La paradoja del asado a política, como fenómeno social, a menudo desafía nuestras expectativas, lo que, en un país atribulado por los constantes cambios y las rápidas contorsiones de los dirigentes, toparse con un modelo que no tiene modelo, es una rara sensación de esperar lo imprevisto. Si el mundo está plagado de las certezas que parecen desvanecerse, lo impensado se ha convertido en una constante en la Argentina de hoy. Irrumpieron líderes inesperados como lo es Javier Milei pero también se advierten decisiones políticas que salen de lo común y rompen con lo establecido.
Así la paradoja de lo impensado se manifiesta en diversas dimensiones, desafiando nuestras concepciones sobre la democracia, el liderazgo y la participación ciudadana. En los últimos años, hemos sido testigos de la llegada al poder de figuras políticas que, en circunstancias normales, no habrían podido ser consideradas viables ni fiables.
Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil o Javier Milei en Argentina son en sí los exponentes de una sociedad que, hastiada de los políticos de siempre, busca un atajo a la “normalidad” y canaliza su descontento con outsiders, y ello nos conduce a la elección de candidatos que desafían el statu quo.
También en Europa se observa este movimiento “anárquico” de expresiones “revolucionarias” permitiendo el ascenso de partidos populistas y de extrema derecha que han sacudido los cimientos de la política convencional. Así en un mundo donde primaba la globalización y la integración, perfilándose hacia un camino de moderación, mutó abruptamente y en sentido diametralmente opuesto.
Hoy nos parece increíble que se considere aplicar decisiones que, en principio, resultarían inviables, como el veto a aumentos jubilatorios, esto es solo un ejemplo de cómo lo impensado se manifiesta en decisiones que sorprenden tanto a aliados como a opositores.
Este tipo de decisiones no solo generan confusión, sino que también alimentan la polarización, que para el presidente es algo que le place, porque busca diferenciarse de lo que él llama “la casta”.
Pero deberíamos tener cuidado porque, como decía el mexicano Carlos Fuentes, “las revoluciones las hacen hombres de carne y hueso, no santos, y todas terminan por crear una nueva casta privilegiada” y el peligro es que Milei, con su forma de ser tan particular, termine creando una nueva casta.
La paradoja aquí resultaría harto evidente: que un líder que promete cambio termine reproduciendo las prácticas del pasado que tanto criticó.
A la par de ello surge otro nuevo condimento, donde la participación ciudadana también ha cambiado. Como fenómeno social y político, las movilizaciones sociales han hastiado y ya son urticantes para el sentir popular, además muchas de las movilizaciones han pasado de ser manifestaciones organizadas a fenómenos virales, impulsados por las redes sociales, se cambió al dirigente por el influencer.
Hoy la movilización, la expresión de las multitudes, pasa por otro lado: la espontaneidad de lo virtual, ya la representación no está dada en cuánta gente en las calles se pone, sino en cuantos “likes” o seguidores uno tiene. Hay sí un cambio de época, el mismo cambio que supo leer y entender el presidente y donde los políticos tradicionales salieron perjudicados y todavía no logran subirse al tren de la tecnología, la inmediatez y el dinamismo que genera la rapidez de las comunicaciones.
En este contexto, la clave para navegar por la incertidumbre política será la capacidad de adaptación, la apertura al diálogo y la búsqueda de soluciones inclusivas que reflejen las verdaderas necesidades de la sociedad, sabiendo utilizar las herramientas que nos otorga la tecnología. Lo impensado ya no es la excepción, sino una nueva regla en el juego de la política global. Y en el tren de las paradojas, Milei no se queda quieto y nos perturba a cada instante para poder leer entrelíneas qué quiere hacer y hacia dónde va, porque si bien mantiene una línea directriz en algunos momentos cambia de ramal o aparenta hacerlo. Así, en un giro inesperado de los acontecimientos, el presidente que conocemos como un ferviente detractor de la “casta” política, decidió invitar a comer un asado a los diputados que validaron su veto al aumento jubilatorio, aprobado previamente por el Congreso.
Esa decisión nos plantea variadas secuencias, por un lado, pondría de manifiesto las contradicciones de su gobierno, a su vez, nos refleja la inestabilidad y las rencillas internas que marcan la estrategia del gobierno y su relación con la oposición. Hoy se ha convertido al asado en Olivos en un símbolo de las contradicciones. Siendo Milei, un político que llegó al poder prometiendo un cambio radical y una ruptura con la vieja política, parecería que este tipo de invitaciones navegarían en un mar embravecido donde las turbulencias son más que las aguas calmas.
Si la invitación a comer un pedazo de costilla con unas achuras lo fue para agasajar a quienes lo ayudaron en su lucha contra el gasto público y a favor del déficit fiscal, es también una muestra de desconcierto interno. ¿Será que es un intento de mantener la unidad en un gobierno que, desde su llegada, ha enfrentado numerosas peleas internas? La medida podría interpretarse como un intento de aplacar a aquellos que, aunque leales, cuestionan sus decisiones.
El veto al aumento jubilatorio, que había sido aprobado por el Congreso, generó un revuelo considerable, no solo por el impacto que tiene en millones de jubilados, sino también por las tensiones que se han exacerbado entre los propios miembros de la coalición gobernante. Si uno pudiera estar en la cabeza del presidente, del economista fundamentalmente, nos daríamos cuenta que su obsesión por el gasto público y el déficit fiscal tiene un correlato en no gastar lo que no se tiene. Como pregonaba la cara visible del dólar Benjamín Franklin: “Cuida de los pequeños gastos; un pequeño agujero hunde un barco”.
Es ahí donde el primer magistrado pone el acento, cuidar el dinero público, pero no lo ayuda en nada el clima de disputas dentro de las filas del oficialismo, las diferencias entre diputados, senadores y funcionarios se han vuelto evidentes. Las peleas son constantes y reflejan un panorama fragmentado donde cada facción parece más preocupada por consolidar su pequeña cuota de poder que por las políticas públicas que prometieron implementar. Poder que pareciera que no se comparte desde la familia Milei y su acotado círculo aúlico, que empezaría y terminaría con Santiago Caputo, el asesor estrella, sin cartera, sin despacho, sin sueldo, pero con llegada y donde cabe un poco de lugar para Sturzenegger y no mucho más para Francos o el ministro de economía.
Por otro lado, en el ámbito de la oposición, Cristina Kirchner sigue siendo una figura polarizadora. Aparece y desaparece del escenario político, dictando clases magistrales y presentando cartas que critican a Milei, mientras se esfuerza por no perder relevancia en la narrativa política del país. Sin embargo, su ambigüedad respecto a su sucesión se vuelve un tema candente. ¿Optará por respaldar a su hijo Máximo, o al gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof? La tensión entre ambos es palpable y refleja la fractura en el oficialismo, algo que podría resultar en una pérdida de centralidad para Kirchner si no maneja con cuidado sus aliados y adversarios
Cristina Kirchner no solo critica a Milei; su estrategia parece estar orientada a mantener un lugar central en la política argentina. Sin embargo, el hecho de que no logre definir a su sucesor -en un contexto donde Kicillof y Máximo están en desacuerdo- genera incertidumbre. La falta de una figura unificadora podría beneficiar a Milei, quien, a pesar de sus propias controversias, podría capitalizar el descontento de un electorado que busca alternativas. En este contexto, la política argentina se encuentra en un estado de fricción constante solo matizada con la paradoja de un buen asado que se convierte más que en una mera reunión social, en un microcosmos de la política argentina actual, marcada por rencillas internas, contradicciones y un juego de poder donde cada actor busca posicionarse.