Las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires se han convertido en un campo de batalla ideológica, donde las tres fuerzas dominantes de la política argentina -Juntos por el Cambio, el peronismo y la Libertad Avanza- se encuentran más fragmentadas que nunca.
La polarización política y la fragmentación de los partidos políticos han puesto en evidencia una nueva etapa en la política de la capital argentina.
Lo que antaño era una disputa principalmente entre el kirchnerismo y la oposición, encuadrada en Juntos por el Cambio, que aglutinaba al Pro, los radicales, la coalición cívica y otros partidos, hoy se ha transformado en un escenario mucho más dinámico y complejo, en el que incluso dentro de cada bloque se han multiplicado las divisiones y los sectores enfrentados.
El principal frente opositor, Juntos por el Cambio (JxC), atraviesa uno de sus momentos más críticos de su historia reciente, podríamos ya decir sin temor a equívocos, que se ha extendido su certificado de defunción.
La coalición, que en su momento aglutinó una amplia variedad de sectores de la política argentina, ha llegado a una fractura interna que fagocitó a sus líderes más connotados y diluyó su peso político. JxC ya no existe y se encuentra dividido entre varios grupos que se disputan el liderazgo y el rumbo de la otrora poderosa alianza.
El Pro, el ariete que pergeñó Mauricio Macri y que históricamente ha liderado Juntos por el Cambio, ha decidido hacer una jugada que no ha dejado de generar controversia: presentarse como un bloque separado.
Luego de flirtear con una alianza estratégica con las huestes mileístas, la decisión de los primos Macri de separarse del núcleo central de JxC y competir con un candidato propio ha dejado al PRO en una posición más frágil y donde figuras excluyentes como Horacio Rodríguez Larreta han pegado un furibundo portazo y al postularse por fuera, prometen un drenaje importante de votos.
Por lo visto, la situación no es fácil, ya que la disidencia interna dentro del PRO, sobre todo en torno a los métodos y la estrategia electoral, es palpable.
Mientras que algunos sectores del partido apostaban por una postura más moderada y dialoguista, otros se alinearon con una faceta claramente ortodoxa y conservadora, irreductible a la hora de estrechar filas con otros sectores.
Por el lado del radicalismo, ha comenzado a cobrar fuerza que el ahora es mostrarse como una opción diferenciada dentro de cualquier otra coalición o frente.
Apuestan a una postura más independiente y buscan recuperar el terreno que durante años ha perdido frente a los intereses del PRO. La elección en la Ciudad de Buenos Aires se presenta como una prueba crucial para los radicales, que buscan fortalecer su base y consolidarse como una alternativa viable dentro del variopinto muestrario opositor.
La Coalición Cívica, otro de los actores importantes del ya pasado Juntos por el Cambio, también ha optado por seguir su propio camino.
Encabezada por Elisa Carrió, la Coalición Cívica ha decidido no alinearse completamente ni con el PRO ni con el radicalismo, y ha impulsado sus propios candidatos y propuestas.
La estrategia de Carrió ha sido clara: diferenciarse de los sectores más conservadores dentro de la coalición y apostar por una línea política que se identifique con una lucha más firme contra la corrupción y el clientelismo político.
Sin embargo, su posición ha generado resquemores dentro del resto de la coalición, al percibirse como un obstáculo para la unidad necesaria para enfrentar al oficialismo.
La fragmentación dentro de lo que fue Juntos por el Cambio revela la dificultad de mantener un frente unido en medio de la competencia interna y ante un gobierno que, en muchísimos puntos, tiene coincidencias ideológicas y donde los rivales son los mismos.
Las ambiciones de poder y las diferencias ideológicas han llevado a que los principales líderes opositores en la ciudad de Buenos Aires, pero que se difunde hacia el interior del país, se vea hoy como un conjunto de piezas dispares, cuyo objetivo común se ve cada vez más lejano.
En el campo del peronismo, la situación es igualmente problemática. La histórica división entre el kirchnerismo y el sector más moderado del peronismo ha alcanzado nuevas dimensiones.
Mientras que el kirchnerismo, encabezado por figuras como Máximo Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof, continúa dominando el espacio político por lo menos a la hora de movilizar en la calle o presentarse en los medios comunicacionales, la facción moderada del peronismo, representada por figuras prominentes y caudillos provinciales como el tucumano Jaldo, el catamarqueño Jalil o el salteño Saenz, se ve algo apañada y sin un verdadero punto de anclaje dentro de la coalición oficialista.
La disputa por la hegemonía dentro del peronismo se ha intensificado a medida que el kirchnerismo, con su fuerza en la estructura del Partido Justicialista, busca consolidarse como la principal referencia del movimiento, la incipiente revolución comandada por el gobernador riojano Quintela, quedó solo en un mero apronte, pero las divergencias continúan, y no están dispuestos a ceder los lugares de representación en las futuras listas.
En este contexto, la Ciudad de Buenos Aires se ha convertido en un campo clave para medir el impacto de esta fragmentación. Los sectores más moderados del peronismo se encuentran con la difícil tarea de encontrar su lugar en un escenario donde el kirchnerismo ha monopolizado la atención y el espacio político, tanto a nivel local como nacional, en Capital incluso se observa que a pesar de la oposición del ex jefe de Gabinete Abal Medina, el kirchnerismo no tiene a nadie propio a quién postular y recurren a un radical converso como Leandro Santoro.
Por último, nos queda ver qué sucede en la franja que representa a la actual administración, el espacio de la derecha liberal, representado por la coalición La Libertad Avanza, también ha vivido su propio proceso de atomización.
Si bien la coalición se presenta como una alternativa de cambio frente a la polarización entre el kirchnerismo y la oposición tradicional, su fragmentación interna ha desestabilizado su presencia en la Capital.
La disidencia dentro de la coalición es evidente, sobre todo por la salida de figuras prominentes como Ramiro Marra, quien decidió tomar un camino independiente dentro del espacio liberal, porque sencillamente no era aceptado por Karina Milei quien pareciera que todo aquello que pudiera hacerle sombra a su hermano, lo eyecta o lo esconde.
La figura de Javier Milei, líder de La Libertad Avanza, sigue siendo la principal referencia de la coalición, con la presencia de su vocero, Manuel Adorni, pretende birlar el poder a Macri y, de paso, sumar una victoria fulgurante. Pero si tenemos la lista de Jorge Macri, la irrupción de Rodríguez Larreta y Ramiro Marra, y obviamente la del propio vocero Adorni, la atomización del voto no asegura que alguno quede primero en la general por sobre el candidato Santoro.
A medida que el sector de centro derecha, conformada por conservadores y liberales se fragmenta, las chances de un limitado kirchnerismo crecen.
Si hasta cayó piedra sin llover. Oscar Zago un aliado del presidente y titular del MID (Movimiento de Integración y Desarrollo), juega también su propio partido y presenta a Caruso Lombardi el locuaz técnico y salvador de cuanto equipo en trance de descenso hay, otro lunar para escatimar votos en una franja que terminará siendo volátil y permeable a una probable derrota “imaginaria” con el kirchnerismo en la ciudad.
Esta pluralidad de ofertas en el espectro de la derecha refleja un problema de cohesión y diálogo entre líderes más obsesionados en cuidar su quintita que en privilegiar políticas en común y los desorientados son los votantes que se ven hoy ante una variedad de opciones que no logran articular y temen lo peor: la pesadilla kirchnerista que vuelva.
Julio César Coronel