13 de noviembre, 2024
Colaboración

En un giro inesperado y controvertido, el presidente Javier Milei ha decidido despedir a su ministra de Relaciones Exteriores, tras su voto en la Asamblea General de las Naciones Unidas en contra del embargo impuesto por Estados Unidos a Cuba.

Esta decisión ha desatado un torrente de críticas y ha puesto de relieve los caprichos ideológicos del nuevo gobierno.

La votación en la ONU, que se saldó con 187 países a favor de reclamar el levantamiento del embargo y solo dos en contra -Estados Unidos e Israel-, es un reflejo del creciente consenso internacional sobre el tema que, de manera reiterada, le señala a los Estados Unidos que dicha medida es absolutamente obsoleta, más propia de la época de la guerra fría.

El voto de la Argentina, que se alineó con la mayoría, fue interpretado por Milei como una falta de lealtad a su agenda política y económica que habría ejecutado Diana Mondino, sin darle entidad y comprender que el presidente ha priorizado la relación con Estados Unidos.

Este despido no solo evidencia una postura extremista y casi dogmática del presidente, sino que también plantea serias preguntas sobre la coherencia de su política exterior.

Obviamente que la decisión de Milei parece ignorar la complejidad de las relaciones internacionales y el contexto histórico que rodea la cuestión cubana, así como la relevancia de la solidaridad latinoamericana y de otros países, poniendo en contexto nuestra particular situación en razón de nuestro inveterado reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas.

En ese contexto, la relación con los países latinoamericanos y muchos otros, tanto africanos como asiáticos, que apoyan la reclamación argentina para con nuestras islas irredentas es crucial, y el voto en contra del embargo a Cuba nos sirve para consolidar apoyos en foros internacionales.

Un voto a favor de la postura norteamericana sería casi una bofetada a nuestros propios intereses dentro del concierto internacional. Algo que el presidente todavía no advierte es que los lineamientos a nivel global son muy especiales, uno puede tener decidido llevar una agenda sin someterse a ningún signo ideológico o posición dominante, en todo caso, los relacionamientos deben ir de la mano del comercio y no tanto desde un plano eminentemente ideológico.

Sin embargo, Milei parece preferir una política de absoluta y diríamos obsecuente alineación con los intereses de Estados Unidos, a expensas de relaciones estratégicas en la región y en el mundo en general.

Este enfoque, que algunos analistas consideran un error táctico, podría resultar perjudicial para Argentina en un momento en que la unidad regional es más necesaria que nunca, a pesar de las diferencias que claramente se observan en los líderes actuales, pero también afecta en orden a cómo nos ven en el mundo, casi como cumpliendo los caprichos ideológicos no de un demócrata sino de un autócrata.

El despido de la ministra no solo marca un hito en la política exterior del país, sino que también envía un mensaje claro: la ideología del presidente prevalecerá sobre la diplomacia.

Habrá que esperar cual será la reacción de la comunidad internacional y, en ese sentido, habría que escuchar las voces de la oposición local que será crucial para ver cómo se desarrolla esta nueva etapa en la política argentina.

Mientras tanto, queda por ver si Milei podrá sostener su visión casi sectaria y excluyente en un mundo cada vez más multipolar, donde los caprichos ideológicos pueden tener consecuencias inesperadas

De suyo, no resulta atinado pensar que por votar contra el embargo norteamericano, algo que también hicieron Irán y Venezuela, es ponerse al lado de estas tiranías, o que hacerlo es no alinearse con los Estados Unidos e Israel. 

Algún funcionario cercano al presidente sostuvo que la ministra “no entendió la agenda del Presidente”, aunque, en verdad, el que pareciera no comprender cómo es la diplomacia es el propio primer magistrado.

Este mismo funcionario habría dicho que “Diana es fiel, sí. Pero nunca entendió que Javier no está dispuesto a las medias tintas, que no le importa romper el statu-quo”. Es que, en la diplomacia, votar o estar al lado de una decisión no implica romper el statu-quo, ni asociarse a favor o en contra de. Al contrario, la diplomacia es astucia y movilidad constante, siempre privilegiando los intereses del país, no de un partido, no de una idea, no de un gobierno, no de un presidente.

Al fin de cuentas la ministra Diana Mondino lo que hizo fue hacer su trabajo y privilegiar que la Argentina votara en línea con su posición histórica, fue toda una estrategia propia de su rol porque, como afirmaba Brian Bowling, “la diplomacia te saca de un problema en el que el tacto te hubiera evitado meterte”.

Mondino no solo tuvo tacto para llevar a cabo su función, sino que lo hizo diplomáticamente. Ahora, con la decisión del presidente, se observa el poco tacto que éste ostenta y, por lo demás, debemos empezar a temblar por las consecuencias diplomáticas que pueden traer aparejado al país estos caprichos ideológicos de Milei.

 

Para colmo, trascendió que estaría por producirse -en el ámbito de la cancillería- una “purga ideológica”, para que los funcionarios diplomáticos no se aparten ni un ápice de lo que piensa el presidente y no de lo que es bueno y razonable para el país.

Hablar de purga, obviamente, te remite a regímenes “comunistas” y represivos. En ese caso, el presidente, conocido por su estilo directo y sus posturas ideológicas contundentes, habría manifestado su intención de realizar algo de ello, desde lo ideológico, en el cuerpo diplomático del país.

Lo que se pretendería es asegurar que los embajadores y diplomáticos se alineen con su visión política y económica, dejando en segundo plano los intereses nacionales y la diplomacia tradicional.

Desde su asunción, Milei ha hecho hincapié en la necesidad de contar con un equipo que comparta sus ideas y prioridades. Eso no está mal, al contrario, es algo tan lógico como razonable, pero en orden a las relaciones internacionales deben ser considerados otros parámetros y allí no todo es blanco o negro, hay grises.

La preocupación entre diplomáticos y analistas es palpable, muchos ven esta medida como un ataque a la profesionalización de la diplomacia argentina y una desviación de su rol fundamental: defender los intereses del país.

Este enfoque no solo podría llevar a la destitución de embajadores con décadas de experiencia, sino que también pone en riesgo la diversidad de pensamiento dentro de la Cancillería.

La política exterior, tradicionalmente un ámbito donde se buscaba consenso y colaboración, podría convertirse en un campo de batalla ideológica, donde la lealtad al presidente prevalezca sobre la experiencia y la capacidad de negociación.

Uno de los aspectos más controvertidos de esta propuesta es el contexto en el que se enmarca. En un mundo cada vez más complejo, donde las relaciones internacionales son clave para abordar desafíos como el cambio climático, las crisis económicas y los conflictos geopolíticos, la alineación ideológica podría debilitar la posición de Argentina en el ámbito global. Las decisiones deben basarse en el bienestar del país y no en una mera coincidencia ideológica.

Una purga, como la que se dejó trascender públicamente, podría resultar contraproducente.

La diplomacia requiere habilidades específicas y conocimientos sobre diversas culturas y sistemas políticos. Un embajador no es alguien improvisado e inexperto. Sacar, jubilar o destituir embajadores que no se alineen con la visión de Milei podría dejar a la Argentina con una representación diplomática menos efectiva y con una falta de comprensión de los matices necesarios para navegar en el complicado escenario internacional.

Asimismo, esta situación implicaría un debilitamiento de las instituciones democráticas y la falta de pluralidad en la toma de decisiones.

En un país que ha experimentado la inestabilidad política en el pasado, cualquier intento de centralizar el poder en un único ideario puede ser interpretado como un retroceso en la consolidación democrática.

La Cancillería, históricamente un bastión de profesionalismo y diversidad, se enfrenta a una encrucijada. La dirección que tome bajo la administración de Milei definirá no solo la política exterior de Argentina, sino también el futuro de su diplomacia.

Con el eco de la purga ideológica resonando en los pasillos de la Cancillería, la pregunta que queda es: ¿puede el país permitirse sacrificar su integridad diplomática en nombre de una alineación ideológica? Solo el tiempo lo dirá.

Julio César Coronel

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