En la Argentina de 2025, la política ha mutado en algo difícil de descifrar. A mitad de su mandato, el presidente Javier Milei se ve obligado a salir nuevamente a la arena electoral con una intensidad inusual para un jefe de Estado en funciones.
Recorre el país no solo para defender su programa económico o consolidar su autoridad institucional, sino para sostener la viabilidad política de su gestión, acosada por una oposición voraz, por escándalos internos que desdibujan su relato y por la creciente sensación de un país al borde de un nuevo quiebre.
En un escenario de extrema volatilidad, Milei ha tomado una decisión inédita: liderar personalmente la campaña legislativa de 2025, como si de una elección presidencial se tratara. Pero lo hace con un armado débil, improvisado, y con candidatos cuestionados, muchos de ellos más cercanos al espectáculo que a la política, con prontuarios discutibles y sin la convicción moral que alguna vez prometió el movimiento libertario.
Cuando Javier Milei llegó al poder, lo hizo cabalgando sobre una narrativa potente: la lucha contra la casta política, contra la corrupción enquistada en el Estado, y en favor de una Argentina productiva, meritocrática y libre de intermediarios. Esa narrativa conectó con millones de argentinos hastiados de la decadencia, la inflación interminable y la dirigencia reciclada.
Sin embargo, a menos de un año, ese discurso muestra fracturas visibles. La denuncia del caso ANDIS, que involucra sospechas de malversación de fondos para personas con discapacidad, generó una onda expansiva dentro del gobierno. La figura de Spagnuolo, un funcionario cercano al corazón libertario, quedó en el ojo de la tormenta, y la acusación de un “tres por ciento para Karina Milei” -aunque sin pruebas firmes- alimentó el morbo mediático y el escepticismo popular.
La sociedad sospecha que los libertarios parecen haber adoptado los vicios del sistema que venían a destruir, entonces el problema no solo es ético, sino también estratégico. Si la bandera es la anticorrupción, el primer error te estalla el doble.
A esto se suma la polémica en torno al candidato José Luis Espert, señalado por recibir el apoyo de un empresario argentino con pedido de captura por narcotráfico en los Estados Unidos. La imagen de Espert saludando sonriente a un prófugo internacional resultó, al menos, inquietante.
De esta forma, el oficialismo, que se presentó como la antítesis del sistema, comienza a parecerse peligrosamente a ese sistema. “Son casta”, repite hoy parte de la sociedad, incluso ex votantes, con la decepción propia de una promesa incumplida.
A todo ello debemos sumarle que el armado electoral del oficialismo no parece estar a la altura de las circunstancias. En sus listas conviven ex vedettes devenidas en candidatas, militantes sin formación política, empresarios con pasado oscuro y dirigentes que hace apenas unos años formaban parte del establishment político que Milei dice combatir.
Todo lo cual nos presenta un collage sin cohesión, sin programa, sin cuadros técnicos, por lo que Milei lidera todo, y todo gira en torno a él, los demás son actores de reparto, malos por cierto o por lo menos muy poco dúctiles. No hay estructura partidaria real, y recordemos que quien hizo el partido fue la hermana repostera.

Frente a esto, la oposición se muestra unida... pero sin un proyecto. La coalición que intenta enfrentarlo está conformada por un kirchnerismo en retirada, sectores del PJ más tradicional, sindicalistas sobrevivientes, referentes sociales y una izquierda intransigente. Pero más allá de su rechazo visceral a Milei, no parece tener un plan económico, social ni institucional claro.
El único punto en común es que Milei se tiene que ir, admiten algunos opositores en privado. Las calles han vuelto a ser escenario de protestas -algunas legítimas, otras claramente organizadas para incomodar al presidente en sus giras por el interior-, y los actos libertarios son interrumpidos por grupos de activistas que se repiten como una coreografía bien ensayada.
Además, ciertas figuras de la oposición cargan con su propio equipaje. El intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, aún enfrenta denuncias por abuso y acoso y, sin embargo, sigue teniendo protagonismo electoral. En tanto, el primer candidato en Buenos Aires por el sector kirchnerista es un ex guerrillero con pasado violento, lo que genera rechazo en amplios sectores sociales. Todo mezclado, como en “Cambalache”.
La sensación es de estancamiento. Como si el país estuviera atrapado entre lo viejo y lo nuevo, pero sin ninguna salida convincente. Ya no hay buenos y malos, hay grises y decepciones.
Desde lo económico, el gobierno logró un hecho innegable: detener la hiperinflación que amenazaba con estallar a fines de 2023. Con medidas ortodoxas, un fuerte ajuste fiscal, y el respaldo técnico del equipo de Luis Caputo, Milei logró estabilizar el dólar, controlar la emisión y reducir drásticamente el déficit.
Pero el costo social es altísimo. La recesión ya se siente en todos los sectores: el consumo cae, los salarios siguen perdiendo contra la inflación, la pobreza se profundiza y la informalidad laboral crece. La obra pública está paralizada y la inversión privada, aunque prometida, aún no llega.
Nos queda claro que el ajuste era necesario, pero lo están haciendo sin red y el problema no es el qué, sino el cómo y el cuándo. Si no logran mostrar resultados concretos lo antes posible, se les va a hacer cuesta arriba; eso sí, nadie debe apostar al helicóptero, eso sería una locura garrafal.
Entretanto, el clima cultural es tan volátil como el económico. Las redes sociales se han convertido en trincheras de agresión permanente. El debate público está contaminado por el fanatismo, la desinformación y el escarnio. Se discute poco y se grita mucho. El “cancelamiento” político -de un lado y del otro- ha reemplazado a la argumentación.
La cultura también está dividida. Mientras algunos artistas e intelectuales respaldan al gobierno como una “última oportunidad” para salir del populismo, otros lo califican de “dictadura en construcción”. Pero lo cierto es que ni el arte ni la academia parecen hoy tener un rol activo en la reconstrucción del tejido social. Están replegados, y la desconfianza hacia todas las instituciones, desde los medios hasta las universidades, es general.
Pareciera que la gente no cree en nadie, y eso es peligroso, porque sin confianza, no hay democracia posible.
En este panorama, un elemento externo ha cobrado una importancia inesperada: la relación entre Milei y Donald Trump. El presidente argentino ha apostado fuerte por un vínculo directo con el expresidente estadounidense, a quien no solo admira ideológicamente, sino que considera un aliado geopolítico clave.
“Argentina está alineada con el mundo libre”, repite Milei en sus discursos. Y, por ahora, esa alineación le ha traído beneficios: apoyo del FMI, financiamiento directo y contactos con fondos internacionales. Pero todo parece condicionado a un factor esencial: que Milei siga en el poder.
Hay una advertencia tácita -o no tanto- de que, si el gobierno pierde Poder Legislativo en 2025, el apoyo internacional podría desaparecer. En otras palabras: si vuelve el peronismo, se corta el chorro.
Es una forma de intervención indirecta, escucharlo a Trump haciendo alusión a ello, nos marca claramente que los Estados Unidos nunca fueron tan explícitos en su respaldo a un presidente argentino, pero también mostraron tal grado de rechazo a un sector político. Y eso genera, para bien o para mal, una fuerte dependencia.
Sin lugar a dudas la Argentina se encuentra, otra vez, ante una encrucijada. Con un gobierno que, pese a sus contradicciones, es el primero en décadas en intentar un ajuste real del gasto y un rediseño del Estado. Con una oposición que no logra articular un proyecto creíble. Con una sociedad cansada, empobrecida y desesperanzada.
El futuro inmediato dependerá de muchos factores: la economía, el humor social, los resultados de la gestión, pero también, y sobre todo, de la política.
Si Milei no logra consolidar un equipo coherente y libre de sospechas, su capital simbólico se agotará. Y si la oposición no ofrece una alternativa seria, solo sumará al caos.
Como dijo un viejo dirigente político argentino: “Los pueblos no se suicidan, pero a veces caminan dormidos hacia el precipicio”.