En preparativos a la celebración de su nuevo aniversario, número 77, el santiagueño que integra el organismo nacional único en el mundo por su característica, contó a La Columna la gran tarea que realizan a lo largo y ancho del país, y la falta de difusión que les limita la incorporación de nuevos integrantes.
En un mundo donde todavía la paridad no existía, dónde ser “diferente” era estar fuera del sistema, nacía el primer organismo integrado netamente por personas no videntes. El 15 de octubre de 1947 debutó la Banda Sinfónica Nacional bajo el liderazgo de su fundador, Pascual Grisolía.
Cientos de artistas han pasado por el grupo. Llegaron a tener unos 80 integrantes. Hoy alrededor de unos 40, pero con la misma voluntad de ofrecer calidad e integración. Entre ellos se destaca Jorge Díaz, uno de los que pone el ritmo.
Nacido y criado en Santiago del Estero, desde el 2006 se encuentra en planta permanente dentro del grupo como percusionista. De muy pequeño tuvo que dejar la provincia por un glaucoma congénito descubierto y que debía con urgencia tratarse.
En sus casi 20 años dentro de la banda, ha recorrido grandes escenarios, tocando con artistas tales como León Gieco o Patricia Sosa, aunque nunca –todavía- ha tenido el privilegio de presentarse en Santiago con sus compañeros.
En charla con La Columna, contó sobre este presente que lo tiene como el único músico representando a la provincia.
¿Hace cuánto tiempo estás dentro de la Banda Sinfónica y cómo ha surgido esta inserción?
En mi caso rendí el concurso, qué es la forma de entrar a la banda sinfónica. Rendí un concurso de antecedentes y oposición el 17 de diciembre del año 2005 y me salió el nombramiento el primero de enero de 2006. Soy un integrante estable. Hay compañeros contratados que están un tiempo hasta que surge otro concurso.
Mi relación con la música es desde chico. Mi primer compañero fue un bombo legüero que me regalaron mis padres, allá lejos y hace tiempo. Después de ahí nunca más me separé de la música, primero como bailarín o luego ejecutando algún instrumento, hasta que se me dio la posibilidad de ingresar a la banda sinfónica.
¿Cuáles son los primeros recuerdos con el bombo legüero?
Fue en la ciudad de La Banda específicamente. Soy nacido en ciudad Capital, pero por motivos de mi problema visual nos tuvimos que mudar de muy chico. Mi primer bombo legüero lo toque en las calles San Juan y Mitre, que era la casa de mis abuelos, ahí a dos cuadras de la terminal de La Banda.
Siempre me acompañaron mis padres, desde chico bebí la esencia de la música. Cada vez que escucho un tema folclórico, enseguida viajó a Santiago.
Luego, ¿cuál fue la situación qué te llevó a radicarse en Buenos Aires?
Yo tengo glaucoma congénito, qué es presión ocular. Mi infancia la pasé en Mar del Plata hasta el año 82. Iba a controles casi semanalmente, luego con mi familia nos vinimos para Buenos Aires. Ahora vivo en el partido de Tigre.
¿Qué experiencias te ha tocado atravesar en estos años con la banda?
Una de las cosas más grandes que me ha ocurrido fue cantar un par de canciones en el Forum de Santiago Del Estero en el año 2014, para un congreso. Fui en esa oportunidad como parte de la delegación. No con la banda completa.
Otras de las experiencias que también tuve fue tocar con León Gieco. Algo que no olvidaré nunca, me dejó una sensación muy especial. Una persona muy sencilla, humilde, en nuestro caso que somos personas que no podemos ver, se paró uno por uno a saludarnos. También tuve la dicha de conocer a Patricia Sosa, Guillermo Fernández en Tucumán y Lito Vitale en Rosario.
¿Cómo se trabaja siendo la banda pionera con estas características no solo en el país, sino en el mundo?
La banda causa mucho impacto cuándo se presenta en vivo. Ahora hemos perdido muchos músicos por el tema que se fueron jubilando, algunos los obligaron porqué más allá que estaban en perfectas condiciones para ejecutar algún instrumento, cumplían con la edad.
Lo que nos cuesta casi siempre es “reponer” esos músicos. Recordemos que nosotros somos ciegos, y hay poco recambio. También en cuanto a la difusión también nos costó bastante, ahora la Dirección Nacional de Organismos Estables se está moviendo, pero tuvimos una época dónde hicimos giras y después quedamos totalmente parados.
Somos el único organismo sinfónico de ciegos que existe en el mundo, tal cuál como banda sinfónica a nivel orgánico. Hemos llegado a tener 80 músicos, ahora somos menos pero siempre con las mismas ganas. Por eso queremos que los chicos jóvenes ciegos se interesen por la música, sobre todo, que sepan que aquí se les permite vivir de lo sabemos hacer, más allá que cada uno tiene sus proyectos personales.
¿La falta de músicos ciegos se da por la falta de difusión, de profesionalismo falta, de espacios?
Primeramente, es por la falta de difusión. Me tocó hacer notas con periodistas que no conocían ni la existencia del organismo. También sucede que los instrumentos son muy caros, y estudiar es un doble esfuerzo.
La única particularidad que nosotros tenemos en relación a un organismo convencional es que debemos ejecutar las partituras de memoria. Las tenemos escritas en braille, pero las tenemos que memorizar.
La desventaja de asistir a un conservatorio es grande. Las personas con vista tienen al alcance el material de estudio y desde temprana edad pueden estudiar. A nosotros nos cuesta mucho conseguirlos. Cuando estudiaba vientos, me costó encontrar los manuales para estudiar y me lleva mucho tiempo memorizar las partituras. Aunque veas o no, debes estudiar mucho para que salgan las cosas bien.
De hecho, en el concurso de ingreso te dan una partitura para memorizar en 20 minutos. Y ahí también se mide tu capacidad laboral. Es mucha concentración. En ocasiones llegamos a estudiar un mes completo enormes partituras. Con el tiempo adquirís agilidad, algunos les cuesta más otros menos, pero todo es un esfuerzo doble.