23 de enero, 2025
Actualidad

El 9 de enero pasado se cumplieron 90 años de la muerte del cabo Paz, en el desaparecido Regimiento 18 de Infantería. Un hecho que marcó a la historia de Santiago, no sólo por el fusilamiento sino por la grave situación de zozobra social que se generó luego de la muerte del militar.

Pasaron ya 90 años desde aquél 9 de enero de 1935, fecha en que fuera fusilado el cabo Luis Leónidas “Pedoya” Paz, luego de que la justicia militar lo condenara por dar muerte a balazos a su superior, el mayor Carlos Elvidio Sabella, jefe del primer batallón y, circunstancialmente, a cargo de la jefatura del Regimiento 18 de la Infantería.
El cabo Luis Leónidas Paz había nacido en 1907. Cursó el 1° año en la escuela Normal y el 2° en el Colegio Nacional. Egresó de la Escuela de Suboficiales de Campo de Mayo. Era buen mozo y amante del deporte, integró equipos de fútbol del hoy desaparecido club Santiago; también fue boxeador sobresaliente, lo que lo hizo popular entre la gente de su barrio y la tropa del regimiento.
El desgraciado acontecimiento se originó el primer día de aquél año, cuando un contingente de soldados regresaba desde Tartagal (Salta), a donde habían sido destinados para custodiar la frontera ante el estado de guerra en que se encontraban Bolivia y Paraguay.
El mayor Sabella, de 42 años, que tenía facultades para contratar personal civil, había dado por terminado los servicios de un cocinero de apellido Sierra, por reiterados incumplimientos debido a su alcoholismo, sobre todo por haberlo sorprendido en ese estado en el tren en que regresaban a la provincia. Entonces, le ordenó al cabo Paz, a cargo del rancho, que lo bajara de inmediato, porque no debía regresar en el convoy afectado al ejército.
Una vez llegado el convoy a la estación del ferrocarril Central Norte, ubicado en el predio que actualmente ocupa el Juzgado Federal, Av. Belgrano (N) al 500, Sabella vio con gran sorpresa que Sierra descendía del tren. Indignado porque no se habían cumplido sus órdenes, le aplicó al cabo Paz diez días de arresto, como sanción ante su desobediencia. Esta es la versión que señala el historiador de “Vivencias Santiagueñas”, Pedro Segundo Rojas Cuozzo.

15 DÍAS DE ARRESTO
Por su parte, el historiador tucumano Carlos Páez de la Torre H, en un informe realizado para el diario “La Gaceta”, contó que “el jefe se hartó de las repetidas faltas del cocinero Julio Sierra: le dijo que quedaba despedido y que se volviera a Santiago con la tropa que regresaba.
Sierra se subió a una de las chatas en que viajaban los soldados: le tocó la que era responsabilidad del cabo Luis Leonidas Paz. Llegados a Santiago, salía del cuartel rumbo a su casa, cuando lo interpeló el mayor Carlos Elvidio Sabella, oficial de 42 años, jefe de uno de los batallones. ‘¿Quién lo autorizó a viajar con el regimiento?’, preguntó con aspereza. Sierra contestó que tenía permiso del jefe, dado en Tartagal, pero Sabella no se conformó. Hizo detener a Sierra y lo interrogó al día siguiente. 
El ex cocinero precisó entonces que había viajado en la chata que mandaba el cabo Paz. Entonces, Sabella lo dejó ir, a la vez que ordenaba aplicar 15 días de arresto al cabo. 
Era una de esas típicas sanciones que los oficiales ordenancistas solían disponer al compás de sus caprichos. Tal vez estaba cansado por el viaje y por el calor. Pero no sospechaba que así había empezado a diseñar los elementos que culminarían en tragedia. Era el martes 1º de enero de 1935”.

ASESINATO Y SENTENCIA
El 2 de enero, en momentos del almuerzo, el cabo Paz solicitó tener una entrevista con el mayor Sabella, quien se negó a atenderlo, pues quería informarle a su superior que ya estaba todo dispuesto para que el 5 de enero se realice la boda con su novia Selva Ledesma. 
Ante su insistencia, ordenó que lo arrestaran. Pero en una rápida reacción se escabulló, ingresó en el comedor y esgrimiendo un revólver efectuó un disparo para que los oficiales que flanqueaban al mayor se apartaran. Inmediatamente le disparó a la cabeza los cinco proyectiles que quedaban en el arma. 
En medio de la conmoción, estupor e incertidumbre, emprendió la fuga por una puerta que daba a la Av. Roca, perseguido por el teniente Deimundo y el subteniente De la Vega. Cada tanto se detenía y accionaba el revólver, pero ya no tenía balas. Al aproximarse a la Av. Rivadavia y ante la cercanía de sus perseguidores, optó por entregarse. 

CONSEJO DE GUERRA
Según Carlos Páez de la Torre H, superada la estupefacción del momento -y mientras se tomaban medidas para velar el cadáver de Sabella-, empezó a moverse a toda velocidad el mecanismo del Código de Justicia Militar. Se constituyó un Consejo de Guerra Especial, presidido por el jefe de la V División de Ejército, coronel Eduardo López. El capitán Guillermo Amestegui levantó el sumario, con testimonios de todos los presentes en el comedor.
El tribunal deliberó varias horas, el 3 y el 4 de enero. En las dos declaraciones que prestó ante sus miembros, el cabo Paz narró con calma el incidente. Dijo que la negativa de Sabella a recibirlo "me puso fuera de mí: extraje un revólver que llevaba en el bolsillo y de dos saltos penetré en el comedor, disparando el arma". En ese momento, apuntó, "no tuve la impresión de haberle ocasionado la muerte. Después, tiré el revólver y corrí, hasta que fui detenido".

PENA DE MUERTE
El historiador tucumano señaló que el capitán Máximo Garro, nombrado defensor de Paz, pintó al cabo como hombre temperamental, pero buen soldado y buen compañero. Alegó que había obrado bajo una gran presión, que estaba enfermo de sífilis y que, después de todo, cargaba los antecedentes de un padre alcohólico. En ese momento, Paz lo interrumpió. "No es verdad", dijo. Garro quedó descolocado y pidió un receso para hablar con su defendido. "No hay nada que aclarar. Mi padre era un hombre completamente normal y decente", reiteró el acusado. 
Oídas todas las exposiciones, el Consejo de Guerra pasó a deliberar. Su fallo fue condenar a Paz a la pena de muerte, de acuerdo a lo dispuesto por el Código de Justicia Militar. El defensor Garro apeló entonces a Buenos Aires, ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina. El máximo organismo, presidido por el general Emilio Sartori, confirmó la sentencia el día 6.
Al día siguiente, el  presidente de la Nación, general Agustín Pedro Justo, le puso el «cúmplase».
Al mediodía del martes 8, el cabo Paz fue notificado de la sentencia de muerte, por un emisario especialmente enviado desde Buenos Aires. A las 24 horas de su notificación, debía ser fusilado.

SOLIDARIDAD DEL PUEBLO
Pero, a esa altura, el suceso ya superaba la condición inicial de hecho de sangre en un cuartel, según lo explica el historiador Carlos Páez de la Torre H. Había conmocionado íntegramente a Santiago del Estero, en todas sus franjas sociales. Así lo reflejaba la prensa.
Los principales medios periodísticos destinaron al episodio una amplísima cobertura, con grandes titulares en la primera página y abundancia tanto de información como de reportajes y notas "de color". 
Desde Buenos Aires, el diario Crítica destacó un enviado especial, Roberto Cejas Arias. Muchos años después, en “Todo es historia”, Fernando Quesada narraría todo en su artículo 1935: fusilamiento en Santiago del Estero.
El pueblo se solidarizaba sin vacilar con el cabo Paz. Les despertaba simpatía por santiagueño, por deportista y por buena persona: se decía que, cuando administraba el rancho de la tropa, se las arreglaba para repartir el sobrante de comida entre la gente pobre que se acercaba al cuartel.
El juicio de la gente se alimentaba también de rumores. Decían que Sabella se obstinaba en perseguir a Paz, a quien había aplicado arrestos por nimiedades, en ocasiones anteriores. Y hasta se susurraba la existencia de otros motivos personales, vinculados con mujeres, como trasfondo de esa antipatía del mayor. Además, ¿cómo era posible que se aplicaran penas de muerte todavía?

SANTIAGO CONVULSIONADO
Empezaron a organizarse manifestaciones, cada vez más nutridas, a las puertas del cuartel del regimiento. Mujeres con niños en brazos se agolparon frente a la Casa de Gobierno: el gobernador, Juan Bautista "El gaucho" Castro, debió salir al balcón y prometer que enviaría un pedido de clemencia por telegrama. 
Además, la Cámara de Diputados, el Concejo Deliberante, el Colegio de Abogados y cantidad de agrupaciones gremiales y culturales remitían notas a Buenos Aires con idéntico requerimiento. Un franco clima de agitación imperaba y crecía en la ciudad, sobre todo luego que La Gaceta publicara las tres cartas que el condenado había escrito a modo de despedida.
Una de las misivas estaba dirigida a sus camaradas, donde expresaba: “Viva la patria. Adiós camaradas”. Otra para el pueblo, en la que agradecía “todo lo que han hecho por mí”. Y la tercera a su hermana: “Vos sabés cuanto te he querido y quiero hasta el último momento de mi vida. Cuídate mucho y preocúpate de tu salud para que vivas muchos años”.

EL DÍA D
El día fijado para la ejecución, el comercio cerró sus puertas. Toda la actividad de Santiago se centraba en los grupos compactos que vociferaban, blandían letreros o rezaban en las inmediaciones del cuartel. Soldados con fusiles se habían distribuido en posiciones estratégicas. 
El presbítero Amancio González Paz, capellán del Ejército con asiento en Campo de Mayo, confesó al condenado, quien -junto a su novia- apadrinó el bautismo de un sobrinito. 
“A las 11 concurrieron al cuartel del Regimiento 18 de Infantería la hermana del cabo Paz, Francisca Paz del Fernández, acompañada de la novia de éste, Zoila Ledesma. La hermana de Paz llevaba en brazos a su hijita Selva Argentina, de ocho días de edad, a fin de que fuera bautizada en el local del regimiento”, destacaba La Gaceta.
El cabo “sirvió de padrino a su sobrina, a quien el capellán del ejercito Amancio González Paz dio los óleos bautismales”.
Antes de recibir la sentencia, también recibió la visita de suboficiales y de algunos soldados. Mientras que numerosas personalidades e instituciones locales y de otras provincias pidieron clemencia al presidente de la Nación e, inclusive, buscaron la mediación de su esposa. 
Sin embargo, pese a las sugerencias y ruegos de sus familiares, su novia y su defensor, el cabo Paz se negó a pedir conmutación de la pena de muerte por cadena perpetua.

FUSILAMIENTO
El día de la sentencia llegó rápidamente. Un pelotón de ocho soldados, que portaban cuatro fusiles con balas de guerra y cuatro con balas de fogueo sería el encargado de su fusilamiento. Paz no se dejó vendar los ojos y al enfrentar al pelotón, abriéndose la chaqueta dijo: “Muchachos, al pecho los cuatro”. Hasta último momento el jefe del Regimiento aguardó la conmutación de la pena.
Cuando el sargento dio la orden al pelotón de “preparados”, los soldados remontaron los fusiles. Luego continuó el “apunten”. Fue entonces cuando el cabo Paz gritó: “Viva Dios y viva mi Patria”. Finalmente, a las 14.05, se dio la orden de “fuego” y un tiro de gracia en la sien –realizado por el sargento Medina- cegó la vida del suboficial santiagueño.
El estampido de las descargas fue una señal que desencadenó la impresionante protesta popular. La multitud recorrió enfurecida las calles, destrozó vidrieras de los comercios, apedreó el local del diario El Liberal, del Obispado, de la Casa Radical, entre otros desmanes que la Policía logró controlar no sin gran esfuerzo. Fueron detenidos los abogados Manuel Fernández y Ruperto Peralta Figueroa, como cabecillas de la protesta. Pero otra inmensa manifestación popular, que prácticamente sitió la Casa de Gobierno el día 12, obligó a liberarlos.

Los restos del cabo Paz no fueron entregados a sus familiares para evitar que el velatorio y el sepelio fueran motivo de nuevas manifestaciones o que su tumba se convirtiera en objeto de la veneración popular. Recién se realizó varios años después. 

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