10 de julio, 2025
Actualidad

Está muy en boga el tema de la política de cancelación. Entendiendo la misma como el modo en que se anula a alguien del círculo social por alguna acusación, sea ésta fundada o no. Simplemente basada en dichos de dichos…
El tema es ¿fundada o no, tal acusación o reproche de ciertos grupúsculos hacia una persona en particular, es justa, es real? O dicho de otro modo quién se encarga de propagar las acusaciones ¿se tomó el trabajo de saber la verdad de las acusaciones eventuales?
Cuando digo si es justa o no, más que al atacado (o juzgado) me refiero a los atacantes (o jueces). La mayoría de las veces, sobre todo en un tiempo de viralizaciones por obra y gracia de las redes sociales, los chismes se propagan de un modo incontenible. Ni que hablar de las reuniones a puro mate, chismes y chipaco para amenizar.
Hace un tiempo vi una película que se llama “La duda”, que recomiendo altamente, en que un sacerdote es juzgado de algo. En su homilía, el mismo sacerdote acusado cuenta una anécdota que me quedó grabada.
Había una vez una mujer muy afecta al chisme, la contundencia de sus afirmaciones generaba en el resto del grupo, una certeza absoluta, y consecuentemente sobrevenían las acusaciones impiadosas hacia una persona en particular. Sabiendo de eso, otro sacerdote, al que la mujer chismosa había acudido todos los domingos y en confesión le dijo que había comentado demasiadas cosas sobre una persona. El sacerdote la puso a prueba y le dijo: ve a tomar tu almohada de plumas y hazle un tajo, acércate a la ventana y disemina las plumas. Ahora que el viento las ha llevado por doquier, te desafío a que vayas a recogerlas a todas. La mujer lo miró empezando a entender y cuando el cura vio en la mirada de ella que había comprendido el mensaje, le dijo: “Lo que pasa con las habladurías es que diseminan como las plumas que no puedes recoger. Los efectos son muchas veces insalvables”. 
Cuando se afirma algo de alguien, sobre todo en ciudades chicas como la nuestra en que la tradición oral es muy fuerte, hay que tener mucho cuidado con lo que se afirma de otro ser humano. Porque con el mismo vigor y ligereza con que se propaga un infundio sobre una persona que no se puede defender, puede venir el vuelto, al amparo del infalible karma. O justicia divina o ley de equilibrio universal. Como lo quieran llamar, pero la interpretación es la misma. Algunas veces se puede ser victimario, otras veces, víctima.

El fenómeno de la cancelación mediática
Saliendo del pago chico, este fenómeno moderno ha alcanzado a muchas personas conocidas, muchas figuras del canal porteño Telefé. Allí se acumularon acusaciones, y hasta encarcelamientos, la mayoría por presunto abuso de menores desde un ex ganador de Gran Hermano hasta el sempiterno sonriente animador Marley o la conductora Lizzy Tagliani. (Este último hecho quedó en la bruma dado la inconsistencia de las acusaciones de la periodista Viviana Canosa, quien no supo o no pudo sostener con contundencia, sus afirmaciones que llegaron a lo legal)
Pero decía Quino a través de su inefable Mafalda, “la hormiga no le hace nada a la locomotora, pero la de ronchas que le saca al maquinista”.
En la vorágine de las redes sociales en las que todos deben decir algo, nadie queda sin opinar y todos tienen vocación periodística, el sostener un tema, ajeno a la opinión pública explícita es imposible. 
Todos son opinadores con presunta consistencia, cuando en realidad se trata de sangrar por la propia herida. La inercia de ir adelante con la acusación, es ni más ni menos que la propensión de la gente a expulsar demonios incontenibles, sin importar la veracidad o no de las acusaciones. Sin medir consecuencias.
Volviendo al pago chico, a los chismes de mate o café, no importa la veracidad de lo que se dice, importa lo que se dice y cuanto más jugoso mejor. Y con el dicho, exagerado muchas veces, viene la cancelación, puesto que desde no sé qué altura moral, los decidores se erigen en jueces con potestades ilimitadas. Alguien baja el pulgar, como lo hizo Nerón y desde allí, se aísla a una persona, expulsándola de los grupos sociales como modo de castigo desde vaya uno a saber qué potestad ética.


En realidad, lo que ella les dice a otras de otros, la está definiendo. Suponiendo que el aquelarre es donde se cocinan las cancelaciones. Pero en el vértigo con el que se mueve un chisme, muchos y muchas deberían al menos tomar recaudos antes de propagar una chismorrería. Evaluar daños colaterales y saber, fundamentalmente, que todo, absolutamente todo, tiene su reacción. Y lo peor, la reacción boomerang en la que los emisores se vuelve receptores de la inevitable vuelta kármica de los dichos malintencionados.
Nuestro pago chico es ideal para este tipo de cotilleo del cual, nada sale bien. Puesto que la única razón es tener un chivo expiatorio, el cual se lleva las críticas, es el expulsado social y mientras se entretienen con murmuraciones, se olvidan de sus propias miserias, que son muchas y notorias, pero mientras tanto, se disimulan con la pantalla del apedreado.
En medio de un discurso confuso y contradictorio de sororidad y solidaridad humana, hay gente que se odia a sí misma, no puede encontrarse un minuto a solas consigo misma, vaya uno a saber con qué miserias se encontrarán; y deben apelar al mediocre recurso de desprestigiar terceros.
Si tan sólo las proclamas que convocan plazas enteras, sobre los derechos humanos y su necesidad de defenderlos se convirtieran en realidad, esto no ocurriría. Como es adentro es afuera dicen. Tal vez, haya muchas almas oscuras.
Si las misas fuesen una expresión de reales valores y de unción, cuántos católicos que pululan por doquier, aportarían su respetuoso silencio o su opinión ecuánime cuando escuchan hablar de un tercero. Pero las habladurías también ocupan a los devotos…Triste. 
Pero como dice Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Silencio, callen esas bocas resonantes, escuchen el silencio de la paz, antes de que nos hayamos devorado entre todos.
Sin chismes sí hay Paraíso.

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