No son tiempos de blancas palomitas, como planteaba el portero de la escuela que daba vida a las escenas novelescas de “Jacinta Pichimahuida”, son tiempos difíciles donde a Sarmiento quisieron ocultar y Baradel solía pavonearse.
Más allá de todo, cada 11 de septiembre, Argentina celebra el Día del Maestro, una fecha que rinde homenaje a aquellos que se dedican a la enseñanza y la formación de las nuevas generaciones.
Es en este contexto, donde la figura de Domingo Faustino Sarmiento se erige como un referente indiscutido. Educador, escritor y político, Sarmiento es conocido por su incansable lucha para insertar la educación en el centro de la vida nacional, defendiendo la idea de que a través del conocimiento se construye el futuro de un país. Sin embargo, más de 150 años después de su muerte, el sistema educativo argentino enfrenta retos que parecen desbordar las visiones reformadoras del ilustre sanjuanino.
Con Sarmiento nace una educación que ya era inclusiva y gratuita.
Tenía una visión progresista, aunque podría aparentar una falsa ortodoxia, fundamentalmente el progresismo, a partir de la educación laica y con calidad para todos, y es por ello que sigue siendo un faro para las políticas educativas contemporáneas.
Para Sarmiento la escuela no solo debía impartir conceptos académicos, sino que, dentro de un Estado en formación, quiso que la escuela se involucrara activamente en la formación integral de la ciudadanía.
Hoy, la realidad educativa presenta un panorama sombrío, hay problemas de financiamiento, deserción escolar y falta de infraestructura, factores que complican la construcción de un sistema educativo que satisfaga las necesidades de su población.
En este marco, el actual gobierno de Javier Milei propuso una serie de reformas educativas que buscan transformar radicalmente el sistema.
La agenda del nuevo gobierno pone énfasis en la desburocratización y la introducción de modelos alternativos a la educación pública tal como la conocemos.
Bajo el discurso de la libertad educativa se promueven iniciativas que apuntan a flexibilizar el sistema, a la vez que se cuestiona la capacidad de las instituciones educativas tradicionales para ofrecer una educación de calidad.
Sin embargo, estas propuestas generaron un gran debate en la sociedad argentina. Los detractores argumentan que, en lugar de mejorar la calidad educativa, podrían profundizar la desigualdad y dejar a los sectores más vulnerables a la deriva.
Obviamente que la educación no puede ser tratada como un producto en un mercado, pero tampoco podemos quedarnos sin hacer nada y encerrados en la política obstruccionista y maquiavélica de Roberto Baradel, quien tras la impronta de preservar los derechos de los docentes y garantizar condiciones laborales dignas, mantiene de rehenes a millones de alumnos.
No es bueno ideologizar la enseñanza y entorpecer el camino hacia una educación de calidad; para defender los derechos laborales y la estabilidad del empleo docente no se necesitan sabotear a la propia educación.
En este Día del Maestro, es fundamental reflexionar sobre la importancia de un enfoque equilibrado que tome en cuenta tanto la necesidad de reformas que aborden la crisis educativa actual, como la herencia de quien en su época vislumbró la educación como la herramienta clave para el progreso social.
Lograr un salto de calidad educativa en Argentina requerirá no solo plantear nuevas estrategias, sino encontrar un consenso que involucre a educadores, sindicalistas y autoridades, para construir un futuro donde la enseñanza sea verdaderamente el pilar de la Nación.