17 de octubre, 2025
Actualidad

A más de cuatro años del confinamiento por la Pandemia de COVID-19, la educación argentina se sigue marcando por la desigualdad digital. Mientras algunos estudiantes navegan con facilidad por plataformas y recursos virtuales, otros carecen de dispositivos e internet estable, lo que afecta su aprendizaje y desarrollo académico.

La virtualidad llegó para quedarse, pero no para todos por igual. Mientras algunos estudiantes aprendieron a moverse entre plataformas, otros siguieron sin acceso a internet o sin computadoras. A más de cuatro años del confinamiento, los datos confirman que la brecha digital sigue marcando el presente, y el futuro, de la educación argentina.

Durante los meses más duros del aislamiento, la escuela se mudó a las pantallas. Sin embargo, la digitalización acelerada no llegó de la misma manera a todos los hogares.

Según el informe Conectividad y Coronavirus de Argentinos por la Educación, el 19,5 % de los estudiantes que finalizan la primaria y el 15,9 % de los de secundaria no tienen acceso a internet en sus casas. Aunque el acceso a internet fijo creció del 49,6 % al 62,8 % entre 2014 y 2019, la mejora fue desigual entre regiones y niveles socioeconómicos.

Hoy, el panorama muestra avances y nuevas barreras. De acuerdo con datos de CABASE 2025, el 82,6 % de los hogares argentinos cuenta con conexión fija a internet. Sin embargo, el número esconde realidades contrastantes: muchas conexiones son de baja velocidad y el 40 % de los hogares depende del WiFi de un vecino o del celular para conectarse.

A eso se suma la desigualdad territorial: según ENACOM, hay 80,9 accesos fijos cada 100 hogares en el país, pero mientras la Ciudad de Buenos Aires supera los 100 hogares, provincias como Formosa o Chaco no alcanzan los 60.

Además, los costos elevados de los planes de fibra óptica frenan la adopción de mejores velocidades, especialmente en el interior, donde la competencia entre proveedores es menor.

Un estudio reciente de Telesemana (2025) señala que la disponibilidad de fibra óptica crece, pero la asequibilidad se convirtió en el nuevo factor de exclusión digital. En muchas zonas rurales o periféricas, los hogares deben elegir entre pagar el servicio de internet o cubrir otras necesidades básicas.

 

LO QUE CAMBIÓ (Y LO QUE NO)

La pandemia obligó a los docentes a reinventarse: enseñar sin aula, aprender sobre la marcha herramientas digitales y sostener vínculos a través de pantallas. Pero una investigación de Chicos.net, titulada “Acceso y uso de las tecnologías en la comunidad educativa”, muestra que la adaptación tecnológica aún tiene deudas.

Según el estudio, una parte importante del profesorado considera que su escuela no cuenta con el ancho de banda suficiente para clases por videollamada y que la falta de dispositivos limita la continuidad pedagógica.

La mayoría coincide en que la virtualidad dejó aprendizajes, pero también profundizó desigualdades ya existentes.

Los resultados educativos lo confirman. La Prueba Aprender 2024 mostró que solo el 14,2 % de los estudiantes de secundaria alcanzó un nivel satisfactorio en Matemática, mientras que el 58 % en Lengua logró o superó ese nivel. Los especialistas advierten que estas cifras evidencian una pérdida de aprendizajes básicos que no se recuperó tras el retorno a la presencialidad.

En algunos casos, la brecha tecnológica se convirtió también en brecha emocional. Docentes y alumnos de zonas rurales o de bajos recursos expresan que, más allá del acceso técnico, faltó acompañamiento, formación y contención durante el proceso educativo digital.

El salto hacia la virtualidad también expuso una desigualdad menos visible: la formación docente en competencias digitales.

Investigaciones de la UNIPE y el IIPE UNESCO señalan que la mayoría de los maestros y profesores argentinos aprendieron a usar plataformas digitales de forma autodidacta, y que solo una minoría recibió capacitación institucional durante el confinamiento.

Aunque programas como Juana Manso distribuyeron dispositivos y conectividad en escuelas públicas, la brecha sigue marcada por las condiciones territoriales: falta de infraestructura en zonas rurales, cortes de energía y baja velocidad de conexión en provincias del norte.

Hoy, muchos docentes siguen usando sus propios datos móviles o dispositivos personales para dar clases virtuales o planificar contenidos, lo que amplía la desigualdad en la base del sistema educativo.

A eso se suma la falta de formación específica. Según un relevamiento de la UNIPE, más del 60 % de los docentes afirma que no se siente plenamente preparado para integrar recursos digitales de manera pedagógica. Y, aunque el Ministerio de Educación ofrece capacitaciones virtuales, el alcance y la calidad de las mismas varían según la jurisdicción.

El FUTURO EN JUEGO

La discusión sobre brecha digital ya no se limita a tener o no internet. Hoy implica alfabetización digital, equidad territorial y políticas sostenidas de inclusión tecnológica.

Un artículo de La Voz (2024) reveló que casi 10 millones de argentinos aún no poseen los conocimientos suficientes para usar internet 4G, lo que significa que la exclusión digital no solo es técnica, sino también cultural y educativa.

Expertos en educación advierten que reducir la desigualdad educativa requiere un enfoque integral: inversión en infraestructura, capacitación continua y acompañamiento docente, especialmente en regiones con menor acceso.

También señalan que el costo de los servicios de internet y la falta de competencia real en provincias del interior siguen siendo los principales inhibidores de la conectividad plena.

Esta brecha define trayectorias educativas, oportunidades futuras y el bienestar emocional de los estudiantes. Aquellos que no pudieron sostener la virtualidad durante la pandemia cargan hoy con un retraso acumulado en aprendizajes clave, que se refleja en su desempeño académico actual.

Esta desconexión educativa también impacta en la motivación y la autoestima: muchos alumnos se sienten excluidos, frustrados o incapaces de cumplir con las tareas, lo que los puede llevar a abandonar temporalmente la escuela, o incluso perder la confianza en sus capacidades.

 En hogares donde la conectividad es limitada, los estudiantes dependen de un solo dispositivo para toda la familia o de redes móviles poco estables, lo que fragmenta su experiencia de aprendizaje y dificulta la construcción de hábitos de estudio.

El efecto territorial: quienes viven en zonas rurales o provincias del norte enfrentan cortes de energía, falta de señal y menos recursos educativos, mientras que sus pares en centros urbanos avanzan sin mayores obstáculos, ampliando aún más la desigualdad.

La educación deja de ser un derecho universal y se convierte en un privilegio condicionado por la infraestructura, el nivel socioeconómico y la disponibilidad tecnológica. Además, la ausencia de contacto con docentes y compañeros limita la construcción de vínculos, la participación en actividades grupales y la adquisición de competencias socioemocionales, pilares fundamentales de la formación integral.

En última instancia, esta brecha digital no solo afecta el presente de los estudiantes: también condiciona sus oportunidades futuras, desde el acceso a estudios superiores hasta la inserción laboral, dejando a millones de jóvenes en desventaja frente a un mundo cada vez más conectado.

 

 

 

 

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