18 de diciembre, 2025
Actualidad

Esta época es el fin de clases, la culminación del año lectivo y, por lo tanto, un motivo de celebración. Hay distintos tipos de egreso, los hay del jardín, de la primaria y de la secundaria. Y hay distintos grados de intensidad emocional.

Cada uno tiene su liturgia. Y la misma va en orden descendente. Los chicos de nivel inicial, toman el hecho con una gran enjundia. Para ellos, “egresar” del jardín de infantes es todo un acontecimiento al que hay que ponderar y festejar a como dé lugar. Es la alegría de ellos y de los padres también. Después están los de primaria, que también para los “medianitos” es todo un acontecimiento, y ya los más grandes, de secundaria, que miran todo con los ojos puestos en su futuro y con la sensación de un ciclo terminado.

Para los más chico están los inveterados “actitos”, que no por usar el diminutivo son intrascendentes ni mucho menos breves.

Al contrario, son extensos. Muy extensos a veces.

Palabras de maestras y directoras, interminables, por cierto. Muchas veces en extensiones rayanas en la desconsideración, hacia los homenajeados y hacia los familiares de los mismos.

¿Por qué esto? Porque muchas veces los chicos se descompensan, porque los docentes y directores no miden la extensión de sus discursos.  Los mismos hablan para un público que no las escucha, simplemente porque preparan discursos para escucharse a sí mismas. Es un defecto recurrente, que lo he vivido, siendo mis hijos chicos, y hoy otras madres me cuentan que la historia sigue igual.

En algunos casos, por trabajo, me tocó ir al interior, en donde se inauguraban escuelas y muchos chicos se desmayaban por imperio del calor y de la extensión de las orladas oratorias de las directoras que parecían hablar más para sí mismas que para los presentes que, dicho sea de paso, nunca prestan atención. Ni padres, ni alumnos.

Este tipo de actitudes son rayanas con la falta de respeto. A todos los presentes, pero principalmente a los más chiquitos.

Han adoptado como costumbre, ahora, vestir a los chicos con trajes inversamente proporcionales a nuestras altas temperaturas. Papel crepe, telas metalizadas y guatas, vistiendo los exiguos cuerpos de los chiquitos de jardín que hacen las delicias de los presentes, aunque no de sí mismos.

A ellos se suman las icónicas peleas sutiles entre padres por conseguir la foto o el video perfecto que generan codazos cuasi imperceptibles, y hacen de los actos -que deberían ser para el contento- un tedio innecesario.

Al final no se disfruta o, en última instancia, se filtran en los festejos, acontecimientos innecesarios, tensiones de ocasión y algún que otro vituperio que se dice entre dientes.

En medio de un público exhausto de calor, empujones y las oratorias eternas que ministran las autoridades de marras, los chicos, los supuestos principales destinatarios de los actos, se quedan mirando exhaustos una celebración que pareciera no pertenecerles.

Como si todo pasara de soslayo y lo esencial, la sensación de festejar el fin de un ciclo, los sobrepasara y no fuera material de disfrute.

Los trajes que llevaron horas de elaboración se vuelven tediosos, incómodos, atemporales…

¿A quién se le ocurre vestir de perritos o de flores con guata a chicos de seis años? Con todo el respeto que se merece la docencia, se ponen insufribles los educadores muy “creativos”. Por razones que tienen que ver con la falta de tiempo de los padres, con el esfuerzo extra y muchas veces por razones económicas. Gastos extra, inútiles, que sirven para el regocijo de vaya uno a saber quién, tal vez de ellas mismas que consideran que es parte de un fin de ciclo, pero que, en lugar de traer alegría, en general involucra una gran cuota de estrés.

Hablando justamente del estrés de fin de año escolar y actividades extracurriculares, “Infobae” consultó a la médica psiquiatra infanto juvenil y directora del Departamento Infanto Juvenil Ineco, Andrea Abadi (MN 76.165) quien indicó que “el sistema nervioso, en modo acelerado de los niños, no es mala conducta, sino cansancio emocional y mental”. La especialista observó que muchos chicos llegan al final del ciclo “al límite”, no por falta de voluntad, sino porque los adultos organizan agendas demasiado exigentes que ni ellos mismos pueden sostener. Cuando los padres viven acelerados, los niños absorben esa velocidad y la reproducen, resaltó.

“En definitiva el problema surge de un ‘mar de obligaciones que abruma’, consecuencia de materias pendientes, trabajos finales y obligaciones extras como deportes o actos escolares”.

Ya la vida es tediosa, el corolario sería darle a toda la comunidad educativa, una cuota de oxígeno. Salir un poco de la frase que asimilamos pero que no tiene tanto correlato con la realidad “no pain, no gain” (sin sufrimiento no hay ganancia).

Hay una vida que se puede vivir más relajadamente, se puede aprender disfrutando y sin discursos que ni Winston Churchill se hubiera atrevido con el suyo al asumir, ofreciendo “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor".

Pero la vida no es una guerra, eso hay que enseñarles a los chicos y los grandes deben asimilar.

En fin, menos guata, más disfrute y de paso, mejor ortografía que, en materia de aprendizaje, sirve más que un orlado acto de fin de curso.

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