22 de octubre, 2024
Nota de Portada

Una familia marcada por los abusos sexuales del padre. Tres hermanas víctimas. El silencio como barrera para esconder tanto dolor. Retazos de una historia que tiene como protagonista al reconocido cantautor “Chingolo” Suárez, a quien sus hijas señalan como el autor de las violaciones que vivieron en su niñez y adolescencia. Tarde o temprano, todo sale a la luz.

Cuando Joan Manuel Serrat canta “Sinceramente tuyo”, sus versos dicen que “existe siempre una razón escondida en cada gesto” y enfatiza que “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.  Aunque esté escondida bajo siete llaves, esa verdad sale a la luz, más tarde o más temprano, pero surge y golpea con fuerza, hasta puede dejar marcas invisibles, de esas que laten en la existencia, buscando terminar con los silencios cómplices.

La pandemia y el aislamiento trajeron consigo consecuencias de todo tipo. Una de ellas fue el poder volver a sí mismo, redescubrirse, reconocer a la persona interior que se percibe

baja una fachada de otra totalmente diferente. Es lo que sucedió con Paula Suárez, una cantante santiagueña que hizo un trabajo de introspección y pudo hallar a la niña que un día fue. Esa niña que fue víctima de abusos sexuales. Esa niña que se escudó en el silencio para poder seguir con su vida, ocultando todo el daño sufrido, incluso para sí misma. Esa niña que escondió el dolor, como la mejor estrategia para continuar con sus días, incluso continuando la relación con el abusador, como si nada de aquello hubiese sucedido.

Cuando se dio cuenta de lo que había pasado, no pudo callar más. Necesitaba contarlo, gritarlo, aunque fuera a su círculo íntimo. Había pasado demasiado tiempo, no sabía si estaba tan fuerte como para soportar las secuelas de lo que podría suceder. Sin embargo, todo estalló una semana atrás, cuando se enteró que aquél hombre -que la había despojado de su inocencia cuando tenía cuatro años y la había mancillado de todas las formas posibles- sería homenajeado por su actividad artística. Ya no hubo vuelta atrás.

Decidió grabar un video para un grupo reducido de amigos, que tenían contacto con los organizadores del evento, para relatarles quién era ese hombre en realidad. De pronto, sus palabras se viralizaron en las redes sociales. Al decir “abusos sexuales”, sus palabras sonaron a puñalada, y estallaron contra el presunto responsable, ese hombre que no era otro que su padre, uno de los cantautores más reconocidos de Santiago del Estero, José Armando “Chingolo” Suárez.

 

Paula Suárez

“Estaba feliz con el padre de ficción que me había armado”
Paula Suárez tiene casi 50 años, vive en Buenos Aires. Lleva la música en su sangre, una herencia de su padre, Chingolo Suárez, de la que no puede desprenderse. En cambio, decidió que era hora de dejar atrás su relación con él y rehacer su propia historia que, al igual que sus hermanas, está plagada de abusos sexuales.Hoy, luego de la viralización del video donde cuenta lo sucedido, dialogó con LA COLUMNA y desgrana parte de lo sucedido.

-¿Qué te llevó a realizar el video?
-Yo tengo un perfil un poco más público que mis hermanas. En su momento, cuando Mariana hizo la presentación de su libro en Santiago, no ha tenido tanta repercusión. Este video mío se filtra en las redes, porque no había sido mi idea, yo lo hago para contar la historia a un grupo de amigos, entre los que había músicas que están en Sadaic. Como había visto que le harían un homenaje, tenía impotencia. Entonces decidí hacer el video, pero con la intención que llegue a Sadaic, no a las redes, ni que tampoco se viralice.

Seguramente era tu momento de hablar.
Sí. He sentido la necesidad real de contarle a esas personas, por eso hice ese video. Sí logramos que llegue a las autoridades, aunque nos contaron que él lo mismo irá a la asamblea de Sadaic. En realidad, nosotras jamás pensamos que iba a pasar esto con el video. Es que, en realidad, nosotras somos tres, Pato, nuestra hermana mayor, Mariana y yo. Pero por algún lado se filtró en las redes.

-Quizá todo coincidió para contar la verdad…
-Es posible, porque creo que si yo hubiese querido, lo hubiese hecho quizás de otra manera, desde mis propias redes, con mi grupo de contención. De todos modos, ya está. Es algo que tarde o temprano tenía que suceder. El libro de mi hermana ha sido el impulsor para mi despertar y poder tener la fuerza para mirar hacia atrás y reencontrarme, reconocerme, porque yo estaba en una absoluta negación de mi historia.

-¿Autonegabas toda la historia?
-Sí. Era como que la tenía dormida, no quería saber nada de eso. Nada, nada. Me había armado un guión: Yo estaba feliz con el padre de ficción que me había armado, porque yo he compartido mucho con él. Así que he aprendido a vivir con esta dualidad también, con tener abusador y tener un padre también guiante en lo artístico musical. Creo que he elegido en mi vida siempre aferrarme a la parte buena de él. De hecho, aquí no hay,
sinceramente no hay una maldad, una rencor, sí hay un dolor profundo, enquistado, que nos ha tocado a cada uno de nosotros. A partir de ahí podemos transformar ese dolor, convertirlo en esa fuerza que nos empuja a seguir adelante. Hoy, adultas, mujeres, madres, cada uno en su oficio, en su arte.
Y cuando yo empiezo a mirar mi pasado, me miro y es hora de hacerme cargo, de decirme “a mí me ha pasado esto”. Ahí comienza ese cambio.

-¿Cuándo comienza este cambio en vos en reconocerte y en reconocer que habías sido víctima de abusos?
-En pandemia, que ha sido un momento tan bisagra para tantos. Al aquietarse todo, se ha abierto un espacio también para estas instancias de reencuentro. Ha sido muy fuerte, porque también eran instancias de estar solos. Yo debo reconocer que la música ha sido un factor esencial en mi vida, en ese momento y en todos los momentos. Por eso también yo no puedo dejar de contemplar de dónde viene mi musicalidad, mi herencia.
Y tomo eso, tomo lo bueno, que es un montón. Y de eso también habla la transformación. No voy a enjuiciar a nadie, ni a maltratar a nadie. ¡Ya no más! Utilizar una situación y poder transformarla. A partir de que yo me encuentro conmigo, me asumo como una niña abusada, bueno. Obviamente, eso ha generado un tremendo movimiento adentro mío, que vamos pasando por distintos estados. Es dolor, es bronca, es querer gritarlo a los cuatro vientos, prender fuego todo.

-Por lo menos contabas con la contención de tu familia.
-Sí, siempre teniendo la contención de mi familia. De decirme respirá profundo, esperá. Fue empezar a poner en palabras lo que por muchos años callamos en la familia, poder hablar con mi mamá, con mis hermanos, fue muy reparador. De sentir que a ellos les pasaba lo mismo, de poner en palabras todo, 30 años después. Fue un tema que jamás se habló. Y eso fue un montón para mi mamá también, que me pudo abrazar y decirme perdón por no haberme cuidado, por no haber visto esta situación. Pero ella también ha sido una mujer vulnerada, y hoy de mujer a mujer yo puedo comprenderla.

-¿Cómo sentiste el relato de Mariana en el libro?
-Es un libro bastante crudo, pero real, real, yo no puedo, yo lo leo así, tal cual. Yo agregaría más cosas que mi hermana no recordaba, pero ha sido fuerte reencontrarse con esas realidades. Sí, nos ha pasado esto y no lo podemos borrar.

-¿Habías contado antes sobre los abusos o era una situación que tenías escondida y negada para todos e incluso para vos?
-Yo la tenía negada para todos, pero hasta la pandemia. La tenía negada para el 95% de mi gente. Es más, me iba con amigos a la casa de mi padre, de aquí para allá, me iba a pasar el verano, me iba a compartir con amigas, con amigos. Era una relación frecuente y viva. Pero a partir de la pandemia, empiezo a contar, me animo a contar lo que ha pasado con mi viejo. Me recuerdo, me despierto y ya no puedo volver atrás. Eso me ha llevado a llamar a mi papi y le digo que a partir de ahora necesito tiempo, necesito espacio y necesito que me respete. Y no lo he vuelto a llamar.

-¿Cuál fue su respuesta?
-Ha habido algunas cosas en esos años y anteriores también. Hemos tenido algunas charlas con mi viejo porque yo percibo que él siempre ha estado sabiendo de sus daños, del daño que nos ha hecho, o sea, no se hablaba pero se sobreentendía. Siempre en algún festejo, en algún evento, fiesta, venía y me abrazaba, yo sabía que él se sentía culpable. Él me miraba y me decía “perdón, hija”. Eso fue previo a esto que ha pasado en pandemia.

-¿Lo hablaste con tus hermanos?
-Se había hablado en un par de oportunidades, ha pasado también que todos hemos empezado a tomar distancias. Se ha empezado a remover un poco la historia, entonces, que a mis hermanos que viven en Santiago han empezado a tomar distancias, también mi hermano Juan, que vive en Europa, ha dejado un poco de comunicarse, yo también empecé a tomar distancia. Entonces, la mujer de él empieza a sospechar, empieza a indagar. La última vez que la veo a ella, ella me preguntaba ¿qué está pasando? Yo no me animaba a decirle.

El relato de Paula es más largo, pone en palabras la complicada realidad que le tocó vivir. Su intención es solo poder contar una historia silenciada. Una historia de abusos, que se extendió aproximadamente desde sus 8 a sus 15 años. Esta es su manera de alivianar la carga, de quitarse las angustias y de encontrar las fuerzas para seguir adelante.

 

EL VIDEO

"Mi nombre es Paula Suárez, algunas de ustedes me conocen otras no. Soy cantora, santiagueña. Vengo de una familia de músicos, hermanos, padre, reconocidos”, explica la mujer, hoy de 49 años.

“Hoy me resultaba imperioso contarles un proceso que estamos atravesando, familiar, que tiene que ver con nuestra historia, nuestra historia familiar, una parte de nuestra historia que después de muchos años de silencio, y de la mano de un libro ("Amanecer en violeta") que escribió una de mis hermanas, Mariana, en pandemia, en donde ella empieza a contar esta parte oculta de nuestra historia”, va desgranando.

“Es en ese momento en que yo empiezo a reconocerme en esas líneas y empiezo a despertar de aquél tiempo a esta parte, haciendo procesos personales, tratando de comprender, de ampliar la mirada, de aceptarme, de quererme y de transformar, porque ese es el objetivo final de este trabajo de mi hermana, mío y de todos”, explica. A la vez, indica la importancia de “transformar esa historia nefasta en cosas bonitas a través de la música, del arte tremendamente bello”.

En ese momento enfatiza que “la historia cuenta, simplemente, de abusos por parte de nuestro padre hacia nosotras, abusos sexuales que se extendieron por varios años en nuestra infancia, preadolescencia y adolescencia”. Tales hechos tuvieron “una repercusión en nuestra manera de percibirnos, de percibir a los demás, de nuestros vínculos, de nuestras relaciones y nos pareció importante poder comenzar el trabajo de transformación".

En este punto declara que “hoy les traigo esta historia porque me pareció realmente importante que la sepan. Mi padre es Chingolo Suárez, músico, docente”. Asimismo, señala que “sus víctimas exceden también al seno familiar”.

A la vez, comenta que la decisión de contarlo es porque “me enteraba que Sadaic lo trae como un socio ilustre a sus recitales. Eso me dio como una patada en el estómago, como que me retorcí entera de pena, de bronca, de impotencia”. Sin embargo, reconoce que “nuestro objetivo, de nosotras, las hermanas, nunca fue denunciarlo, ni escracharlo, ni desearle el mal porque no es por ahí".

En el mismo sentido aclara que “me doy cuenta que hay cosas que nos exceden, que nos exceden un montón y que la única herramienta que hoy tenemos es contar, es hablar, que las personas sepan”.

Creo que he elegido en mi vida siempre aferrarme a la parte buena de él.

 

SILENCIO CÓMPLICE

Aunque Paula dijo lo sustancial, el relato parecía incompleto, faltaban cosas por contar, fue su hermana Mariana Suárez quien se encargó de desenredar los hilos de la memoria y comenzar a rehacer la historia.  Primero lo hizo en un libro titulado “Amanecer en violeta”, que publicó el año pasado. Con cada frase explica un dolor que se anidó en el alma de una niña y tardó más de 35 años en emerger. Los detalles estallaron en su corazón, pero son necesarios para entender lo que ocurrió, son imprescindibles para que comience a sanar el alma a través de su testimonio. Si bien se fue de Santiago cuando era una adolescente, cargando sus miedos y callando todo el dolor sufrido, decidió que era el momento de terminar con ese silencio autoimpuesto.

En una entrevista exclusiva con LA COLUMNA, contó los detalles de lo sucedido, y optó por prescindir del escudo protector del anonimato, dar la cara y contar su historia con nombre y apellido. (Ver entrevista adjunta). Los hermanos Suárez son seis: Patricia, docente, quien reside en Buenos Aires; los mellizos Paula y Juan, ambos músicos, ella vive en Buenos Aires y él en Francia; Mariana, escritora, vive en Tafí del Valle; Santiago, también músico; y Patricia, artista plástica y docente. Los dos más jóvenes viven en Santiago del Estero.

Más de treinta y cinco años pasaron de no hablar del abuso con nadie, o al menos no en profundidad, porque cuando se lo comenta alguna vez a una amiga, es un tema tan escabroso que la contraparte no sabe qué decir y menos qué preguntar. Y mejor quedarse callado y escuchar, aunque el relato sea corto”, asegura.

A la vez, asegura que “hay cosas de las que nadie habla, al menos no de frente”. En tal sentido, asegura que “la verdad es que muchos no quisieron saber. Supieron, pero no quisieron saber. No saber es no involucrarse, y eso es más fácil”.

Es más, está segura que “el silencio, el secreto familiar, era y aún sigue siendo algo tabú”.

 

EL CUCO

“Estar sola en la casa era un peligro, era un ataque inminente del cuco”, así llama Mariana a su padre, en el libro. Un apelativo que suena a miedo, a terror, por lo menos entre los niños.

“Cualquier cosa significaba meterse en la boca del lobo: ir a colgar la ropa en la terraza, ir al baño de arriba porque el de abajo estaba ocupado, ir a apagar las luces que quedaron prendidas”, describe.

Cada situación se tornaba peligrosa porque “el cuco podía aparecer de la nada, él estaba siempre atento para aprovechar la oportunidad de meter sus manos sucias debajo de mi ropa, debajo de mi bombacha de florcitas y puntillas para provocar en mí un terror paralizante que parecía hacerlo feliz. Y un silencio oscuro que cortaba como el hielo inundaba el espacio”. Sin embargo, “cuando más atacaba el cuco era por las noches”.

Todo ello ocurría “en la casa donde crecimos, una fachada de casa de chocolate con un cuco adentro buscando una piel tersa de niña para desgarrar. Cualquier lugar fuera de ese era mejor. Siempre”.

En su relato, Mariana cuenta que “hasta los momentos más divertidos, el cuco los arruinaba con sus suciedades”. A tal punto que todo lo que para el afuera lo hacían ver como un buen padre, eran en realidad trucos que usaba para acechar. A modo de ejemplo cita que “jugar a las escondidas, pasear en una moto nueva –claro, el paseo es de a uno, y nadie podía resistirse a subirse por primera vez a una moto-, pero ahí aparecía otra vez llevando mi manito a su intimidad asquerosa, arruinándolo todo, volviéndolo noche sin luna”.

Por ello, no duda en asegurar que “el cuco era, y seguramente lo sigue siendo -porque aún no ha tenido la gracia de la muerte-, perverso, pedófilo, incestuoso, manipulador, misógino y golpeador.

Aun así, para el afuera, “era todo lo otro, lo que se veía, lo que otros conocían de él: amistoso, agradable, culto, buen vecino, generoso con su música”.   

Sin embargo, no tiene dudas en enfatizar que “era ni más ni menos que un padre abusador, pedófilo e incestuoso”.

 

HERMANAS VÍCTIMAS

En la memoria de Marian no hay indicios de cuándo comenzaron los abusos. “No podría asegurar desde cuándo, no lo sé a ciencia cierta”, dice. Sin embargo, señala que “parada en la adultez, buscando alternativas -ya no de borrar sino de aceptar- algunas terapias no convencionales coincidieron en que tal vez haya comenzado a mis cuatro años; a los cuatro o cinco años de cada una de nosotras”. Una extraña coincidencia se le cruza. “Mi hija tenía cuatro años cuando despertó en mí la necesidad de buscar remediar mi pasado”.

Pero es plenamente consciente que ella no fue la primera víctima de aquél cuco, sino que fue su hermana mayor, aquella que luchó por ellas de todas las formas posibles.

“En un acto casi suicida, que de la misma forma era la única opción para volverla a la vida, mi hermana mayor, enfrentando a nuestros progenitores, nos preguntó a la melliza y a mí si a nosotras nos pasaba lo mismo”, relata.

Aquél momento quedó grabado a fuego. “Recuerdo el miedo en las rodillas, el aire espeso de poder perderlo todo, la mirada tratando de encontrarse con la de la melliza, la duda de lo que pudiera pensar nuestra madre. La culpa”, narra Mariana.

Sin embargo, lo que hizo su hermana fue un click: “Algo en su forma, en el aire que la impulsaba, en esa mirada que no recuerdo pero que está viva en mi memoria, algo nos dio la seguridad de que su lucha desigual era la esperanza para terminar con todo. Que el naufragio al que nos exponíamos era en sí el salto fundamental que cambiaría nuestro rumbo”.

El saber que las tres hermanas mayores padecían el mismo infierno las hizo más fuerte y la hizo darse cuenta de cuántas maneras diferentes se cuidaban entre ellas. Tal como ocurría por las noches, cuando el cuco acechaba. “Aunque muchas veces el sueño nos vencía y quedábamos a su merced, muchas otras nos acostábamos juntas y charlábamos de cualquier cosa, nos inventábamos historias, nos cuidábamos la espalda.

Es que “juntas nos hacíamos invencibles para el cuco”, pues “nuestro amor conjurado rompía la maldición, aunque fuera por momentos”. Así es que está convencida que “éramos una red de contención mutua para nuestros malabares, y saber huir a tiempo o arreglárnoslas para hacer todo lo encomendado juntas”.

En aquél momento, Patricia tenía 14 años, Paula 9 y Mariana 8 años. La hermana mayor le contó lo sucedido a profesoras, vecinas, a quienes les pidió ayuda, pero nada se pudo hacer.

 

BORRÓN Y CUENTA NUEVA

Era otra época, donde todos trapitos sucios se lavaban en casa y nadie se metía. Sin embargo, sus palabras llevaron a que su madre hiciera la denuncia policial, lo que se transformó en una orden de exclusión del hogar para el músico.

Pero la mujer estaba sola con seis hijos menores y sufrió no solo violencia física sino también de la económica, a tal punto que luego volvió con él.

Apenas terminó el secundario, Patricia se fue de su casa, primero a Tucumán y luego a Buenos Aires, lugar desde el cual comenzó a ayudar a sus hermanos. Luego, con la ayuda de ella, de Juan –que estaba viviendo en Córdoba- y de la abuela materna, dejaron la casa paterna.

“Salir de Santiago fue para mí la posibilidad de una nueva vida, de sellar una historia signada por el silencio, de cerrar una puerta y tragarme la llave”, cuenta Mariana.

A la vez, explica que aquello fue una huida. “Dejamos la casa intacta, solo llevamos cada quien su ropa. El padre de familia, si es que lo era, se quedó en la casa y en sus oscuridades”.

Mariana tenía 17 años. “Corté la relación con mi padre, y progresivamente con amigos del barrio, con tíos de sangre y de cariño, con ex compañeros de la escuela, con ex compañeros de mi militancia católica. Con todo lo que me recordara que había una vida antes de irnos”.

Aquél escape significó un “borrón y cuenta nueva: un aquí no ha pasado nada”.

 

MOMENTO DE HABLAR

Tanto Patricia como Mariana cortaron toda relación con su padre, a sabiendas de todo lo que habían vivido. Sin embargo, Paula se cobijó en el olvido total. Quiso eliminar de su mente lo sucedido y volvió a relacionarse con su padre. Se abrió camino en la música gracias a él, compartió muchos momentos. Bloqueó en su memoria todos los recuerdos de los abusos sufridos. Lo hizo durante años… hasta que la pandemia reabrió el arcón de su pasado y la realidad de lo vivido se instaló en su vida nuevamente.

El libro de Mariana fue un verdadero despertar para los seis hermanos, quienes entendieron que era el momento de hablar y apoyaron cada una de sus palabras. Para el músico fue diferente, creía que ninguno de sus hijos volvería a hablar de lo sucedido. Por eso, cuando leyó el libro llamó a Paula, para cuestionar el escrito, pero ella colgó la comunicación. No volvió a hablar con él.

Hoy, el video de Paula y, fundamentalmente, el libro de Mariana, son muestras elocuentes que la verdad no puede esconderse, que el horror sale a la luz, no importa cuándo…

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