Comenzó el juicio para dirimir las razones de la muerte del hombre más paradigmático del fútbol argentino, Diego Maradona. Con él se fue una historia que, lamentablemente, no sólo lleva puesta la magia de sus jugadas, sino las formas impunes de lacerar una vida que tienen las adicciones a las que estuvo sometido “el diez” durante su vida.
Hace poco falleció el periodista Jorge Lanata. Sus últimos meses de convalecencia fueron un festín para el periodismo de espectáculos. Los enfrentamientos entre las hijas y las ex exposas contra su última mujer, lapiceras de valor y cámaras delatoras, hicieron las mieles del amarillismo.
También recientemente, ocurrió un hecho que se reduce al mismo prototipo. Hijas e hijos contra las mujeres nuevas de sus padres ricos. Este es el caso del Dr. Alberto Cormillot, su joven mujer y dos hijos grandes ya, en disputa por el “bienestar del padre”, ergo, la herencia. Todo expuesto de modo hasta vulgar, filtración de conversaciones y comidillas de grupos de chat.
Cuesta repartir la torta. Cuesta mucho.
Es un hado, un hecho cuasi inevitable que, ante la acechanza de la muerte de una persona, o la muerte misma, se alboroten los ánimos.
¿Las razones?: monetarias, obviamente.
No importa si lo que está en juego es una fortuna o un auto destartalado. El simbolismo de lo material, como el legado del familiar en su hado, es muy fuerte.
No podemos negar hipócritamente que el dinero es importante en la sinergia de un grupo familiar (y afines), pero siempre hay grises, matices y zonas de buen gusto a las que se puede apelar.
La muerte, inexorable e inevitable, se puede llevar consigo un bien material, preciado por el doliente que no quiere ver que su dolor no tenga una recompensa material, o una supervivencia más acomodada a futuro.
Si la vida del capo del clan fue lo suficientemente contundente, más aún se notará el alboroto en derredor por esculcar qué deja o qué deja de dejar el “pater familiae”.
Es verdad que, a los efectos del simbolismo antes referido, operan los mismos comportamientos voraces, sea grande o pequeño el legado. El simbolismo es el mismo.
En los últimos tiempos, periodísticamente hablando, nos ocupa el tema de cómo han salido de sus cuevas, las ambiciones de las distintas integrantes del clan Lanata. Mucha energía femenina pugnando por quién tiene la potestad delegada del hombre en cuestión.
Pero lo mismo pasa con hijos varones enfrentados a hermanas mujeres, y cuánto más si el protagonista ha elegido para sus últimos años de vida, pasarlos con una mujer más joven (como Elba Marcovecchio) que moviliza hasta por un hecho estético, aunque esto parezca trivial, los odios y rencores del resto.
Moviliza porque sienten, lo mismo que pasó con Diego Maradona y Rocío Oliva o el doctor Alberto Cormillot y su muy joven mujer, que, para el vulgo, el señor recibió su cuota de mal llamado “viejazo” y se dejó conmover por el atractivo femenino de una mujer dispuesta a acompañarlo.
Así de prosaicas son las acciones de las parentelas en momentos en que el hecho de la vida o la muerte, pasa a segundo plano para ser el motivo que desata los odios y rencores otrora disimulados.
Me parecía atinado recalcar estos tres casos icónicos, porque representan la realidad de otras tantas mujeres acorraladas por un grupo de oseznos dispuestos al zarpazo ante el menor movimiento de bienes (materiales, por supuesto).
Y la tibieza de la ley para aclarar la situación de las mujeres que no pasaron por el registro civil pero que acompañaron los tiempos de decrepitud de los hombres del cual, los hijos de sangre, se acuerdan muy coincidentemente ante la inminencia de la partida inapelable.
Un poco de respeto, se me ocurre pedir, por las almas de quienes desvelan las oscuras zonas de los dolientes y más pudor al momento de mostrar las garras al acecho.
Aunque el tiempo, que también es implacable en su paso, muestra las verdades y suele contar la historia de quién es quién en el tablero del perfecto juego de la vida y la muerte.