26 de diciembre, 2025
Nota de Portada

Fiestas, balances, exigencias sociales y dificultades económicas convierten este mes en un período de alta carga emocional, con aumento de consultas psiquiátricas, ataques de ansiedad y estrés. Entre la necesidad de celebrar y el cansancio acumulado, el estrés de fin de año afecta la salud física y mental.

Diciembre es, culturalmente, el mes de las celebraciones. Reuniones familiares, despedidas, balances laborales, actos escolares, exámenes, egresos, la organización de las fiestas se superponen en una agenda que parece no tener pausas y las demandas sociales que exigen mostrarse alegres conforman un cóctel que, lejos de ser festivo, resulta muchas veces abrumador.

A este escenario se suman las ausencias que se hacen más evidentes alrededor de una mesa, las sillas vacías que recuerdan pérdidas y duelos. Como si eso fuera poco, la compleja situación económica que atraviesa a gran parte de la sociedad argentina condiciona decisiones cotidianas y profundiza preocupaciones.

Todo ocurre al mismo tiempo, y todo parece urgente.

La presión no es solo externa. A las obligaciones concretas se agregan las demandas simbólicas: la expectativa de mostrarse feliz, de disfrutar, de cerrar el año con alegría, aun cuando el cansancio, la tristeza o la preocupación ocupan el primer plano. Así, diciembre termina convirtiéndose, para muchas personas, en el mes del agotamiento emocional, la irritabilidad y la sensación de no llegar a todo, que suelen ser señales de alerta de un nivel de estrés elevado, característico de esta época del año.

Efectivamente, el estrés de fin de año suele manifestarse de múltiples maneras. El cansancio persistente, la dificultad para concentrarse, los olvidos frecuentes, la falta de atención y la irritabilidad son señales habituales. En otros casos aparecen dolores físicos, contracturas, trastornos digestivos o alteraciones del sueño. El cuerpo y la mente comienzan a dar aviso de que la carga es excesiva.

 

Desde el punto de vista biológico, el estrés es un mecanismo natural y necesario. Se trata de un conjunto de reacciones fisiológicas destinadas a aumentar la energía disponible para afrontar cambios o situaciones desafiantes. En niveles moderados, el estrés cumple una función adaptativa: activa, motiva y mejora el rendimiento. El problema surge cuando las demandas se perciben como desbordantes, prolongadas o imposibles de manejar, superando la capacidad de adaptación del organismo. Es entonces cuando el estrés deja de ser adaptativo y se transforma en distrés o estrés patológico, una situación frecuente hacia el cierre del año.

El estrés ha sido definido como la percepción de que las demandas del entorno desbordan los recursos personales y ponen en riesgo el bienestar. En este contexto, sentirse “estresado” en diciembre se vuelve casi una norma, especialmente cuando varias obligaciones se superponen, el tiempo parece no alcanzar y las expectativas -propias y ajenas- parecen imposibles de cumplir.

Si bien en niveles moderados el estrés puede resultar estimulante y favorecer el rendimiento, su persistencia en niveles altos termina afectando la memoria, la toma de decisiones y la capacidad para resolver problemas, generando un círculo vicioso de mayor tensión y desgaste.

 

ÉPOCA DE REPLANTEOS EXISTENCIALES

El doctor Eduardo Silvestre (M.N. 57969) señala que los últimos meses del año concentran una serie de situaciones vitales que generan incertidumbre en todos los integrantes de la familia. Por razones culturales y sociales, este período invita a balances personales y replanteos existenciales: cómo fue el año que termina, qué se espera del próximo, quiénes están presentes y quiénes ya no, cómo se enfrentarán los desafíos futuros.

Tal es así que, “por las características de nuestra cultura es época de replanteos existenciales”, asegura. Entre estos interrogantes surgen algunos como los siguientes: ¿Cómo me fue este año?, ¿cómo me irá el próximo?, ¿quiénes estamos, quienes no están?, ¿cómo voy a enfrentar los desafíos que me impondrá el nuevo año que se avecina?

A estos interrogantes se suman hechos cotidianos que adquieren un peso emocional particular: el cierre del ciclo escolar, el fin de actividades académicas, los cambios de rutina y la reactivación de duelos no resueltos. Según el especialista, si bien estas situaciones forman parte de la vida, se actualizan y refuerzan especialmente en esta época del año.

En tal sentido, el

 la vez, indica que también es tiempo de situaciones comunes, como “los niños terminan la escuela, los jóvenes sus actividades académicas, se vienen las fiestas y se actualizan las ausencias”.

En ese sentido, el profesional indica que “estos conflictos vitales son parte de nuestra cotidianeidad pero se actualizan y se refuerzan particularmente en esta época del año”.

Es por eso que “la mayoría de las personas, con mayor o menor carga de angustia y ansiedad, terminamos ‘encontrándole la vuelta’. Afrontamos la situación conflictiva y seguimos adelante”. Entiende que “son las cosas de la vida”, sobre todo porque “no ocurrió nada que rompiera nuestro equilibrio emocional ni fisiológico”.

Aunque “es cierto que gastamos energía extra para salir adelante pero nuestro organismo está preparado para superar esos desafíos. El costo que pagamos no es excesivo, es simplemente el precio de vivir”.

 

CAPACIDAD DE AFRONTAR

Si bien la mayoría de las personas logra adaptarse, aun con una cuota de angustia o ansiedad. Se gasta más energía de lo habitual, pero el organismo suele estar preparado para atravesar estas exigencias sin que se rompa el equilibrio emocional. Ese esfuerzo extra, tal como lo explica el Dr. Silvestre, es parte del precio de vivir. Sin embargo, no todas las personas cuentan con los mismos recursos para afrontar estas demandas.

En ese sentido, el Dr. Silvestre indica que algunas personas, debido a una conjunción de factores genéticos -predisposición biológica- y otros adquiridos en función de su experiencia de vida –factores psicológicos y sociales-, no cuentan con las herramientas adecuadas para afrontar estas situaciones conflictivas. Es entonces cuando su capacidad de respuesta se ve superada, la totalidad de su organismo acusa el impacto. “Finalmente, aparecen síntomas, tanto psicológicos como corporales: enferman”, precisa.

La diferencia no está tanto en la situación estresante, sino en la manera en que cada persona la interpreta y la enfrenta. Si bien las situaciones conflictivas son las mismas en ambos grupos. “Lo que los diferencia es la manera de enfrentar la situación de conflicto”, lo que él denomina “capacidad de afrontamiento”.

El resultado es que el grupo que tiene una capacidad de afrontamiento deficiente se enferma. “A esta modalidad de respuesta desadaptativa que conduce a la enfermedad es lo que denominamos estrés”.

 

“ENFERMARSE POR ESTRÉS”

De modo tal que se puede deducir que enfermarse por estrés depende más de la persona que de la situación estresante en sí misma, del significado que cada persona le otorgue a la situación que considera que amenaza su bienestar.

Ese significado estará condicionado por la historia personal del sujeto, por lo "aprendido" a lo largo de su vida, teniendo particular importancia sus relaciones vinculares y sus experiencias tempranas.

“Y es precisamente eso, sobre lo que podemos actuar”, enfatiza. Hay situaciones que no se pueden resolver, como la muerte de un familiar querido. Por lo tanto, “debemos diferenciar ‘reacción o respuesta al estrés’ de ‘estrés enfermedad’. La primera es una respuesta natural y no necesariamente nociva. En cambio, “enfermarse por estrés es más complejo”.

Todo lo cual depende de factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales. Por eso es importante diferenciar entre una reacción normal al estrés, que no es necesariamente dañina, y el estrés que se transforma en enfermedad.

 

 

RESPUESTA DE ESTRÉS

En este punto, el Dr. Silvestre señala que “cuando decimos que una persona tiene estrés, estamos queriendo significar que algo anda mal, que algo se ha desacomodado”, ya que “esa persona tiene una respuesta de estrés desadaptada, desequilibrada, disfuncional”.

Cuando la respuesta de estrés se vuelve disfuncional, suele presentar tres características:

1) Es exagerada –demasiado potente.

2) Es muy sensible (se dispara muy fácil, incluso cuando no hay peligro real).

3) No se apaga cuando la amenaza desaparece.

 

Entonces, el estrés, sostenido a lo largo del tiempo y sin un tratamiento adecuado, produce un impacto sobre la salud de todo el organismo.

El organismo cuenta con una herramienta esencial para defenderse ante las situaciones que amenazan su integridad. Cuando el cerebro evalúa que una situación es peligrosa, pone en marcha, "enciende" un mecanismo adaptativo para defenderse, para afrontar la situación.

Este "encendido" produce un importante cambio en todo el organismo: se aceleran el corazón y la respiración, la sangre se concentra en los músculos y las pupilas se dilatan.

Cuando el cerebro evalúa que la amenaza ha cesado, el mecanismo se apaga y todo vuelve al estado basal, a la normalidad. Este mecanismo fisiológico y conductual se conoce con el nombre de "respuesta de estrés", presente en todos los animales y esencial para preservar la especie.

 

SÍNTOMAS

El estrés puede manifestarse en distintos niveles:

  • A nivel somático: pueden aparecer los siguientes síntomas como dolores diversos, contracturas, tensión muscular, trastornos digestivos, disminución de las defensas, hipertensión, cansancio extremo, entre otros.

 

  • A nivel emocional: es frecuente que aparezca irritabilidad (disminuyendo la regulación emocional y el control de los impulsos por el desajuste que produce el desbalance ocupacional). Insatisfacción, ira, fatiga, trastornos de ansiedad y del estado de ánimo.

 

  • A nivel cognitivo: puede haber disminución de la atención y la memoria, enlentecimiento de las funciones psíquicas superiores, bloqueos y problemas de rendimiento.

 

  • A nivel conductual:  las personas muy estresadas pueden tender a aislarse de familiares y amigos, conducir “temerariamente, incurrir en distintos tipos de abusos (trabajo, sustancias, medicamentos, alcohol, juego, comida, cigarrillo).

“SACAR EL EXCESO DE CARGA EMOCIONAL”

Por su parte, el psiquiatra Gastón Noriega aporta otra mirada al señalar que fin de año suele vivirse como un momento de evaluación personal, donde lo no logrado se experimenta como un fracaso, como si el calendario impusiera un cierre definitivo. A esto se suma la melancolía por los seres queridos ausentes y la presión económica, especialmente visible en las fiestas. En este contexto, remarca la importancia de no medir el afecto por el valor de los regalos y de poner el foco en la presencia y el compartir.

El médico psiquiatra señala que “a fin de año uno suele hacer balances sobre lo que ha pasado en el año, las cosas que no hemos podido lograr, muchas veces se vivencian como fracasos; como si el 1 de enero no se pudiera seguir peleando para conseguir nuestros objetivos”.

Además, “en las fiestas uno recuerda mucho a los seres queridos que ya no están con nosotros y nos ponemos melancólicos”.

También hace hincapié en la cuestión económica. “En Navidad se dan regalos y con la crisis económica muchas veces no podemos hacer los que nos gustaría hacer”.

Por ello, precisa que “no podemos medir el amor que nos tenemos por el tamaño o el precio del regalo. Hay que tratar de hacer foco en lo que sí tenemos, en las personas que sí están presentes, disfrutar de compartir un momento juntos”.

A la vez, enfatiza en la necesidad de “sacarle el exceso de carga emocional a las fiestas”, pues esto “no hace otra cosa que ponernos mal. Las navidades no tienen que ser de una determinada forma, uno tiene que tratar de estar relajado, no imponerse presiones y disfrutar tomando el día de las fiestas como si fuese cualquier otro”.

Quitar a las fiestas una carga emocional excesiva es clave para atravesarlas con mayor serenidad. Las celebraciones no tienen una única forma posible ni deben responder a ideales irreales. Aceptar las propias emociones, poner límites, evitar compromisos innecesarios y priorizar el descanso son formas concretas de cuidar la salud mental.

 

TIEMPO DE BALANCE

El psicólogo Alejandro Schujman se refiere a fin de año como tiempo de balance. “Las fechas obligan, los ciclos se cierran. Son sólo números, 31 de diciembre, fin de año; 1° de enero comienza otro”, indica.

En este sentido precisa que “inevitablemente los cambios de ciclo obligan a un tipo de balance, y comenzamos como un mantra circular”. Tal es así que las personas suelen afirmar “Año nuevo vida nueva, el lunes empiezo la dieta; el año que viene me pongo firme con el gimnasio, las cosas van a cambiar, ya me va a oír mi jefe, pondré a mi suegra en su lugar y bla, bla bla”.

“Todos tenemos, en mayor o menor medida, la secreta esperanza de que el calendario organice y se ocupe de proveernos fuerzas de voluntad y capacidad de tomar decisiones sabias que durante el año no hemos podido llevar adelante”, afirma.

A la vez, señala que “el espíritu de las fiestas a veces es un trampolín que nos llevará a conseguir los pendientes del año que se está yendo, poder rescatar lo saludable y descartar lo que sobra”.

Sin embargo, “está en nuestras manos modificar aquello que de nosotros depende, y es bueno sorprender a un diciembre con un entusiasmo anticipado, y que enero nos encuentre con el proceso en marcha”.

Por ello, el profesional indica que es necesario “preguntarnos, mirarnos hacia adentro con toda la honestidad de la que seamos capaces. ¿Gestionamos aquellas cuestiones que nos dan nuestra esencia? ¿O corrimos tras falsos ideales, ruidos de ocasión, cotillón de tiempos líquidos? Soportemos la respuesta, y hagamos en consecuencia”.

“Que este ciclo que se cierra nos ubique en tiempos de encontrarnos, sin máscaras. Seamos poderosos. Que podamos disfrutar. Que podamos amar. Que podamos reír, jugar, soñar, que nadie nos quite la capacidad única y maravillosa de soñar. Que podamos agradecer, mirar a los ojos, volver a las aldeas circulares, dejar la arquitectura pretenciosa y cuadriculada de nuestros tiempos”, finalizó.

 

DUELOS

Mientras que el psicólogo Antonio Cano Vindel indica que es importante aceptar las pérdidas de los seres queridos, pues la muerte está ahí desde el momento que nacemos. Aceptarlo es mejor que hacerse preguntas que no tienen respuesta, “¿por qué le ha tocado a mi padre si él podía haber vivido más?”.

Estos planteamientos ahondan más en el duelo y en la tristeza, por la falta de aceptación. El psicólogo añade que, en otras ocasiones, hablamos con quien ya no puede contestar, nos conformamos con emociones que programamos en nuestro cerebro, podemos fantasear un rato, volver a “verle”, sentir, pero tenemos que aceptar la pérdida para elaborar el duelo.

A veces el duelo se complica por la culpa, algo frecuente, habitual si el que fallece es un hijo y vienen pensamientos como “tenía que haberlo llevado antes al hospital” o “por qué no me ha pasado a mí”. Las culpas aumentarán el duelo complicado, pero si se expresa, el apoyo social ayudará a aliviarlas y a corregirlas.

 

En la recta final hacia Navidad y Año Nuevo, resulta clave aprender a poner límites, no asumir más compromisos de los que se pueden sostener y aceptar que no todo debe ser perfecto. Cuidar la salud emocional es también una forma de celebrar, priorizando el bienestar y la calma en un tiempo que, más allá de las luces y los rituales, invita a cerrar ciclos y comenzar otros con mayor conciencia.

Además, aprender a escuchar las señales del cuerpo y de la mente resulta fundamental. No todo debe ser perfecto ni alegre. A veces, cuidar el equilibrio emocional, aceptar las pausas y bajar las exigencias es el mejor modo de cerrar un año intenso y comenzar otro con mayor bienestar.

 

Compartir: