Hace exactamente treinta años, Carlos Arturo Juárez, el entonces gobernador de Santiago del Estero, me encargaba un artículo en respuesta a otro, escrito por un pensador santiagueño ya fallecido, sobre su forma de hablar, a la que le atribuía las características de “caudillesca”. Por supuesto, dicho escriba no escatimó en aquel entonces, adjetivaciones diversas sobre la forma vetusta y tal vez abstrusa de comunicar sus ideas, al extinto cinco veces gobernador santiagueño. Ya que se hablaba de corrección o incorrección al hablar, recuerdo que hice una alusión al poema de Joaquín Castellanos, “El Temulento” que, en realidad, originalmente se llamaba “El Borracho”, pero fue cambiado. Dicho cambio se debió a que "Temulento" se consideraba un eufemismo más aceptable para describir el estado de embriaguez. Como que lo que se dice con corrección estratégica respondiera en estricta relación proporcional con el contenido y, más aún, con la llegada de la palabra de un líder a su gente.
Eran muchos los ataques hacia la verborragia, que no era otra forma de metaforizar la sinergia entre Carlos Juárez y sus seguidores de aquel entonces. Hablábamos de si hay formas correctas e incorrectas de expresarse.
Hoy leo un artículo de un anónimo, autodefinido como “estudiante universitario santiagueño”.
Y recordé aquella anécdota de marras, porque a Juárez le adjudicaban frecuentemente el apodo de Tata, papá en quichua. Nuestra otra lengua.
En el escrito de este universitario se habla de la frecuencia con que, en las redes sociales y tal vez, en la informalidad de charlas de café se alude al actual gobernador, como “Papi Zamora”, y hace hincapié (entre otros conceptos) a una suerte de peligrosidad en la sensación de orfandad que cundiría entre los seguidores, de Gerardo Zamora.
En principio, no sé qué carrera seguirá el muchacho firmante de la nota aludida, pero está en una provincia que lo deja estudiar. Tiene entonces como hábitat, un lugar que le ofrece una carrera que tal vez abrazó con la debida vocación. Y, sin perjuicio de los méritos propios que debe de tener, Zamora, a quien acusa de “abusivo”, ancló las herramientas para el acceso a enseñanza superior. Digo, puesto que el muchacho opinante, ubica al gobierno actual casi como en un anacronismo tercermundista.
Pero yo pienso en los países realmente limitados para la educación, la mayoría por falta de recursos y convulsiones armadas, como algunos de medio oriente, donde a un chico se le pone un arma en las manos, en lugar de un libro, como su pasaporte al futuro o simplemente, como un único modo de supervivencia.
Digo, porque si fuésemos tan presos de la esclavitud, ni el muchacho de la crítica al “Papi” Zamora, ni muchos otros, tan sólo con un poco de voluntad, no tendrían acceso al conocimiento superior.
Y aquí me quiero detener. En la voluntad, en el empeño personal. Si la persona denota orfandad al ubicar la figura de Zamora como padre ¿es culpa de Zamora o de la persona, de no asumir que ellos son responsables de sus vidas y, consecuentemente, de sus futuros? En todo caso, el gobernador dirige destinos generales, no particulariza en los traumas o carencias afectivas personales de cada ciudadano.
En cualquier forma, si el uso coloquial de: “Tata Juárez” o “Papi Zamora” quieren evidenciar algo, demostraría los vacíos emocionales del inconsciente colectivo y Carl Jung se estaría haciendo un festín psiquiátrico y psicológico con el pueblo santiagueño. Pueblo que, por otra parte, contiene amigos, familiares y conocidos del muchacho en cuestión.
Dicho de otro modo, trata de holgazanes emocionales a todos los santiagueños que puedan ver en Zamora a su padre dador. Y si así lo fuera, también los acusa de inhabilidad pragmática, al no procurarse un modo alternativo de vivir o un modo personal de consecución de otros objetivos.
En todo caso, ese Estado al que acusa de “paternalista”, está cumpliendo su rol activo y necesario para suplir carencias básicas, porque tal es su objetivo. De lo contrario sería desidia. Y toma sí, el Estado, las riendas del hogar que, en este caso, es el pueblo santiagueño.
Ahora, la maduración es ya un objetivo que cada “hijo” debate con su recta consciencia y con la decisión de mover la osamenta, activar las sinapsis neuronales y activarse en busca de mayores destinos, si es que los necesitare.
La cantinela de la prebenda es bastante engañosa. Cada quien recibe lo que merece, y cada cual recoge lo que busca. Aquí no hay víctimas ni victimarios. No hay que confundir elogio con adulación, gratitud con genuflexión. Los santiagueños hemos tenido oportunidades de dejar que, en diferentes intervenciones, nos vinieran a catequizar sobre otros modos de vivir en “libertad” y los eyectamos porque nadie comprende a un santiagueño si no nació en este terruño.
Los “Illuminati” de la vida están mucho más cerca de la verdad que lo que cree un centennial, como dice ser el muchacho de la nota que me movió a esta pronta respuesta.
Yo, que ya me retiro pronto del Estado, que entré al mismo con mi hija mayor en la panza, vi pasar de todo y ya defendía lo mismo que defiendo hoy. Los modos y costumbres de la santiagueñidad.
En aquel entonces se llamaba Tata, hoy es Papi. Dicho de cualquier modo remite al modo en que el santiagueño medio decide resolver sus carencias afectivas o dónde y cómo ubicar las oquedades de su bolsillo o de su corazón.
Mientras tanto, Zamora ocupa, para su tranquilidad, el rol de padre sustituto, y si le hace bien ¿quiénes somos el resto para acusarlos?
La buena noticia es que hay un padre que se hace cargo de sus hijos, y el que quiera emanciparse, nada ni nadie lo detiene, salvo sus propios miedos.
Por María Rita Oubiña - Periodista con 40 años de profesión.