Enfermarse por estrés depende más de la persona que de la situación estresante en sí misma, del significado que cada persona le otorgue a la situación que considera que amenaza su bienestar
Los últimos meses del año traen aparejado una serie de situaciones vitales que generan incertidumbre en todos los integrantes de la familia. Por las características de nuestra cultura es época de replanteos existenciales: ¿Cómo me fue este año, cómo me va a ir el próximo?, ¿quiénes estamos, quienes no están?, ¿cómo voy a enfrentar los desafíos que me impondrá el nuevo año que se avecina? Los niños terminan la escuela, los jóvenes sus actividades académicas, se vienen las fiestas y se actualizan las ausencias –el abuelo José ya no está con nosotros, la tía Laura se fue a vivir al exterior, con mi hermana estamos peleados-, ¿pasaré de grado?, ¿Cuántas materias me voy a llevar?...
Estos conflictos vitales son parte de nuestra cotidianeidad pero se actualizan y se refuerzan particularmente, en esta época del año. La mayoría de las personas, con mayor o menor carga de angustia y ansiedad, terminamos “encontrándole la vuelta”. Afrontamos la situación conflictiva y seguimos adelante. “Son las cosas de la vida”. No ocurrió nada que rompiera nuestro equilibrio emocional ni fisiológico. Es cierto que gastamos energía extra para salir adelante pero nuestro organismo está preparado para superar esos desafíos. El costo que pagamos no es excesivo, es simplemente el precio de vivir.
Ocurre que algunas personas, debido a una conjunción de factores genéticos -predisposición biológica- y otros adquiridos en función de su experiencia de vida –factores psicológicos y sociales-, no cuentan con las herramientas adecuadas para afrontar estas situaciones conflictivas. Su capacidad de respuesta se ve superada, la totalidad de su organismo acusa el impacto. Finalmente, aparecen síntomas, tanto psicológicos como corporales; enferman.
Como podemos apreciar, en los ejemplos planteados las situaciones conflictivas son las mismas en ambos grupos. Lo que los diferencia es la manera de enfrentar la situación de conflicto –capacidad de afrontamiento-. El resultado es que el grupo que tiene una capacidad de afrontamiento deficiente se enferma. A esta modalidad de respuesta desadaptativa que conduce a la enfermedad es lo que denominamos: “Estrés”.
De lo anterior se puede deducir que enfermarse por estrés depende más de la persona que de la situación estresante en sí misma, del significado que cada persona le otorgue a la situación que considera que amenaza su bienestar. Ese significado estará condicionado por la historia personal del sujeto, por lo "aprendido" a lo largo de su vida, teniendo particular importancia sus relaciones vinculares y sus experiencias tempranas. Y es precisamente eso, sobre lo que podemos actuar. Hay situaciones que no se pueden resolver (el abuelo José se murió y nada podemos hacer para volver a tenerlo entre nosotros). Debemos diferenciar “reacción o respuesta al estrés” de “estrés enfermedad”. La reacción de estrés es una respuesta natural y no necesariamente nociva. Enfermarse por estrés es más complejo. Y como dijimos depende de factores biológicos -predisposición genética- psicológicos -experiencias de vida-, sociales y culturales.
RESPUESTA DE ESTRÉS
Aclarando las cosas: cuando decimos que una persona tiene estrés, estamos queriendo significar que algo anda mal, que algo se ha desacomodado. Esa persona tiene una respuesta de estrés desadaptada, desequilibrada, disfuncional.
Esa respuesta anormal tiene 3 características distintivas:
1) es exagerada –demasiado potente;
2) es muy sensible (se dispara muy fácil, incluso cuando no hay peligro real);
3) no se apaga cuando la amenaza desaparece
El estrés, sostenido a lo largo del tiempo y sin un tratamiento adecuado, produce un impacto deletéreo sobre la salud de todo el organismo. En todos los animales superiores, incluido el hombre, el organismo cuenta con una herramienta esencial para defenderse ante las situaciones que amenazan su integridad. Cuando el cerebro evalúa que una situación es peligrosa, pone en marcha -"enciende" un mecanismo adaptativo para defenderse, para afrontar la situación. Este "encendido" produce un importante cambio en todo el organismo: se aceleran el corazón y la respiración, la sangre se concentra en los músculos y las pupilas se dilatan. Cuando el cerebro evalúa que la amenaza ha cesado, el mecanismo se apaga y todo vuelve al estado basal, a la normalidad. Este mecanismo fisiológico y conductual se conoce con el nombre de "respuesta de estrés", presente en todos los animales y esencial para preservar la especie.
Si bien no es recomendable establecer una analogía directa entre las experiencias con animales y lo que le ocurre a las personas, este tipo de estudios ayuda a comprender mejor lo que sucede dentro del organismo cuando enferma por estrés. Experiencias con diferentes especies animales han demostrado que las crías sometidas a un estrés crónico durante determinados "períodos críticos", propios para cada especie, se comportan de manera distinta a aquellos que no son sometidos a dicho estrés. Se producen modificaciones en el patrón de secreción de hormonas y neurotransmisores junto con alteraciones en el crecimiento físico y en la maduración. En experiencias con ratones, que fueron seguidos durante toda la vida del animal, cuando llegan a la edad adulta presentan una respuesta de estrés anormal, desadaptada, enferma, cuando son enfrentados con una situación de amenaza.
Finalmente, cabe destacar que las personas adultas que padecen estrés crónico tienen mayor probabilidad de padecer enfermedades graves e invalidantes como infarto de miocardio, hipertensión arterial, accidentes cerebrovasculares, diabetes tipo II, entre otras pasibles de requerir internación domiciliaria. De allí la importancia de su identificación durante la niñez.
Sólo con la voluntad de tomar las cosas de otra manera a veces es insuficiente. Busque ayuda, desarrolle lazos vinculares fuertes y sostenidos.
* Médico. (M.N. 57.969),
(Divulgador Científico de Grupo Medihome)