Nadie puede discutir que nuestro presidente tiene sus ideas y las defiende a capa y espada en todo lugar y momento, puertas adentro o también en el exterior, ante economistas, ante opositores o ante las mismas narices de otros líderes globales.
Lo que podemos reconocer de Milei, y eso es muy bueno, es que no es para nada un demagogo, al contrario, peca por ser demasiado sincero y honesto intelectualmente, aunque peque de desmesurado y, ciertamente, su disrupción se vuelve fanáticamente intolerante.
Sus posturas fatalmente anárquicas, como un economista reconocido, no podrían traer ningún tipo de problema, pero ello cambia diametralmente cuando de lo que se trata son sus manifestaciones en el carácter de presidente de la Argentina.
Obviamente que los argumentos que plasma de manera disruptiva podrán ser válidos en ciertos contextos, especialmente si buscan cuestionar el statu quo y fomentar el cambio; sin embargo, la validez de estos argumentos se ve comprometida cuando no permite el disenso ni acepta otras ideas o pensamientos y también si lo hace en escenarios donde las manifestaciones terminan siendo poco digeribles.
En ese contexto, resulta ciertamente muy preocupante las afirmaciones que el primer mandatario realizó en la Asamblea Anual de las Naciones Unidas, donde criticó ferozmente el papel del organismo y lo hizo de una manera agresiva y poco contemplativa.
Para este economista devenido en dirigente nacional y máximo autoridad del país, las Naciones Unidas abandonaron su originario papel y trocaron su acción en un soterrado movimiento en pos del progresismo socialista.
Recordemos que las Naciones Unidas han sido, desde su fundación en 1945, un pilar fundamental en el esfuerzo por mantener la paz y la seguridad a nivel global.
Así las cosas, es indubitable que ante los desafíos complejos que enfrentó y enfrenta la humanidad, el organismo siempre dirigió su accionar en pos de establecer normas comunes que promuevan el entendimiento mutuo, la cooperación internacional y el respeto por los derechos humanos.
Uno de los mandatos esenciales de la ONU es la prevención de conflictos y el mantenimiento de la paz, trabajando para estabilizar situaciones y facilitar el diálogo entre partes en conflicto.
Además, el Consejo de Seguridad, con su capacidad para imponer sanciones y autorizar el uso de la fuerza, juega un papel crucial en la gestión de crisis. Sin embargo, las tensiones geopolíticas y los intereses nacionales a menudo complican su efectividad.
Quién puede olvidar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada en 1948, es un hito en la promoción de los derechos fundamentales. A través de sus diversos mecanismos, el organismo busca responsabilizar a los gobiernos y fomentar el respeto por las libertades individuales, sostener que por ello se convirtió una herramienta del socialismo es no entender las reglas de juego existentes en el marco supranacional y mentir de una desaforada.
En este camino para generar mayores reglas de convivencia y mejorar el desarrollo sostenible de toda la humanidad esta materia se ha convertido en un tema central en la agenda de la ONU.
Así, a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), adoptados en 2015, la organización ha establecido un marco global para abordar problemas como la pobreza, la desigualdad y el cambio climático.
De lo que se trata es promover la cooperación internacional en la implementación de políticas que equilibren el crecimiento económico con la sostenibilidad ambiental.
A ello, debemos sumarle el respeto por la diversidad cultural para la convivencia pacífica entre naciones, fomentando el diálogo intercultural y la educación como herramientas para la paz.
Pero, obviamente, nada es fácil y no se han podido alcanzar los objetivos planeados por el organismo desde su creación, es muy difícil lograr aunar criterios comunes y es por ello que las Naciones Unidas enfrentan importantes desafíos.
La falta de consenso entre los estados miembros, la creciente desconfianza en la cooperación internacional y las crisis humanitarias en múltiples regiones ponen a prueba de manera constante la eficacia de la organización.
En un mundo interconectado, la colaboración global es esencial para abordar problemas que trascienden fronteras, como las pandemias, el terrorismo y el cambio climático.
Sin lugar a dudas, las Naciones Unidas continúan siendo una fuerza esencial para el mantenimiento de la paz y el orden mundial y ello no puede desconocer el presidente, quien equivoca su mirada si lo hace en tren de posicionarse como un referente de una supuesta muralla libertaria, porque no existe tal idea de un soterrado movimiento “socialista”. Tan solo existen políticas comunes de derechos fundamentales que contemplan a todo el concierto de países, pero esencialmente a cualquier hombre, sin importar raza, religión o idea política.
Milei debería comprender que, en tiempos de incertidumbre, la ONU se erige como un faro de esperanza y un llamado a la acción colectiva en la búsqueda de un futuro más pacífico y justo para todos.
Es por ello que la afirmación de que las Naciones Unidas propende ideas socialistas es un tema controvertido, si bien algunos pueden interpretar las acciones del organismo como alineadas con el socialismo, es importante considerar el contexto y la diversidad de opiniones sobre su rol.
La ONU se presenta como una plataforma para abordar problemas globales complejos y su enfoque puede variar según los intereses y prioridades de los estados miembros
Nuestro presidente debería tener mayor mesura y cierta amplitud de criterios, porque el disenso es esencial en cualquier sociedad democrática y pluralista. Permite un diálogo constructivo, la evaluación crítica de ideas y la posibilidad de llegar a soluciones más robustas.
Sin disenso, el debate se convierte en un monólogo que puede llevar a la polarización y a la falta de progreso.
De suyo, el accionar del presidente con sus argumentos disruptivos puede ser provocador e innovador, pero su efectividad solo se podrá incrementar cuando admita someterla a la crítica y se contraste con otras perspectivas.
Y así, la falta de apertura a otras ideas puede llevar a conclusiones sesgadas o a la perpetuación de dogmas; es que cuando una posición no permite el disenso, se corre el riesgo de generar un ambiente de intolerancia.
De lo que se trata entonces que estas actitudes pueden conducir a la represión de voces disidentes, lo que a su vez limitará la diversidad de pensamiento y puede resultar en decisiones poco informadas o injustas. Esto que intenta hacer Milei en el foro mundial, que son las Naciones Unidas, estaría teniendo su correlato interno con sus formas de ninguneo y destrato político, tanto a opositores como oficialistas.
Decía John Fitzgerald Kennedy que “el vínculo más básico que tenemos en común es que todos vivimos en este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire, todos valoramos el futuro de nuestros hijos y todos somos mortales”.
Este gran demócrata nos enseñaba la existencia de esa interconexión humana y la vulnerabilidad compartida que todos debíamos enfrentar, cuando mencionaba que "todos vivimos en este pequeño planeta", subrayaba la idea de que, a pesar de las diferencias culturales, políticas o sociales, todos pertenecemos a un mismo hogar: la Tierra, eso no parecería comprender el presidente.
Por otro lado, al hacer referencia a que "todos respiramos el mismo aire", Kennedy sugería que las problemáticas globales, como el medio ambiente y la paz, nos afectan a todos por igual y para ello son necesarias las Naciones Unidas.
Lamentablemente pareciera que el pensamiento “anarco libertario” nos deja librados a “las fuerzas del cielo”, algo tan etéreo como indescifrable, aunque en el barrio diríamos que “estamos jugados a la buena suerte”.
Julio César Coronel