Este 15 de septiembre se conmemoró un nuevo aniversario de un hito histórico en América Latina: la independencia de cinco naciones centroamericanas -Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua- que en 1821 proclamaron su separación del imperio español.
A más de dos siglos de aquel acto fundacional, el aniversario es también una oportunidad para reflexionar sobre los vínculos invisibles que atraviesan la historia latinoamericana.
Uno de ellos, simbólico pero poderoso, aparece en los colores de sus banderas: el celeste y blanco que conecta con Argentina, la nación más austral del continente, y con su temprana lucha emancipadora.
A diferencia de otras revoluciones que fueron el resultado de guerras prolongadas, la independencia centroamericana fue más un acto administrativo que militar. No hubo batallas sangrientas ni grandes alzamientos en ese momento: los firmantes, influidos por el clima independentista que recorría toda América Latina, consideraron que continuar bajo dominio español era insostenible.
A simple vista, Argentina parecía estar lejos de los procesos centroamericanos: ubicada al sur del continente, con su propia gesta revolucionaria desde 1810 y una independencia declarada formalmente en 1816, sus caminos parecían bifurcados.
Sin embargo, la conexión está a la vista de todos, flameando en lo alto de las banderas de las naciones centroamericanas.
Los pabellones de Honduras, Nicaragua, El Salvador y, con variaciones, Guatemala y Costa Rica, adoptaron franjas horizontales azul celeste y blancas. Esas franjas no fueron elegidas al azar. Se inspiraron directamente en los colores de la bandera argentina, creada en 1812 por Manuel Belgrano y enarbolada por primera vez a orillas del río Paraná.
La bandera argentina, en su diseño original, ya representaba ideales de libertad y soberanía que cruzaban fronteras. Los colores celeste y blanco simbolizaban el cielo, la pureza, y la justicia de una causa americana. Esos mismos valores fueron adoptados en Centroamérica como emblemas de la libertad recién conquistada.
El anónimo responsable fue Hipólito Bouchard, quien recibió la autorización para usar en combate “el pabellón de las Provincias Unidas, a saber: blanco en su centro y celeste en sus extremos al largo”. Bouchard y los corsarios fueron autorizados por los gobiernos del Río de la Plata para hostigar a las fuerzas navales españolas y a su comercio y, a bordo de la fragata La Argentina, llegó a las costas centroamericanas, donde sus habitantes vieron tremolar la enseña de Belgrano en los mástiles de los navíos argentinos combatiendo con los españoles.
Los colores de nuestras banderas, más allá del simbolismo visual, revela una verdad más profunda: los procesos de independencia en América Latina no fueron hechos aislados, sino parte de una gran marea histórica que recorrió el continente, alimentada por ideas comunes de libertad, soberanía, y república.
Hay un lazo que sigue ondeando al viento: esos colores celestes y blancos que, como un hilo invisible, siguen conectando a Centroamérica con Argentina. Un legado compartido que recuerda que la libertad, en América Latina, se pensó como un proyecto colectivo antes que como una simple frontera.