02 de octubre, 2025
Colaboración

La realidad política argentina vivió en los últimos días una sacudida tan profunda como inesperada. Las elecciones provinciales en Buenos Aires, tradicional termómetro del humor social, fueron una dura cachetada para el oficialismo libertario encabezado por el presidente Javier Milei. 
La derrota no sólo fue contundente en términos electorales, sino que dejó al desnudo una serie de errores no forzados, internas feroces dentro del espacio gobernante, un nuevo escándalo de corrupción y, como consecuencia directa, una dramática pérdida de confianza de los mercados y del poder económico local e internacional.
Sin embargo, en un giro tan cinematográfico como inédito en la política argentina, la crisis encontró un freno abrupto y una sorpresiva reversión gracias al apoyo explícito del gobierno de Estados Unidos.
En un hecho sin precedentes, el presidente Donald Trump, en plena campaña, brindó un contundente respaldo a Javier Milei, acompañado de un paquete económico que reconfigura el escenario político y financiero argentino de cara al cierre del 2025.
La provincia de Buenos Aires representó el epicentro del terremoto político. Con una participación electoral escuálida, el oficialismo sufrió una derrota categórica frente a la oposición, encabezada por un peronismo unido que supo capitalizar el descontento creciente. 
El voto castigo fue claro: sectores populares golpeados por la recesión, clases medias asfixiadas por la persistente inflación y los tarifazos, y un empresariado pyme cada vez más escéptico ante la “motosierra” libertaria, dieron la espalda a los candidatos del gobierno nacional.
Analistas coinciden en que el resultado no fue simplemente una derrota electoral, sino un llamado de atención a una gestión que, si bien logró estabilizar ciertos indicadores macroeconómicos en los primeros meses del año, falló en generar resultados tangibles en la economía cotidiana de los ciudadanos.
A ello debemos sumar que la oferta electoral no seducía candidatos no probados en la gestión o directamente ignotos se observaban en las filas libertarias.
Pero el golpe político no vino solo. Fue el detonante de una seguidilla de episodios que escalaron rápidamente hacia una crisis de confianza.
La reacción del oficialismo al resultado fue errática. Lejos de una autocrítica, desde la Casa Rosada se intentó minimizar el impacto electoral, culpando a "estructuras residuales del populismo" y al "aparato mafioso bonaerense", según palabras del propio Milei. Pero puertas adentro, las tensiones explotaron.
Las diferencias entre Santiago Caputo, principal estratega comunicacional y “cerebro” detrás de muchas decisiones de gobierno, y la familia Menem, salieron a la luz con virulencia. 
Mientras Caputo abogaba por redoblar la apuesta liberal y radicalizar el discurso, los Menem planteaban una línea más pragmática y conciliadora, preocupados por la pérdida de apoyo parlamentario y territorial.
“Esto es una guerra de egos. No hay conducción política”, confesó en off un importante legislador libertario. “Milei escucha a Caputo pero, en los hechos, los Menem controlan la rosca. Y eso genera parálisis”, agregó.
La fractura se hizo evidente en la descoordinación de mensajes tras la derrota y en la parálisis legislativa que siguió. En ese clima, el mercado tomó nota.
El estallido del escándalo en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) fue la gota que colmó el vaso. Una investigación periodística reveló una red de contratos truchos, sobreprecios en insumos médicos y desvío de fondos destinados a programas sociales. Lo más grave: varios de los involucrados eran funcionarios nombrados por el propio entorno presidencial y el vértice terminaba en la propia hermana del presidente.
El caso sacudió los cimientos morales de un gobierno que había hecho del “fin de la casta” su bandera fundacional. 
Las redes sociales, otrora terreno de dominio oficialista, se llenaron de críticas, decepciones y memes. El escándalo tocó una fibra sensible: la de los sectores más vulnerables, que creyeron en el discurso de transparencia y meritocracia.
En cuestión de días, la combinación de derrota electoral, internas y corrupción detonó una crisis de confianza. El dólar paralelo se disparó, superando los $1.500, el riesgo país superó los 1000 puntos básicos y los bonos soberanos cayeron estrepitosamente en tan solo 48 horas. El índice Merval se desplomó arrastrando consigo a los ADRs argentinos en Wall Street.
El pánico se extendió al pequeño ahorrista y al inversor institucional. Fondos internacionales comenzaron a retirar posiciones en activos argentinos. El fantasma del default volvió a rondar. En el Banco Central, las reservas líquidas cayeron y se utilizaron reservas para intentar parar el aumento del dólar, generando todo ello especulaciones sobre un inminente desdoblamiento cambiario.
El gobierno parecía acorralado. Pero entonces, desde Washington, llegó la señal inesperada.
En un mensaje que tomó por sorpresa a propios y ajenos, el presidente estadounidense Donald Trump y el secretario del Tesoro anunciaron un paquete de asistencia financiera a la Argentina por USD 20.000 millones, acompañándose ello por la decisión del Ministerio de Economía nacional de levantar hasta USD 7.000 millones en retenciones arancelarias a las exportaciones argentinas.
La decisión fue precedida por un encuentro privado entre Trump y Milei en la previa de ambos en las Naciones Unidas. Allí, el mandatario norteamericano expresó su "compromiso inquebrantable con los países que abrazan la libertad económica" y calificó a Milei como “un faro de esperanza en un continente aún dominado por el socialismo”.
El paquete incluyó también garantías del Tesoro para operaciones con organismos multilaterales, compras directas de bonos argentinos por parte de fondos norteamericanos y líneas de crédito para importadores de bienes industriales clave.
La reacción fue inmediata. Al día siguiente del anuncio, el dólar retrocedió hasta los $1.350, el riesgo país cayó por debajo de los 1.000 puntos y los bonos soberanos rebotaron hasta un 20% en algunos casos. Las reservas del Banco Central recibieron un refuerzo inmediato de USD 700 millones, y las acciones argentinas lideraron subas en Wall Street.
El paquete no sólo trajo alivio financiero. También reconfiguró el tablero político. Sectores del empresariado, que habían comenzado a distanciarse del oficialismo, volvieron a expresar su apoyo. 
En el Congreso, legisladores de la oposición moderada comenzaron a analizar la posibilidad de acompañar nuevas leyes económicas. 
En los medios internacionales, Argentina volvió a ocupar un lugar destacado, esta vez no por su crisis, sino por su alianza estratégica con Estados Unidos.
Lo ocurrido en las últimas semanas deja una lección clave: la confianza es un activo tan o más valioso que las reservas o el superávit fiscal. Y también, extremadamente volátil.
El gobierno libertario tocó fondo cuando perdió la confianza de su pueblo, de sus propios aliados y del mercado. Pero encontró un salvavidas inesperado en el apoyo de la principal potencia mundial, una apuesta riesgosa pero contundente que le permitió recuperar algo de aire.
El desafío, ahora, será sostener esa confianza con hechos y no sólo con gestos. La sombra del escándalo ANDIS aún no se disipa, las internas siguen latentes, y la situación social continúa siendo crítica. El respaldo de Trump puede haber cambiado el ánimo, pero no reemplaza la necesidad de una gestión coherente, ética y eficaz.
En su cruzada contra la llamada casta, en su lucha contra las políticas que él denomina populistas, en su persistente enfrentamiento con la burocracia estatal, los sindicalistas y los empresarios prebendarios y los periodistas obsecuentes, puso Milei en discusión la esencia de la democracia. Acá entra a jugar de lleno ese planteo que alguna vez hizo la española Victoria Camps al afirmar que “la democracia necesita una virtud: la confianza. Sin su construcción, no puede haber una auténtica democracia”. Recobrada la confianza perdida, el presidente debe volver tras sus pasos y merituar cada palabra que diga y cada acción emprendida.
Milei tiene ahora una segunda oportunidad. Como pocas veces en la historia argentina, el apoyo externo le dio margen para corregir el rumbo. La pregunta es si sabrá aprovecharla, o si volverá a tropezar con sus propios dogmas e improvisaciones. Por Julio César Coronel

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