El 6 de marzo de 2025, Bahía Blanca vivió una de las tragedias climáticas más devastadoras de la historia argentina. En cuestión de horas, la ciudad y sus alrededores fueron azotados por lluvias intensas que desbordaron ríos y canales, cubriendo por completo las principales calles y barrios.
La ciudad quedó sumergida bajo el agua, dejando a miles de personas sin hogar, con pérdidas materiales incalculables y un número significativo de víctimas fatales.
Este evento no solo pone en evidencia la vulnerabilidad de las infraestructuras urbanas frente a fenómenos climáticos extremos, sino que también nos enfrenta a una reflexión profunda sobre la importancia de la presencia del Estado en situaciones de emergencia y su capacidad para responder ante desastres de esta magnitud.
A pesar de lo que pregone nuestro presidente, el cambio climático es una realidad. Si bien ha sido científicamente documentada durante décadas, sus efectos empiezan a hacerse cada vez más palpables y devastadores.
La tragedia de Bahía Blanca es solo un ejemplo más de un patrón de fenómenos climáticos extremos que afectan a diferentes regiones del país y del mundo.
En las semanas previas al desastre, expertos habían advertido sobre la intensificación de las lluvias en el sur de la provincia de Buenos Aires debido a fenómenos climáticos, como El Niño.
Sin embargo, las previsiones y alertas meteorológicas no siempre resultan en una respuesta adecuada. El sistema de infraestructura y urbanización de Bahía Blanca no estaba preparado para soportar una cantidad tan elevada de agua en tan corto tiempo.
Los drenajes urbanos, las obras de infraestructura hídrica y las políticas de urbanización, que no tomaron en cuenta los riesgos inherentes a los eventos climáticos, demostraron su debilidad. Pero más allá de las fallas técnicas, la pregunta fundamental que surge es: ¿estaba el Estado preparado para enfrentar una crisis de tal magnitud?
En cualquier sociedad, la presencia del Estado se vuelve indispensable en momentos de crisis. En el caso de la tragedia de Bahía Blanca, la intervención estatal era urgente no solo para gestionar la emergencia, sino para asegurar el bienestar de las víctimas y lo es mucho más en este momento.
La función primordial del Estado en este contexto es garantizar la protección de la vida humana, la seguridad, la salud, el orden público y la reconstrucción de la infraestructura esencial. Si bien la respuesta del gobierno municipal, provincial y nacional fue inmediata, la coordinación entre estos niveles y la efectividad de la ayuda inicial fue un aspecto crucial para salvar vidas y mitigar los daños.
El día siguiente a la tragedia, las imágenes de Bahía Blanca bajo el agua fueron desgarradoras. Los equipos de rescate, bomberos, y personal de Defensa Civil trabajaron sin descanso para evacuar a miles de personas que se habían quedado atrapadas en sus hogares o en las calles.
Sin embargo, la magnitud de la catástrofe era tal que se hizo evidente que las autoridades locales no contaban con los recursos suficientes para atender las necesidades inmediatas de la población.
El Estado debió, en ese momento, movilizar recursos extraordinarios, activar mecanismos de emergencia y coordinarse a nivel nacional e internacional.
La presencia del Estado no solo es necesaria en las labores de rescate, sino también en la atención de las necesidades básicas de los afectados: alimentación, salud y vivienda.
Es aquí donde la diferencia se marca. En situaciones como éstas, donde nos enfrentamos a crisis de esta magnitud, el apoyo estatal se convierte en un pilar fundamental para que los ciudadanos puedan superar el impacto inmediato y empezar a reconstruir sus vidas.
La seguridad y la salud de los ciudadanos fueron dos de las prioridades más importantes en las primeras horas tras el desastre. Con barrios inundados y calles anegadas, el riesgo de accidentes y enfermedades aumentó considerablemente. La emergencia sanitaria se volvió crucial, ya que el agua estancada puede ser un foco de infecciones y enfermedades transmitidas por vectores.
Las autoridades sanitarias provinciales y nacionales activaron rápidamente los protocolos de emergencia. Médicos, enfermeros y especialistas se desplazaron a las zonas más afectadas para atender a los heridos y a quienes estaban expuestos a enfermedades.
Además, se desplegaron unidades móviles de salud y se establecieron centros de atención temporales para atender a la población afectada por la falta de acceso a hospitales y centros de salud.
En cuanto a la seguridad pública, la situación de caos y pánico tras las lluvias provocó la necesidad de reforzar la presencia de las fuerzas de seguridad. A medida que las calles se convirtieron en ríos caudalosos y las personas buscaban refugio, la coordinación de la policía y el personal de seguridad se volvió esencial para evitar saqueos y desórdenes. La presencia del Estado en el ámbito de la seguridad fue fundamental para garantizar que la crisis no derivara en un colapso social.
Además, tras la emergencia inmediata, el desafío más grande fue la recuperación. La infraestructura de Bahía Blanca quedó severamente dañada, con puentes, calles, redes de agua potable y electricidad destruidas. La reconstrucción de la ciudad y la ayuda a las personas afectadas no solo implica recursos materiales, sino también un proceso complejo de planificación y estrategia.
Es en estos momentos, donde la intervención estatal debe ser integral. Donde los privados pueden colaborar, pero la presencia del Estado en su conjunto es insustituible.
No solo se deben destinar fondos para reparar las infraestructuras físicas, sino también para atender los aspectos psicosociales y económicos de los damnificados. La reconstrucción no solo se trata de levantar edificios, sino de restablecer la vida de las personas, darles esperanza y apoyo para superar las secuelas emocionales de un desastre de tal magnitud.
Es por ello que planteos tan extremistas, como que el Estado debe ser achicado a su máxima expresión y que es en el ámbito privado donde uno debe descansar para que el mercado equilibre las necesidades, es toda una falacia, o mejor dicho una media verdad.
Ni una ni otra cosa, se necesita de un Estado activo y presente, no de un Estado pasivo, pero tampoco necesitamos un Estado elefantiásiaco y sumamente burocrático.
Aunque la respuesta estatal ante la tragedia fue necesaria e inminente, la reflexión más importante que deja este desastre es la necesidad de políticas públicas de largo plazo y la necesidad de contar con un Estado que intervenga en cuestiones donde los privados no pueden hacerse responsables.
Además, desde el actual gobierno deberían revisar su postura ante la infraestructura y el cambio climático, la tragedia de Bahía Blanca expuso la falta de inversión en infraestructuras resilientes al cambio climático y la escasa preparación para eventos de esta envergadura.
Es fundamental que el Estado no solo reaccione en situaciones de emergencia, sino que también invierta en la prevención y en la planificación urbana para enfrentar los desafíos que el cambio climático traerá en el futuro.
Se requiere una estrategia integral que contemple desde la gestión del agua y el diseño de la ciudad hasta la implementación de medidas preventivas en los territorios más vulnerables.
La presencia del Estado debe ser activa, no solo en los momentos críticos, sino en el día a día, con políticas que apunten a reducir la vulnerabilidad de las comunidades y a mejorar las capacidades de respuesta ante emergencias.
En resumidas cuentas, la tragedia que azotó a Bahía Blanca es un claro ejemplo de cómo el cambio climático puede desbordar las capacidades de una ciudad y de sus instituciones.
Sin embargo, también es una lección sobre la importancia de tener un Estado presente, no solo en la emergencia, sino también en la prevención, la preparación y la recuperación.
La intervención estatal es fundamental para garantizar la seguridad, salud y bienestar de la población, y para asegurar que los efectos de un desastre climático no sean más devastadores de lo que ya son.
Solo con una respuesta coordinada, eficiente y comprometida del Estado podremos enfrentar los desafíos del futuro.