En muchos aspectos, el brote de la pandemia de COVID-19, que comenzó en 2019, se ha parecido a la lucha contra el VIH/SIDA
El 1 de diciembre de 1981 marcó un hito sombrío en la historia de la salud pública global: el primer diagnóstico oficial de lo que más tarde se conocería como el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).
Hoy, 43 años después, el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA se convierte no solo en una fecha para recordar a los millones de personas que han sufrido y perdido la vida a causa de esta enfermedad, sino también en un momento para reflexionar sobre los avances conseguidos y los desafíos que siguen vigentes, especialmente en un mundo aún afectado por pandemias como la del COVID-19.
En sus primeros años, el SIDA fue una enfermedad misteriosa, estigmatizada y tratada con desinformación. En 1981, los médicos en Estados Unidos comenzaron a observar un patrón alarmante: un número creciente de hombres jóvenes, mayoritariamente homosexuales, desarrollaban enfermedades raras relacionadas con una severa supresión del sistema inmunológico.
La comunidad médica rápidamente identificó un virus, el VIH como la causa del SIDA, y comenzó a alertar al mundo sobre la gravedad de la amenaza.
Desde aquellos primeros días, la lucha contra el SIDA ha sido una batalla constante que ha involucrado esfuerzos científicos, médicos, sociales y políticos. Los avances han sido significativos: en los años 90, la aparición de los primeros tratamientos antirretrovirales transformó una sentencia de muerte casi segura en una enfermedad crónica manejable.
A pesar de estos logros, aún queda un largo camino por recorrer. Según la ONU, en 2022, 38 millones de personas en todo el mundo vivían con VIH, y aunque la mortalidad ha disminuido significativamente, sigue siendo una de las principales causas de muerte prevenible, especialmente en países de bajos y medianos ingresos.
La crisis del SIDA ha enseñado al mundo valiosas lecciones sobre la importancia de la solidaridad global, la necesidad de inversiones en investigación y la urgencia de garantizar el acceso equitativo a los tratamientos.
En muchos aspectos, el brote de la pandemia de COVID-19, que comenzó en 2019, se ha parecido a la lucha contra el VIH/SIDA: la rapidez con la que el virus se propagó, el temor global, la presión sobre los sistemas de salud y, por supuesto, las desigualdades evidentes en el acceso a las vacunas y a los tratamientos médicos.
La pandemia de COVID-19 también puso en evidencia las falencias de la infraestructura sanitaria global, especialmente en países en desarrollo, y la necesidad de un enfoque más justo y equitativo para la distribución de recursos médicos. Al igual que con el VIH/SIDA, las comunidades más vulnerables, incluidos los grupos marginados, los trabajadores esenciales y las personas con enfermedades preexistentes, fueron las más afectadas.
Hoy, mientras conmemoramos el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA, nos enfrentamos a un panorama mixto. El progreso en la prevención, el tratamiento y la concienciación sobre el VIH/SIDA sigue siendo un testamento a la resiliencia de quienes han luchado por visibilizar la enfermedad, pero las disparidades en el acceso a la atención siguen siendo un obstáculo significativo.
La pandemia de COVID-19 ha dejado claro que, en el contexto de las emergencias de salud global, la solidaridad y la cooperación internacional son esenciales para prevenir futuras crisis sanitarias. No se puede subestimar la importancia de fortalecer los sistemas de salud, no solo para enfrentar el VIH/SIDA, sino para garantizar que el mundo esté preparado para responder a otras amenazas, incluidas futuras pandemias.
La lucha contra el SIDA es también una lucha contra las desigualdades. Al igual que con la pandemia del COVID, debemos recordar que la salud no es solo un derecho, sino una responsabilidad colectiva. Alzando la voz por aquellos que aún sufren en silencio, reafirmamos la necesidad de un mundo más justo, equitativo y saludable para todos.