Ver al Papa Francisco ese Domingo de Resurrección, frágil pero firme, dando la bendición al Pueblo de Dios con el rostro cansado pero el alma encendida, fue como contemplar un acto de amor supremo.
Su esfuerzo para estar al lado de los fieles, su voz temblorosa al decir "Urbi et Orbi", donde vimos a un Francisco, frágil pero firme, levantar su mano para bendecirnos.
Tal vez él sabía -y nosotros también lo intuimos- que era su despedida visible. Que esa bendición tenía el peso de una vida entera entregada.
No hubo espectáculo. Hubo humanidad. Dolor. Amor. Silencio. Y una presencia de Dios tan clara que sólo podía conmovernos hasta lo más profundo.
No fue sólo un gesto litúrgico; fue una entrega total, una oblación silenciosa, una despedida que pareció tener el peso de lo eterno.
Todos vimos algo tan majestuoso como hermoso, capaz que nos llenó de tristeza y amargura, pero la felicidad luego nos recorrió todo el cuerpo, porque imaginamos que era lo que él buscaba, despedirse ante el pueblo de Dios.
A pesar de verse cansado, abatido, y sabiendo que sus fuerzas lo habían abandonado, ciertamente aquellas que hacen al físico, no se dejó vencer. Su espiritualidad seguía tan viva como aquel día que abrazó los hábitos o aquel donde dio su primera misa o cuando fue designado obispo o cuando se reconoció ese Papa venido del fin del mundo.
Ese Domingo de Resurrección, Francisco sabía, quizás, que ese momento era más que una bendición. Era su último acto de servicio visible, su cruz del calvario, ofrecida no con dolor, sino con esa ternura crística que ha marcado todo su pontificado.
Con su presencia, con sus gestos, con su mirada, con sus silencios, nos recordó que la santidad no es perfección sin grietas, sino humanidad plena ofrecida a Dios.
Francisco no fue un Papa de mármoles ni de tronos. Fue carne, fue calle, fue abrazo. Y en ese instante, fue también imago Dei, reflejo puro de Cristo en la tierra. Por eso hoy, conmovidos hasta los huesos, muchos en el corazón ya susurran: Santo subito. Porque lo vimos dar la vida, día a día, hasta el final.