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Nota de Portada
El debate sobre la inseguridad en Argentina choca con los datos oficiales. Las estadísticas del Sistema Nacional de Información Criminal muestran que los crímenes más graves disminuyeron, pero la sensación de violencia crece. Para el sociólogo Gastón Segura, la clave está en ampliar la mirada: la violencia no solo se mide en delitos, sino también en desigualdades, estigmas y discursos hostiles que atraviesan la vida social y política.
En los últimos tiempos, cada vez con mayor asiduidad se escucha una frase con tono de queja: “Qué inseguridad que hay”, como si fuera una afirmación incuestionable, pero si ésta se combina con la expresión que refiere al “aumento de la violencia” se abre un abanico de interrogantes. La principal discusión es sobre si el país es más violento o simplemente se percibe de esta manera.
Los datos del Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC) arrojan elementos que invitan a matizar esa sensación. Por ejemplo:
• Los homicidios dolosos registraron una caída del -12,7 % entre 2023 y 2024.
• Los delitos contra la integridad sexual también mostraron una disminución: abusos y otros ilícitos del rubro cayeron en torno a un -16 % o más según las categorías.
• En cambio, los delitos contra la propiedad (robos, hurtos, estafas) muestran algunos incrementos moderados: el robo simple aumentó un poco y las estafas tuvieron incrementos notables dentro de otros delitos contra la propiedad.
• Otro dato clave: la tasa de homicidios dolosos en Argentina cayó a 3,8 cada 100.000 habitantes en 2024, marcando lo que fue señalado como la tasa más baja registrada históricamente.
Este panorama revela que los crímenes de mayor gravedad tuvieron una tendencia descendente, mientras que los hechos que más afectan la vida cotidiana, como robos y hurtos, registraron alzas moderadas. Es precisamente en ese punto donde se construye la “sensación de inseguridad”: aunque los delitos más graves son menos frecuentes, aquellos que afectan directamente a la vida urbana -como sufrir un arrebato- alimentan la percepción de un clima social más violento.
En el caso de Santiago del Estero, las estadísticas más recientes de 2023-2024 reflejan una paradoja: mientras la percepción social de la violencia crece, algunos de los delitos más graves muestran una tendencia de estabilidad o incluso de disminución.
ENTRE LA PERCEPCIÓN Y LA REALIDAD
No obstante, la violencia no se limita a los delitos que registran las estadísticas criminales. Aunque los homicidios y otros crímenes muestran descensos en los últimos años, la sociedad percibe un clima de creciente hostilidad. El fenómeno excede lo policial: se expresa en discursos agresivos, desigualdades económicas, prácticas cotidianas que antes se naturalizaban y hoy se visibilizan como formas de maltrato. Por ello resulta necesario ampliar la mirada y analizar la violencia como un entramado social, simbólico y político que atraviesa a todas las clases y espacios de poder, y que desafía a la democracia a construir respuestas más profundas que la mera criminalización.
El debate sobre la inseguridad en Argentina suele estar atravesado por una paradoja difícil de resolver: mientras que los indicadores oficiales muestran una reducción o estabilidad en los delitos más graves, la ciudadanía expresa cada vez más miedo y sensación de violencia en su vida cotidiana.
Los especialistas señalan que esta brecha entre datos y percepciones responde a varios factores. Uno de los más influyentes es la cobertura mediática, que tiende a amplificar hechos delictivos aislados, generando la idea de un incremento generalizado. A ello se suma la cercanía subjetiva: no es lo mismo leer una estadística que enterarse de un robo en el propio barrio o a un familiar cercano. Cada caso próximo pesa más que los números agregados.
EN SANTIAGO DEL ESTERO
En Santiago del Estero, como en gran parte del país, los datos oficiales y la percepción social parecen transitar por caminos distintos. Según los informes del Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC), en la provincia no se registraron aumentos alarmantes en los delitos más graves durante el 2024.
• Homicidios dolosos: leve aumento, pero por debajo de la media nacional
Los homicidios dolosos en Santiago del Estero pasaron de 34 casos en 2023 a 35 en 2024. La tasa se mantuvo estable en 3,4 cada 100.000 habitantes, un número menor al promedio nacional (3,8).
Si bien el incremento fue mínimo (2%), la provincia no logró reducir esta cifra como sí ocurrió en otras jurisdicciones. Aun así, se trata de un índice bajo en comparación con provincias como Santa Fe, Buenos Aires o Córdoba.
• Delitos contra la integridad sexual: una baja alentadora
En 2023 se registraron 580 víctimas de delitos contra la integridad sexual en la provincia, mientras que en 2024 la cifra descendió a 523, lo que representa una caída del 10,7%. La tasa por cada 100.000 habitantes también bajó de 57,5 a 51,4.
Este descenso va en línea con lo ocurrido en el país, donde la reducción interanual fue del 12,8%. Los especialistas señalan que la baja puede vincularse con políticas de prevención y campañas de concientización, aunque advierten que en estos delitos existe un alto nivel de subregistro, porque muchas víctimas no llegan a denunciar.
• Mientras que los casos de lesiones dolosas tuvieron un incremento. Pasaron de 4407 a 5356, significando un aumento del 20,4%.
• Por su parte, los robos y tentativas de robo pasaron de 11.490 en 2023 a 12.988 en 2024, lo que significa un incremento del 12%.
En Santiago del Estero, los números muestran una realidad más controlada que la sensación que circula en la sociedad. Los delitos sexuales bajaron y los homicidios se mantienen en niveles bajos en relación al país. Sin embargo, la percepción de violencia se alimenta de hechos cotidianos de conflictividad, peleas barriales, casos mediáticos y un clima social atravesado por la crisis económica.
En este contexto, los datos sirven como punto de equilibrio frente al discurso social: ayudan a dimensionar el problema, pero también muestran que la violencia no se limita al delito policial. Se expresa en desigualdades, discursos de odio y en la precarización de la vida diaria.
CLIMA HOSTIL
Aun así, la sensación de inseguridad se encuentra muy presente en la vida diaria de los santiagueños. En ciudades como Capital, La Banda, Termas de Río Hondo y Frías, los arrebatos callejeros y los robos a motociclistas, aunque estadísticamente no representen un salto drástico, son hechos que circulan rápidamente en los barrios y en las redes sociales. Cada episodio conocido, más allá de su peso numérico, refuerza la idea de que “la violencia va en aumento”.
Otro aspecto relevante es que en Santiago del Estero la violencia cotidiana trasciende lo estrictamente delictivo. Se expresa en discusiones de tránsito, en conflictos vecinales que escalan a la agresión física o en situaciones de violencia de género, donde la provincia registra índices preocupantes en relación con denuncias por violencia intrafamiliar. Estas situaciones, al no siempre figurar en la criminalidad “dura”, contribuyen igualmente a la percepción de un clima hostil.
Los especialistas locales coinciden en que existe una brecha entre lo que muestran los números y lo que siente la sociedad. Mientras el SNIC habla de estabilidad e incluso de descensos moderados en delitos graves, muchos santiagueños viven con la certeza de que la inseguridad está más cerca que nunca.
El desafío, entonces, no es solo seguir bajando los índices delictivos, sino también atender la dimensión subjetiva de la violencia. En esta provincia, como en el resto de Argentina, la tranquilidad de los ciudadanos no depende únicamente de las estadísticas, sino también de recuperar la confianza en que el espacio público y los barrios son lugares seguros para vivir.
LAS CAUSAS
La sensación de violencia en la sociedad argentina no siempre se corresponde con los números oficiales. Las causas son múltiples y complejas. Existen varios factores que ayudan a entender este fenómeno:
-El papel de los medios y las redes sociales
Cada hecho delictivo, aunque sea aislado, se amplifica a través de noticieros, portales digitales y publicaciones en redes sociales. Un robo filmado por una cámara de seguridad en un barrio de la capital puede reproducirse cientos de veces y generar la impresión de que “está pasando en todas partes”. Esa sobreexposición construye un clima de alerta permanente.
-La cercanía del delito en la vida cotidiana
Aunque los delitos graves, como homicidios, se mantengan estables o incluso bajen, los delitos contra la propiedad -robos menores, hurtos, arrebatos- son los que más afectan la vida diaria. En Santiago del Estero, por ejemplo, el robo de motos o celulares es un problema recurrente que golpea directamente a jóvenes y trabajadores. Que sean delitos “menores” no significa que no provoquen miedo y desconfianza.
-La violencia simbólica y discursiva
Más allá de los delitos, la forma en que se comunica y se discute en el espacio público también alimenta la percepción de violencia. Mensajes políticos agresivos, discursos cargados de estigmas hacia ciertos sectores sociales y un clima de confrontación en los debates hacen que la gente perciba que la violencia atraviesa todos los niveles de la vida social.
-La desigualdad social y la falta de oportunidades
En barrios periféricos, muchas familias reclaman trabajo, educación y servicios básicos más que policías en la esquina. La ausencia de esas oportunidades refuerza la percepción de que la violencia es un riesgo latente, porque se asocia la falta de futuro con un aumento potencial del delito.
-La inseguridad subjetiva en el espacio urbano
Espacios públicos mal iluminados, terrenos baldíos sin mantenimiento o la falta de transporte seguro generan un entorno que potencia la idea de vulnerabilidad. Aunque no haya un delito concreto, caminar de noche por calles poco transitadas puede ser vivido como una situación violenta.
-El impacto de la violencia de género y familiar
En Santiago del Estero, como en muchas provincias del país, las denuncias por violencia intrafamiliar son crecientes. Estos casos, muchas veces invisibilizados en las estadísticas de criminalidad general, refuerzan la idea de que “vivimos en un tiempo más violento”.
VIOLENCIA SIMBÓLICA Y DISCURSIVA
Sin embargo, hay que empezar a replantear la idea de violencia. El sociólogo Lic. Gastón Segura explica que la violencia son manifestaciones que no solamente se dan en el marco del acto, sino también se dan de manera simbólica, de manera discursiva. Se pueden ejercer actos violentos en relación a, por ejemplo, impedir la libre acción de personas sin haber llegado a una violencia de característica física. En el mismo sentido se refirió a la “violencia económica”, que se da “cuando en un hogar patriarcal el marido le maneja los ingresos que gana la mujer en el ámbito laboral, bueno, ahí hay una situación de violencia, o inclusive se potencia más cuando la mujer depende de los ingresos que tiene el marido y este aprovecha la desigualdad con la posibilidad de ejercicio de acciones de la mujer. Ahí se ejerce una violencia más de característica simbólica que termina disciplinando a la mujer.
En ese sentido, la violencia abarca agresiones físicas, emocionales o psicológicas cometidas por individuos o comunidades, dirigidas contra una persona o grupo, con el propósito de dañar su integridad o imponer derechos de manera indebida. Puede expresarse como violencia psicológica, acoso, estigmatización o negación de derechos básicos como la educación y la salud.
De esta manera, no puede afirmarse que únicamente quienes comenten un ilícito sean personas “violentas, incluso, muchas veces no lo son. La agresión que impacta en la sociedad puede provenir de cualquier sector social o económico, incluso de aquellos a los que no se les reconoce la gravedad de sus actos simplemente porque no encajan en la imagen socialmente construida de lo que significa “peligroso”.
Las asimetrías en las relaciones sociales y políticas también habilitan escenarios violentos. “Muchas veces las asimetrías se transforman en espacios de posibilidad de actos violentos en términos simbólicos o discursivos, que en algunos casos llegan al ámbito físico y en otros no”, explica Segura.
LA “PROVOCACIÓN” DEL PRESIDENTE
El sociólogo observa este fenómeno en la política actual. Así es que refleja que “el presidente de la Nación exterioriza una forma violenta de comunicarse. Eso es peligroso porque los ciudadanos pueden adaptarla como una forma normal de comunicación, y en algunos casos derivar en violencia física”.
Tal es así que, desde el comienzo mismo de su gestión, diversos sectores que se afirma que Javier Milei, además de atacar con sus discursos a diferentes sectores sociales, comunica de manera hostil y confrontativa. Como jefe de Estado, ejerce una posición de asimetría respecto al resto de la ciudadanía. Y eso tiene efectos: si la máxima autoridad política se dirige de manera violenta a sus adversarios, muchos consideran que también pueden replicar ese estilo en su vida cotidiana. Así, se instala un círculo de maltrato que puede devenir en otras formas de violencia, incluso física.
Los actos agresivos siempre tienen una reacción, y el Lic. Segura identifica un patrón en ciertos liderazgos con la provocación como estrategia. Como muestra de ello, señala que los ataques al mismo presidente, a su hermana Karina Milei y al diputado José Luis Espert, quienes recibieron piedrazos en una manifestación, fue interpretado como un ejemplo de la manera en que esta provocación política puede incentivar respuestas agresivas.
Aun así, el Lic. Segura sostiene que discursos agresivos desde espacios de poder no pueden sostenerse por mucho tiempo, porque la sociedad tiende a rechazarlos. Sin embargo, mientras se mantienen, generan riesgo de caos social, que se refiere a la posibilidad de potenciar acciones de violencia física en respuesta a discursos y acciones de violencia de las autoridades políticas.
“Es evidente la provocación: se busca la reactividad de la gente. Pero también se observa una madurez democrática en los sectores populares, que responden en las urnas y en la protesta pacífica más que en la violencia física” señala.
DESIGUALDAD Y ESTIGMAS
El vínculo entre violencia y desigualdad social aparece con frecuencia en el debate público, pero el Lic. Segura relativiza esa relación directa. “Si fuese así, los sectores populares ya habrían incendiado la Argentina. Están bajo una enorme presión económica, con desempleo y deterioro de poder de compra, pero no reaccionan violentamente. Más bien hay una búsqueda de armonía social y una madurez política que se expresa en la democracia”, afirmó el sociólogo.
Lo que si observa es una fuente de estigmatización. Por ello, señala que “se asocia a la villa con el chorrro, mientras se invisibiliza la violencia de empresarios que delinquen con guante blanco. Hay una construcción social que deposita la etiqueta de violento en los sectores más pobres, cuando muchas veces la violencia atraviesa a todas las clases sociales”.
Ahora, ¿qué pasa entonces con el aumento de robos, homicidios o la participación de menores en delitos? El licenciado advierte que las respuestas suelen quedar en la criminalización y no en la raíz del problema. “Si en un barrio periférico con consumo problemática no pones una escuela, no generas trabajo ni alternativas de futuro, lo que haces es potenciar la violencia. Las familias de esos lugares no piden más policías, piden más oportunidades para sus hijos”, afirma.
Aquí aparece la violencia en su cara más visible: la criminal. Pero incluso esa forma es una respuesta a condiciones estructurales más profundas. La ausencia de políticas públicas, la falta de horizontes labores y la precarización de la vida generan un punto de partida para que el delito aparezca como salida. Lo delictivo, en este sentido, es más un síntoma que una causa.
¿HAY MÁS VIOLENCIA?
Frente al interrogante de si los tiempos actuales son más violentos que los anteriores, el Lic. Segura señala que “a veces no es que ‘aumente’ la violencia, sino que empezamos a desnaturalizar situaciones que antes aceptábamos como normales. Ese cambio de percepción social hace que identifiquemos como violentas prácticas que antes estaban invisibilizadas”.
En esa mirada, el crecimiento de la “sensación de violencia” puede ser también un signo de avance: reconocer como dañinas formas de dominación o discursos hostiles que ya no se toleran. Y es transformación, aunque conviva con tensiones y conflictos, abre la posibilidad de buscar alternativas más democráticas y justas para todos.
El análisis de Santiago del Estero refleja un escenario donde las estadísticas criminales no confirman una escalada descontrolada de violencia, aunque la sensación social indique lo contrario. La tarea pendiente es compleja: no solo se trata de reducir delitos, sino también de trabajar sobre la violencia simbólica y estructural que genera un clima de tensión permanente.
Los números bajan, pero la sensación sube. Allí, en ese cruce entre la percepción social y la realidad estadística, se juega buena parte del debate público sobre inseguridad en la provincia y en el país.