El fallecimiento del Papa Francisco dejó un hondo pesar en todo el pueblo cristiano. Los santiagueños lamentan su partida, sobre todo porque el Santo Padre tuvo una relación muy estrecha con esta provincia, que comenzó mucho antes de su pontificado.
Ojos llorosos, sentimientos desbordados, emociones a flor de piel se confundían con las imágenes que se transmitían directamente desde El Vaticano. “Habemus Papam”, había dicho un anciano obispo francés y, si bien su lenguaje fue apenas entendible, para los argentinos no había duda: el representante local, el cardenal Jorge Mario Bergoglio había sido elegido como el sucesor de San Pedro. El nuevo Papa de la Iglesia Católica era argentino. En la quinta votación, durante el segundo día de cónclave, fue señalado como el Sumo Pontífice, tras la renuncia de Benedicto XVI.
Minutos después de aquel 13 de marzo de 2013, apareció un hombre vestido con un sencillo atavío blanco, con una simple cruz de plata, libre de todo lujo y de cualquier ornato. “Buenas noches”, fueron sus primeras palabras. Aquél sencillo saludo fue el primer signo de acercamiento del Papa del fin del mundo con la gente.
Luego vinieron sus otros gestos, tan significativos como los que irían conociéndose con el correr de las horas: inclinar la cabeza ante la multitud que coreaba su nombre, pedir que ellos oren por él antes que él pudiera realizar cualquier tipo de bendición, pagar él mismo su cuenta de hotel, despreciar transportarse en una lujosa limusina para hacerlo en un colectivo junto a los cardenales que lo habían elegido.
Gestos simples, sencillos, que estaban empezando a delinear la figura de un hombre desconocido para la grey católica, pero que no dejaba de ser el Jorge Bergoglio que había partido semanas antes, esperando regresar antes de la próxima Semana Santa.
Ir a dar gracias a la Virgen, pedir por una Iglesia más pobre, para los pobres, bajarse del “papamóvil” –esta vez sin ningún escudo protector- para saludar especialmente a los enfermos, pedir por los niños, los ancianos, por la misericordia, por el perdón, por volver la mirada hacia el Cristo de la Cruz, elegir un anillo sencillo… fueron los otros signos que se dibujaron en ese hombre al comienzo de su Papado.
Así, el mundo se vio conmocionado por la designación de aquél hombre de 76 años, que se salía del protocolo y que elige ser único, distinto a sus predecesores. Un hombre que eligió el nombre del santo de la pobreza, de la humildad.
Hoy, 12 años después, todos lloran su partida…
EL LEGADO A LA IGLESIA SANTIAGUEÑA
Su salud resquebrajada desde febrero pasado no fue impedimento para que el domingo de Pascua diera la bendición urbi et orbi a todo el pueblo cristiano reunido en la plaza San Pedro, en el corazón del Vaticano. Hasta pudo saludar desde el “papamóvil”. Parecía que estaba mejorando, parecía que las enfermedades habían quedado atrás, parecía que era tiempo de retomar su agenda de trabajo, parecía… Sin embargo, su luz se apagó en la madrugada del lunes 21 de abril, mientras dormía.
El Papa Francisco dejó un inmenso legado durante todo el tiempo que estuvo timoneando la iglesia católica. No fue fácil. En el camino tuvo que vencer múltiples obstáculos, barreras de todo tipo, pero siempre se mantuvo firme en su postura reformista, en su misión evangelizadora, en el perdón a todos, sin importar razas, credos ni mucho menos la sexualidad.
Más allá de todo lo que pueda decirse sobre lo que hizo, cómo lo hizo e incluso lo que no hizo, los santiagueños tienen otra mirada, pues el Papa Francisco revaloró su historia, le devolvió el título de honor que había perdido siglos atrás y hasta nombró como santa a una laica santiagueña. Pero eso no es todo, cuando nadie imaginaba que algún día se convertiría en el hombre más importante de la iglesia católica en el mundo, este hombre, dueño de una simpleza y sencillez envidiable, visitó Santiago del Estero, conoció su tierra y palpó por sí mismo la fe que se vivía en esta provincia.
EN EL IX CONGRESO EUCARISTICO
El Papa Francisco supo visitar esta tierra en tres oportunidades, las dos primeras mientras su nombre no sonaba en la historia de El Vaticano.
De hecho, la primera vez que pisó el suelo santiagueño fue en septiembre de 1994, en oportunidad del IX Congreso Eucarístico Nacional. En aquella época estaba cumpliendo sus 58 años y era uno de los obispos auxiliares de la Diócesis de Buenos Aires; por lo tanto, ni siquiera figuraba entre los prelados reconocidos ni tampoco entre los más renombrados del purpurado presente en la oportunidad.
Sin embargo, quienes compartieron con él lo recuerdan como un sacerdote muy humano, siempre dispuesto a escuchar y movilizado hacia todo aquél que lo necesitara.
SORPRESA EN LA CATEDRAL
Tiempo después fue nombrado Arzobispo de Buenos Aires y su agenda no le permitió regresar a la Madre de Ciudades.
Sin embargo, el entonces Primado de la Argentina, apareció, para sorpresa de todos, el sábado 10 de junio de 2000 en la Iglesia Catedral Basílica, siendo recibido por el párroco Gerardo Montenegro. Su intención era participar al día siguiente de la festividad de Nuestro Señor de Mailín, en la perdida villa del departamento Avellaneda.
Luego se reunió con Monseñor Juan Carlos Maccarone, obispo de la Diócesis de Santiago del Estero.
Aquella tarde, ofició una misa en el templo principal de los santiagueños. Como su llegada fue sin aviso, desde el obispado no se había publicitado su visita y la concurrencia no fue multitudinaria.
Sin embargo, eso no lo amilanó a la hora de su homilía. “La situación en la Argentina no es fácil, es difícil… todos tenemos que poner el hombro, en este momento, nadie puede autoexcluirse, todos tenemos que empujar el mismo carro, crear lazos de hermandad y refundar los vínculos sociales. Es el momento para juntarnos, no para dividirnos, no para internas, no para pelearnos, no para separarnos. Es un llamado a trabajar juntos, todos, y apelar también a las reservas morales, culturales y religiosas”, dijo.
MAILÍN
En realidad, el propósito de Bergoglio era llegar a Villa Mailín. Si bien no había podido estar presente en la fiesta grande, celebrada una semana antes, a la que había sido invitado personalmente por el sacerdote alemán Sigmund Schanzle, rector del templo, llegó el 11 de junio, en ocasión de la fiesta de Pentecostés. Era una fecha muy especial, pues se trata de la llamada fiesta de los pobladores de la villa, pues todos ellos suelen trabajar en la fiesta grande y no pueden participar de los eventos religiosos. Entonces, en esta fecha, dan gracias al Cristo de la cruz por todos los favores recibidos.
Precisamente, hacia ese lugar llegó de madrugada, junto a Maccarone, Montenegro y otros sacerdotes. Su propósito era vivir él mismo las movilizaciones de fe que el Señor de los Milagros despertaba en los feligreses, pues en Buenos Aires había oído hablar tanto de la fe que se vivía en la villa, que quería comprobar si todas esas manifestaciones eran tan multitudinarias como le habían contado.
Apenas llegó fue recibido por el padre Sigmund, sin dejar de sorprenderse ante la cantidad de gente reunida, pese a que era una fiesta ostensiblemente más pequeña que la del domingo anterior. Desayunó con los servidores presentes y se mezcló ante ellos. Pese a su condición de obispo primado del país se sentó junto al templete a confesar a los fieles y, simplemente, a misionar.
Celebró la misa central en Mailín junto al obispo Maccarone, aunque él mismo dijo que solo estaba como visitante. En aquella oportunidad, en el altar dijo: “No tengan miedo de hablar y a ser testigos, a pesar de todas las fuerzas que pretenden callar al cristianismo y a la Iglesia en este mundo”.
Aunque su intención era regresar al año siguiente, el Papa Juan Pablo II lo designó Cardenal unos meses antes de la celebración de Mailín, por lo que sus deseos tomaron otro rumbo.
HUELLA IMBORRABLE EN MAILÍN
Desde el Santuario Nuestro Señor de Mailín, recordaron de esta manera la visita del futuro Papa Francisco.
“Corría el 11 de junio del año 2000 cuando nuestra Villa Mailin vivió un momento inolvidable bajo el lema ‘Señor de Mailín, regálanos tu mirada misericordiosa’. Una semana después de haber celebrado una de las fiestas más emotivas, el santuario recibió la visita del entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio primado de Argentina y arzobispo de Buenos Aires. Este encuentro no solo marcó un hito en la historia de la comunidad, sino que también un paso significativo en el camino que lo llevaría a convertirse en el Papa Francisco.
En el año de jubileo y durante la fiesta de Pentecostés los pobladores sintieron la presencia divina al recibir a un hombre que estaba destinado a guiar la Iglesia. La fe nos invita a reflexionar sobre cómo Dios prepara a sus elegidos desde el vientre materno, moldeando sus vidas y guiándolos hacia sus vocaciones. Sin duda desde aquellos primeros momentos Bergoglio fue formado para enfrentar los desafíos que le esperaban en su ministerio pastoral.
Su visita al Santuario de Nuestro Señor De Los Milagros de Mailin fue parte de ese plan divino.
Al presidir la eucaristía, acompañado por Monseñor Juan Carlos Macarrone y el querido padre Sigmund, dejó una huella imborrable en los corazones de los presentes.
En ese encuentro nos dijo: ‘Vale la pena creer en Jesús, vale la pena cuidar y transmitir la fe". Sus palabras resonaron profundamente, guiándonos a vivir con amor y esperanza.
Gracias Papa Francisco hoy vuelves a la casa del padre, que tú espíritu continúe iluminando nuestras vidas’”.
EL REGRESO
El lunes 13 de octubre de 2008, en un vuelo regular de línea, el cardenal Jorge Mario Bergoglio llegó en un vuelo regular de línea, invitado por el obispo Francisco Polti, para participar de un encuentro con los sacerdotes santiagueños. Fue recibido en el aeropuerto por los sacerdotes Walter de la Iglesia y Mario Rolando Tenti, con quienes almorzó en el obispado local, pues Polti no se encontraba en la provincia por problemas de salud.
Durante la comida se “hablaron de muchas cosas, pero asombra la simpleza y, a la vez, la profundad con que ha abordado los distintos temas que hemos podido conversar en la mesa”, supo decir Tenti.
Desde las 17 hasta las 18.30, el cardenal compartió la merienda con los seminaristas en el Obispado, en un encuentro muy ameno, con una charla fraterna entre los jóvenes y el prelado, que respondió a todas sus inquietudes. Los seminaristas salieron del encuentro muy emocionados porque encontraron en Bergoglio a una persona muy sencilla, humilde, muy entregada a su vocación.
HOMBRE SIMPLE
Si bien su visita era sólo para reunirse con el clero, aquella noche celebró una misa en la Catedral Basílica, de la que LA COLUMNA (Edición N° 777) realizó una exhaustiva cobertura. Precisamente, en aquella edición se lo pintaba como un hombre simple, tal como lo está viendo el mundo actual.
“A primera vista, parece un hombre simple. Su andar lento y su hablar pausado hacen pensar en un abuelo. Mientras unos y otros esperan de sus palabras un mensaje contundente acerca de cuestiones políticas, como tantas veces los supo decir, él hace lo contrario. Sus palabras se encaminan sólo hacia el propósito que lo trajo a Santiago del Estero: las vocaciones sacerdotales. Pero son palabras contundentes, claras, precisas. Palabras que hablan por sí solas. Que dicen mucho más de lo que muchos sacerdotes están dispuestos a aceptar. “Ser cura no es hacer una carrera, el que hace esto se equivoca”, dijo con esa voz tan suave, pero hizo retumbar toda la Catedral Basílica.
Es que él sabe que su propia vocación no es una carrera, más allá de que haya estado a muy corta distancia de convertirse en la máxima autoridad de la Iglesia en el mundo, y hoy es el punto más alto en la escala argentina. Nada menos que el cardenal Jorge Bergoglio”.
En aquella época todavía se hablaba de lo cerca que había estado de suceder a Juan Pablo II, por haber conseguido 40 de los 77 votos necesarios para acceder al Papado. Sin embargo, se dijo que había pedido a sus electores que votaran a Joseph Ratzinger para que éste se convirtiera en Benedicto XVI, el 19 de abril de 2005.
Se creyó que esto era lo más cerca que un argentino, un americano, había estado en acceder al sillón de Pedro. El tiempo diría lo contrario.
HOMBRE SIMPLE
Si bien su visita era sólo para reunirse con el clero, aquella noche celebró una misa en la Catedral Basílica, de la que LA COLUMNA (Edición 777) realizó una exhaustiva cobertura. Precisamente, en aquella edición se lo pintaba como un hombre simple, tal como lo está viendo el mundo actual.
“A primera vista, parece un hombre simple. Su andar lento y su hablar pausado hacen pensar en un abuelo. Mientras unos y otros esperan de sus palabras un mensaje contundente acerca de cuestiones políticas, como tantas veces los supo decir, él hace lo contrario. Sus palabras se encaminan sólo hacia el propósito que lo trajo a Santiago del Estero: las vocaciones sacerdotales. Pero son palabras contundentes, claras, precisas. Palabras que hablan por sí solas. Que dicen mucho más de lo que muchos sacerdotes están dispuestos a aceptar. “Ser cura no es hacer una carrera, el que hace esto se equivoca”, dijo con esa voz tan suave, pero hizo retumbar toda la Catedral Basílica.
Es que él sabe que su propia vocación no es una carrera, más allá de que haya estado a muy corta distancia de convertirse en la máxima autoridad de la Iglesia en el mundo, y hoy es el punto más alto en la escala argentina. Nada menos que el cardenal Jorge Bergoglio”.
En aquella época todavía se hablaba de lo cerca que había estado de suceder a Pablo VI, por haber conseguido 40 de los 77 votos necesarios para acceder al Papado. Sin embargo, se dijo que había pedido a sus electores que votaran a Joseph Ratzinger para que éste se convirtiera en Benedicto XVI.
Se creyó que esto era lo más cerca que un argentino, un americano, había estado en acceder al sillón de Pedro. El tiempo diría lo contrario.
HOMILÍA
Aun cuando su homilía fue esperada con expectativa por la feligresía santiagueña, su mensaje giró en torno de la necesidad de acrecentar las vocaciones de los hombres que pretenden convertirse en sacerdotes.
“Imaginemos a Jesús apretado por la gente, que lo quería escuchar. Porque decía, la gente, que hablaba con autoridad, y no decía cosas intrascendentes. A Jesús se le apretaba la gente para no perder una palabra… Jesús vivía apretado por el pueblo de Dios, por esa gente que necesitaba que Dios se acercara y lo buscaban con corazón sincero, con cariño”.
“Después estaban los otros, los que nunca se acercaban, y de lejos lo criticaban. Le pedían un signo. Esos no se acercaban. Esos lo observaban para destruir. La vida de Jesús siempre transcurre en esa tensión. Entre ese pueblo que lo quería y lo mostraba porque tenía palabras de vida eterna y esos fariseos, doctores de la ley, que eran muy cultos, pero eran todos corruptos. Y a través de esa corrupción buscaban ensuciarlo, criticarlo. Hacerlo caer en trampas”.
“Hoy nuestro pueblo tiene hambre y sed de la palabra de Dios. Nuestro pueblo desea fervientemente escuchar la palabra de Dios.
Y, como dice San Pablo, “cómo van a escuchar la palabra de Dios si no tienen quién la predique”. Ese pueblo necesita predicarse al lado de otros Jesús, de verdaderos discípulos de Jesús para escuchar la palabra, para respirar hondo, con la fuerza que da el Espíritu Santo. Hoy venimos a pedir para que Dios mande sacerdotes a su pueblo, para que en tantos jóvenes que sientan las ganas de hacer algo grande lo hagan desde la semilla de la vocación.
Y pongo la inquietud en el corazón de tantos jóvenes, tantos hombres que quieren luchar por algo grande en la vida. Ser cura no es hacer una carrera, el que hace esto se equivoca. El que se mete a cura es porque sintió dentro un llamado, y es Jesús el que llama”.
EL PASTOR
Pero cuando el oficio religioso concluyó, “el más poderoso religioso del país se transformó en el hombre más simple, más sencillo. Se transformó en un abuelo bonachón, que sonreía y bendecía a todos los que detenían su paso”. Por lo menos así lo decía la crónica de aquella época.
La salida de la Catedral fue el escenario para que el cardenal Bergoglio se acercara a los santiagueños, los abrazara con fe, los bendijera o, simplemente, los saludara.
Fue una escena desacostumbrada para la feligresía santiagueña, pues ese hombre que casi llega a ser Papa les estaba abriendo los brazos para acercarles una sonrisa o un gesto de cariño.
A todos saludó. Nadie quedó con las ganas. Él, el hombre que hace temblar a presidentes, se confundió con la gente. Esa era la cara del verdadero pastor, del hombre que predica con el ejemplo. Del hombre que ama a sus ovejas y no teme ensuciarse sus manos con tal de cobijarlas bajo su manto.
Un hombre simple. Un hombre fuerte. Un hombre que no se hizo curar para hacer carrera, sino que hizo carrera siendo un gran cura.
Así describió LA COLUMNA la santa misa y el contacto que la gente tuvo con el entonces cardenal, hoy Papa Francisco. Con los mismos gestos que el mundo todo está descubriendo.
REUNIÓN CON LOS SACERDOTES
El martes 14 de octubre, durante más de cinco horas, más de 60 sacerdotes escucharon las reflexiones del prelado en la casa parroquial.
Uno de los temas centrales del encuentro fue la conducción de la Diócesis local, pues el estado de salud de Monseñor Polti lo impedía de realizar muchas de sus actividades necesarias.
Por ello, el clero le pidió la designación de un obispo coadjutor, que debería ser una persona joven, dinámica, con nuevas ideas. Cinco meses después, el cardenal Bergoglio designó a Ariel Torrado Mosconi como obispo auxiliar de la Diócesis de Santiago del Estero.
Pero volviendo a aquella visita, el padre Sergio Lamberti dijo: “Fue un encuentro muy iluminador. De hecho, nos ayudó a mirar nuestras vidas, a valorar las cosas que estamos haciendo, a hacer ciertos replanteos a la luz de los desafíos que la realidad social, económica y religiosa nos está planteando”.
El encuentro permitió que los sacerdotes locales le plantearan sus inquietudes, a lo que el cardenal les habría hablado de la necesidad de pasar de una iglesia y de una pastoral meramente conservadora a una pastoral eminentemente misionera.
O sea, “no debemos contentarnos con contener a la gente que ya está en la parroquia y que mínimamente tiene un cierto servicio eclesial, sino estar con esa misma gente desafiándonos a los que todavía no estamos llegando, que son los crucificados de hoy, por la pobreza, por todo tipo de exclusiones y por la exclusión más dolorosa, que es la religiosa”, supo confiar el religioso.
En cuanto a la escasez de sacerdotes, el cardenal pidió a los curas locales que realicen un fuerte llamado a los jóvenes y que se apasionen en el servicio a la vida del pueblo santiagueño.
Pasadas las 14,30 del martes 14 de octubre de 2008, el entonces cardenal Jorge Bergoglio emprendió su regreso a Buenos Aires, cargando él mismo una pequeña maleta, en un avión regular de línea.
De ese mismo modo, cargando su pequeño equipaje, arribó al aeropuerto internacional de Roma para participar del cónclave que elegiría al sucesor de Benedicto. Nada hacía prever cuál sería su destino. Su nombre no sonaba entre los denominados “papables”. Ni siquiera él mismo, pues ya había dejado preparada una nutrida agenda de actividades a realizar a su regreso a Buenos Aires. Nadie pensó jamás que ese hombre simple se convertiría, semanas después, en el Papa Francisco. Un pontífice que durante 12 años se entregó por completo a su misión pastoral y al que hoy llora el mundo entero.