa el modelo opuesto: un gobierno con control territorial, consenso social y autonomía relativa frente a Buenos Aires.
Esa fortaleza le da a Zamora y a su espacio una voz con peso propio. Mientras otras provincias atraviesan conflictos por fondos o disputas internas, Santiago ofrece previsibilidad administrativa, equilibrio fiscal y una relación aceitada entre poder político, economía y territorio.
VOTO DE CONFIANZA
El mensaje del electorado santiagueño, que ratificó por abrumadora mayoría al Frente Cívico, puede leerse también como una reafirmación del modelo provincialista: un modo de gobernar que prioriza la estabilidad y la gestión antes que la confrontación ideológica.
Así, el voto santiagueño expresó una lógica propia: respaldo al modelo local frente al desconcierto nacional. En términos políticos, eso equivale a un voto de confianza al Estado provincial como garante de estabilidad en medio de un cambio de época.
En el nuevo mapa argentino, el Frente Cívico no es solo un poder local: se convierte en referencia para el norte grande. Zamora representa una forma de hacer política que se adapta a los cambios nacionales sin perder cohesión interna.
Este “federalismo de gestión” podría ganar protagonismo en los próximos años, especialmente si el gobierno nacional necesita apoyo para aprobar leyes o garantizar gobernabilidad. En ese escenario, Zamora aparece como una pieza de poder real dentro del Senado, con la posibilidad de incidir en las decisiones nacionales, no desde la oposición frontal, sino desde el diálogo pragmático.
LA SUCESIÓN
A nivel provincial, la salida de Zamora al Senado podría abrir interrogantes sobre la transición. Si bien hasta ahora el Frente Cívico mostró cohesión, su estructura se sostiene fuertemente en la figura del gobernador. La continuidad del proyecto dependerá de la capacidad de institucionalizar el liderazgo, consolidando una segunda línea política capaz de administrar sin fracturas.
En ese sentido, la experiencia acumulada, la disciplina del espacio y la centralidad del zamorismo en todos los niveles de gestión son factores que aseguran una continuidad ordenada del poder. Y el hombre clave para lograrlo es Elías Suárez, cuyo próximo gobierno marcará el inicio de una nueva etapa dentro del Frente Cívico por Santiago.
El electo gobernador es una figura de confianza absoluta de Zamora, quien llega a la conducción con una misión clara: garantizar la continuidad del modelo, mientras se redefine el equilibrio de poder entre la provincia y la Nación.
La elección de Suárez como sucesor no fue improvisada ni menor. Su trayectoria en la gestión pública lo consolidó como un operador experimentado, conocedor del territorio y del funcionamiento interno del Estado provincial.
Su perfil técnico y su lealtad política lo convirtieron en la figura ideal para mantener el equilibrio del sistema zamorista, en una etapa donde el propio Zamora se prepara para asumir protagonismo nacional desde el Senado.
Elías Suárez no representa una ruptura, sino la institucionalización del poder construido durante casi dos décadas. En este sentido, su gobierno será tanto una gestión como una garantía: la de preservar el orden político interno y mantener la relación fluida con los municipios, el empresariado local y las organizaciones sociales, pilares fundamentales de la gobernabilidad santiagueña.
En términos políticos, representa la transición controlada de un proyecto que busca proyectarse más allá de su fundador sin perder cohesión ni rumbo.
LA CONTINUIDAD
El nuevo mandatario asumirá en un contexto particular. Por un lado, hereda una provincia con finanzas ordenadas, inversión sostenida en infraestructura, y una red administrativa aceitada. Por otro, enfrentará un escenario nacional dominado por la incertidumbre económica y por un modelo libertario que redefine el vínculo entre Nación y provincias, recortando transferencias y exigiendo una nueva lógica de gestión federal.
Frente a ello, el desafío de Suárez será preservar los logros del modelo santiagueño, pero también dotarlo de nuevos instrumentos que le permitan sostener el ritmo de obra pública, asistencia social y desarrollo productivo sin depender del flujo discrecional de recursos nacionales.
Su perfil moderado y dialoguista puede ser clave para mantener los canales de negociación abiertos con el gobierno de Milei, mientras Zamora opera en el Senado como articulador político del bloque de provincias del norte.
De hecho, ambos roles parecen diseñados para complementarse: Zamora como voz federal en Buenos Aires; Suárez como garante del equilibrio interno en Santiago.
CONTROL TERRITORIAL
El Frente Cívico siempre entendió que el verdadero poder político no se construye en los ministerios, sino en el territorio.
Elías Suárez llega con una estructura consolidada detrás: intendentes alineados, legisladores fieles, y un aparato político que se mantiene engrasado tras veinte años de gestión continua.
Esa red -que abarca desde las juntas vecinales hasta los grandes programas sociales y productivos- constituye la base de la gobernabilidad santiagueña y la principal garantía de que la transición no derive en fracturas internas.
Sin embargo, también enfrenta un desafío: mostrar liderazgo propio sin romper con el estilo zamorista. Deberá construir legitimidad no sólo desde el aparato institucional, sino también desde la gestión cotidiana, demostrando capacidad para sostener el orden político sin depender exclusivamente de la figura de Zamora.
La llegada de Suárez a la gobernación es también una prueba para el Frente Cívico como fuerza política. Hasta ahora, el espacio había girado en torno a un liderazgo personal, pero con la salida de Zamora hacia la escena nacional, el movimiento deberá fortalecer su estructura colectiva, diversificar sus liderazgos y preparar un recambio que asegure la continuidad más allá de los nombres.
En ese marco, Suárez se avizora como el puente hacia una etapa de institucionalización, donde el Frente Cívico deje de depender de una sola figura y comience a consolidarse como un modelo político estable y autosustentable.
Su éxito, por lo tanto, no se medirá únicamente en obras o resultados económicos, sino en su capacidad para mantener la cohesión interna del zamorismo y proyectarlo hacia el futuro.
PODER DUAL
Lo que comienza a configurarse es un esquema de poder dual cuidadosamente diseñado. Gerardo Zamora, desde el Senado, con influencia nacional, contactos políticos y capacidad de negociación federal y Elías Suárez, desde la gobernación, garantizando la continuidad provincial, la gestión cotidiana y la cohesión interna del Frente Cívico.
Lejos de una retirada, este movimiento es una reorganización estratégica del poder santiagueño, que se adapta al nuevo escenario sin perder control ni identidad.
Mientras el país experimenta vaivenes políticos e institucionales, Santiago refuerza su modelo de estabilidad, gobernabilidad y previsión.
El triunfo del Frente Cívico y la asunción de Elías Suárez como gobernador confirman que Santiago del Estero vuelve a optar por el orden frente a la incertidumbre.
La provincia inicia una etapa donde la continuidad y la transición conviven, y donde el desafío será mantener el equilibrio entre un liderazgo consolidado y una nueva figura que deberá afirmarse sin romper la estructura que hereda.
EL VICEGOBERNADOR
Si bien el liderazgo de Gerardo Zamora, eje de poder indiscutible durante casi dos décadas, inicia una nueva fase desde el plano nacional con su llegada al Senado, en ese contexto, figuras como Carlos Silva Neder asumen una importancia decisiva: representan el puente entre la conducción histórica y la administración cotidiana del poder, garantizando tanto la estabilidad institucional como la continuidad del proyecto político provincial.
Silva Neder, actual vicegobernador, representante del peronismo y presidente de la Legislatura Provincial es uno de los hombres de mayor confianza de Zamora y se consolida como uno de los referentes más sólidos de este gobierno, pues en sus hombres carga gestión, equilibrio y proyección política.
De perfil sobrio y con una extensa trayectoria legislativa, Silva Neder encarna una gestión sin estridencias, diálogo político como herramienta de consenso y respeto por la organicidad partidaria.
Durante los últimos años, su figura creció no sólo dentro de la Legislatura -donde ha sido un articulador constante entre las distintas fuerzas del frente-, sino también en el plano político provincial, donde se lo reconoce por su capacidad de diálogo transversal, tanto con el sector peronista -que lidera su primo, José Emilio “Pichón” Neder- que él representa, como con los cuadros del radicalismo zamorista y las nuevas generaciones que ingresaron a la función pública.
En momentos de transición política, como el actual, su rol es clave para mantener el equilibrio interno y evitar desajustes dentro de la estructura de Peronismo y del Frente Cívico, que funciona como una alianza de identidades múltiples, sostenida por el liderazgo histórico de Zamora, pero también por un entramado de dirigencias territoriales y sectoriales.
EL EQUILIBRIO
El nuevo esquema de poder en Santiago del Estero se asienta sobre tres pilares políticos. Gerardo Zamora, como conductor estratégico y voz nacional del modelo santiagueño desde el Senado. Elías Suárez, como gobernador a cargo de la gestión administrativa y garante de continuidad ejecutiva. Carlos Silva Neder, como referente legislativo, articulador político e intérprete institucional del peronismo.
En ese triángulo de poder, Silva Neder cumple la función de equilibrio: asegura la coherencia legislativa del proyecto, garantiza la gobernabilidad con su control del Parlamento provincial y actúa como mediador natural entre los distintos espacios que integran el frente.
Su papel será particularmente relevante en esta nueva etapa, donde la administración provincial deberá consolidar la unidad interna, coordinar la agenda institucional con la Nación y sostener la gobernabilidad en un escenario político y económico nacional cargado de tensiones.
A diferencia de otros dirigentes, su perfil técnico y su tono conciliador le permiten transitar los matices internos del frente sin generar rupturas, algo que será esencial en esta nueva etapa donde el Frente Cívico deberá reafirmar su cohesión ante la partida de Zamora hacia el Congreso y el reposicionamiento de figuras de peso como Pichón Neder.
En este nuevo tablero nacional, con Milei reconfigurando el mapa de poder y los gobernadores disputando autonomía y recursos, Santiago del Estero vuelve a mostrar que mientras el país se fragmenta, la provincia se ordena. Mientras otros liderazgos se desgastan, el zamorismo se renueva. Y mientras el discurso nacional promueve ruptura, Santiago reafirma su identidad política basada en la continuidad, la previsibilidad y la estabilidad.
 
								 
								