17 de julio, 2025
Actualidad

Acabo de llegar de un paseo vespertino por las peatonales santiagueñas. Calles atestadas de gente consumiendo... quién más, quién menos. Alguien muy viajado me dijo que esas galerías le recordaban a Egipto, por lo que vi en películas, le otorgo la razón. El aire ferial de la zona está sobrecargado. El tenue sol de la tarde se ensambla con las primeras brisas del ocaso drenando la densidad de la multitud.
Uno anda y no puede imperar sobre su propio ritmo, uno simplemente avanza con alguien adelante que lo aletarga o alguien por detrás que lo impele. Pasada una hora de trámites, las retinas se me abarrotan de colores vívidos, de vendedores ambulantes con sus ofertas diversas, la escala cromática es infinita, los otros caminantes son tan sólo sombras que pululan. Pero hay algo que me está molestando hace un rato y no puedo atinar con la respuesta precisa, hasta que me tomo un descanso y: ¡Eureka! Más que la turbamulta lo que me viene aprisionando el bienestar es la música apasionada, bulliciosa y vulgar que emiten todos los parlantes de casi todos los negocios de la zona.
Esos sonidos extradiegéticos me enervan, me desposeen de calma. Me tomo una pausa en una silla casual y recuerdo un pasaje de la película francesa llamada “La Cuestión Humana”, reedito en mi memoria pues, una escena en la que el jefe de recursos humanos de una importante empresa somete a los empleados a una prueba que consiste en:  "bailar al son de músicas tecno-industriales, descompuestas por luces estrobóscopicas, que a modo de estilete seccionan sus naturalezas muertas y huecas, en pos de ese materialismo utópico " (según excelente definición de un crítico cinematográfico).
 
Un nuevo estimulante
La explicación de tal prueba, es que la música estridente y de baja estrofa actúa directamente sobre los neurotransmisores llevando el ánimo a un estado de excitación necesario para el rendimiento y manipulación de ciertos grupos humanos.
Un seminario sobre "El rol de la música en la medicina moderna”,  comprobó que con ciertos ritmos se activan exactamente los mismos neurotransmisores vinculados a mecanismos de motivación y recompensa que se potencian con las drogas. La música actúa como un calco, estimulando los mismos puntos que generan placer o euforia, lo que podría ser un descubrimiento de insospechados alcances. 
Algún aletargamiento estructural en la clase baja necesita colmarse de sones paupérrimos para acrecentar su euforia y escapar a la "insoportable levedad del ser" a la que se ven sumidos cuando sus horizontes se acotan. Mientras tanto del otro lado de la sociedad, los estimulantes (más extravagantes, tal vez) también existen.
Se habla de alcohol, de drogas pesadas, pero nadie tiene en cuenta que un tercer enemigo latente nos visita: la música catártica.
Mientras algunos purgan sus miserias al son de ritmos caóticos, media sociedad está aturdida por elección y otra por elevación, con sonidos ensordecedores y muy reñidos con la paz, esa paz que paradójicamente a los modos de su búsqueda, todos los mortales anhelamos.
Termino mi periplo, elijo salir del tumulto físico y auditivo, no puedo dejar de pensar en el film francés y de preguntarme: ¿qué gran vacío le acontece a la sociedad contemporánea que necesita exaltar sus sentidos de este modo tan agresivo?
Mil conjeturas se me cruzan por la cabeza, una más fuerte que las otras, se me antoja barruntar; algún maquiavélico experimento pergeñado por "melocidas" (licencia literaria) que, como en "La Cuestión Humana", usan a determinados grupos humanos cual conejillos de Indias, privados de pensamiento propio, inanes, presas de un viaje musical perturbador e inconducente. Tal vez es sólo un exceso de fantasía de mi parte.
 
Los auto-boliche
Pululan impunemente. Nadie les dice nada. La música a volumen extremo desde temprano saliendo de los autos que circulan por las calles, nos habla de gente que está dirigiéndose a sus lugares de trabajo con un extra de adrenalina. La que les proporciona la acústica potenciada como una suerte de droga que aviva los sentidos y reconcilia de algún modo con la rutina.
Alguna vez, un albañil estaba trabajando cerca de casa y le pregunté por qué ponía la música tan fuerte y me contestó desde su propia lógica: “¿Y cómo voy a trabajar si no pongo música?”.
Para él tenía toda una lógica y nos habla de una sociedad en la que la mayor parte de las personas no está conforme con lo que hace. Pero, el hombre se las ingenia para “soportar” su rutina diaria. En tal caso, la música es un paliativo justo para atravesar terrenos laberínticos, esos que nos llevan día a día al desafío de encontrar la salida.
De todos modos, impacta que desde muy temprano ya la gente busque el placebo musical, con sonidos de alta frecuencia vibracional que tal vez alienten a sus alicaídos ánimos a salir a la batalla cotidiana.
Pero uno cruza una calle, y peligrosamente estos “autos-boliche” avanzan sin control por las calles céntricas, generando no sólo contaminación acústica sino un peligro inminente.
 
Contaminación acústica al palo
Según  la Organización Mundial de la Salud (OMS) la contaminación acústica es la presencia de ruido o vibraciones en el ambiente que tienen un efecto negativo tanto en la salud de las personas como en la conservación de la naturaleza y el medio ambiente.
“La exposición prolongada al ruido puede afectar de distintas formas a la salud produciendo molestias, trastornos del suelo, efectos perjudiciales en los sistemas cardiovascular y metabólico”, afirma Eulalia Peris, experta en ruido ambiental.
 
Qué dice la ley santiagueña sobre ruidos molestos
En Santiago del Estero, la regulación sobre ruidos molestos se encuentra principalmente en la Ley Provincial Nº 6321. Esta ley aborda la protección, conservación y mejoramiento del ambiente, incluyendo la regulación de la contaminación acústica. 
Busca armonizar el desarrollo con el medio ambiente para preservar la calidad ambiental y la diversidad biológica. 
La ley establece que las actividades que generen ruidos molestos pueden ser sancionadas. 
Parece un sinsentido aludir a dicha ley, pero existe. Y como pasa con muchas cosas en nuestro país, nadie la cumple. 
Estamos tristemente acostumbrados a este tipo de agresión física que deja secuelas y las dejará en las generaciones futuras, acostumbradas a convivir con decibeles altísimos, atentando directamente sobre su salud mental y hasta con su salud física, como lo dijimos párrafos anteriores.
Ocurre que en el doble discurso de cuidar el planeta que parece un contrasentido que la gente genere lo mismo que la daña, porque mientras tanto le da un placer efímero.
La presión sonora es la fuerza que crea variaciones en las ondas sonoras. El nivel de presión sonora varía entre 0 dB y 120 dB. Si el sonido sobrepasa los 120 dB se vuelven dañinos y dolorosos pudiendo causar daños auditivos inmediatos e irreversibles. 
 
Consecuencias físicas:
Aumento de la frecuencia cardíaca y respiratoria
Perdida de la audición 
Aumento de la presión arterial.
Problemas de sueño (alteración en el ciclo, somnolencia, cansancio extremo, insomnio)
Obesidad o diabetes
Prematuridad y mortalidad infantil 
 
Psicológicas
Estrés
Ansiedad
Conductas agresivas
Irritabilidad 
Reducción del rendimiento académico
Pérdida de la memoria
 
Mientras tanto, es responsabilidad individual poder medir el nivel de ruidos que emitimos, sabiendo que los mismos no sólo afectan a los individuos que los generan, sino al resto de la población que pasivamente, no sólo soporta sonidos de baja estrofa sino que además éstos afectan la salud de ésta y varias generaciones.
Pequeño aporte contra un gran mal de la época. Sé que no voy a cambiar una realidad ni cercanamente, pero al menos aporto mi experiencia y mi observación. No es poca cosa advertir que nuestra salud mental y física, colectiva, está en peligro.
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