En una charla íntima, el artista plástico lamenta que los jóvenes pintores quieran hacer todo con rapidez, sin agudizar la mirada ante las maravillas del paisaje santiagueño, y dejando escapar la oportunidad de volcar en un lienzo todo lo que hay alrededor.
Con una destacada trayectoria, el artista plástico Hugo Argañarás se ha convertido en un referente del arte en Santiago del Estero. A lo largo de su extensa carrera, que ya suma mucho más que 40 años, ha capturado en sus obras los montes, ríos y paisajes naturales de la provincia, continuando así con el legado de su padre, el artista Absalón Argañarás.
En una entrevista íntima con el reconocido artista, autor de innumerables y memorables obras pictóricas, Argañarás abrió las puertas de su taller a LA COLUMNA. Aprovechó para referirse a las nuevas generaciones de plásticos, a quienes no ve como continuadores de su estilo paisajista.
Es por ello que le preocupa la presencia del paisajismo en el arte actual de nuestra provincia, ya que, después de él, no observa a ningún artista interesado en retratar paisajes. “Es como si el paisajismo fuera una asignatura que ha quedado lejos, en el olvido de la gente joven y los docentes. Porque, incluso, yo converso con alumnos de las escuelas y los profesorados, y les han dicho por ahí: ‘Vean el tema paisaje’, como decir ‘Vean la vida de Juan Pérez’. Y no es así, no es un tema; puede ser el tema o uno de los temas del gran abanico que presenta la formación artística. Pero no, están lejos de realmente poder apreciarlo”, reflexiona.
Afirma comprender que el mundo va cambiando y desordenándose, que estos cambios también afectan el ámbito artístico. Sin embargo, admira cómo la vida de los jóvenes se desarrolla de manera acelerada, factor que afecta directamente su relación con el trabajo que realizan.
Tal es así que, “conversando con los chicos, lo primero que les sale preguntar es: ‘¿Y cuánto tiempo lleva hacer esto?’ Yo les digo un mes, tres semanas, cuatro. Y me dicen: ‘Ah, no, no, no, yo quiero algo que sea rápido. Rapidito nomás. Quiero inventar algo que sea resonante, que sea una cosa rápida, no quiero estar retenido tanto tiempo’”.
“SIEMPRE HAY UNA EXCUSA”
El artista admite que no puede ir en contra de estos cambios y que solo puede animarlos a salir un poco, a conocer, a mirar y, sobre todo, a aprender a mirar. Recalca que es algo que se aprende, así como él lo aprendió de su padre: “Yo viajaba mucho al campo y yo venía y le hacía ver lo que hacía porque yo tenía una libreta donde hacia bocetos de lo que yo veía, y siempre me decía: ‘Observa lo mismo a distintas horas del día. Obsérvalo. No dejes de observarlo. Si hay un algarrobo despejado, párate en la mañana, al mediodía, a la siesta, y vas a ir observando. Eso me inculcaba él, y tenía mucha razón. El crepúsculo no es el mismo colorido que el amanecer’”.
Sin embargo, percibe que, cada vez que aconseja lo mismo a los jóvenes artistas, siempre hay un “pero”, ya sea por falta de tiempo, distancias, porque están ocupados con otras cosas. “Siempre hay una excusa para no ejercer el arte de ver”, se lamenta.
También apunta al rol de los docentes, a quienes aconseja: “Si tan solo llevaran a sus alumnos a lugares como el río, ellos mismos podrían caer en cuenta de las variaciones, de cómo va cambiando la luz y todo el espectro visual”.
Además, resalta que la falta de solvencia económica puede ser un obstáculo en el proceso artístico, ya que iniciarse en la pintura es costoso, aún más ahora que no existen subsidios ni programas de apoyo para los jóvenes pintores.
“VAYAN Y OBSERVEN”
Argañarás explica que, para un artista el aprender a observar es necesario porque hace que la mirada se afine, el gusto, los trazos, los tonos y el cromatismo. Lo que es fundamental entender, ya que el misterio de la pintura está en la luz. “Ahí se concentra lo majestuoso del arte. No es lo mismo ver un paisaje en invierno o en otoño, de día, de siesta o la noche porque cambia todo y cada momento particular del paisaje tiene su belleza temporal”.
Es precisamente este ritmo de vida acelerado la razón por la cual hay menos presencia del paisajismo en el arte, en las exposiciones y en los museos. Es por ello que asegura que los jóvenes no se interesan porque no saben, ni conocen lo que hay en Santiago del Estero. Sus zonas montañosas, los salitrales, bobadales, limo, arcilla, ríos. Muy difícilmente puedan apreciar la belleza de nuestra provincia si no están determinados a detenerse al menos por un momento a mirar.
Con tantos años de trayectoria, hace hincapié en lo que ve de los jóvenes por estos días. “Los chicos que pintan me dicen: ‘Quiero inventar algo. No sé qué, pero quiero inventar algo. Algo que sea rápido, que pegue’. No sé si lo habrán inventado. No sé si lo inventarán. No sé qué es el invento que quieren hacer con la pintura, si ahí nomás, a un paso está todo… Vayan y observen lo que Tata Dios nos ha puesto enfrente”.
Como bien señala Hugo Argañarás, la historia ha sido transmitida por dibujantes y paisajistas. Gracias a su trabajo, hoy podemos conocer, por ejemplo, cómo era Buenos Aires en sus inicios. La sensibilidad y la dedicación a inmortalizar el paisaje son más necesarias que nunca, especialmente en un momento en el que la naturaleza está siendo constantemente afectada y comienza, poco a poco, a desaparecer.