El peronismo está atravesando una de sus etapas más delicadas desde el retorno de la democracia. No se trata solo de una puja interna, ni siquiera de un ciclo de realineamientos. Es un proceso más profundo: la lenta pero persistente pérdida de centralidad política de Cristina Fernández de Kirchner dentro del movimiento que, durante casi dos décadas, supo comandar sin fisuras.
El 2025 dejó un saldo claro: el liderazgo de Cristina ya no ordena, sino que compite. Y a veces, pierde. Intendentes del conurbano que antes acataban sus definiciones hoy eligen estrategias propias; gobernadores que antes se alineaban sin ruidos hoy buscan caminos alternativos; y legisladores que el kirchnerismo daba por seguros ya no se sienten obligados a integrarse bajo su tutela.
El caso del tucumano Javier Noguera fue un ejemplo simbólico. El diputado confirmó que no se sumará a la bancada kirchnerista de Fuerza Patria, sino al bloque Independencia, vinculado al gobernador Osvaldo Jaldo. No es un hecho aislado: forma parte de un goteo constante de figuras que se reubican lejos del ordenamiento tradicional de Cristina.
El fenómeno se repite en la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof, con su perfil propio y un electorado donde pesa más la gestión provincial que la identidad doctrinaria, comenzó a tomar distancia orgánica del cristinismo duro. No es ruptura, pero tampoco obediencia. El gobernador se mueve hacia un liderazgo propio, apoyado en intendentes que ven con recelo el peso creciente de La Cámpora y del Partido Justicialista nacional y bonaerense bajo la conducción de Cristina y el rol orgánico de Máximo Kirchner.
En paralelo, los intendentes del conurbano - esa maquinaria territorial que en el peronismo siempre fue decisiva- reclaman lugares en la Legislatura provincial, en la Corte bonaerense y en las listas nacionales. Lo hacen con la convicción de que ya no es posible sostener un esquema vertical donde la ex presidenta define candidaturas como si aún tuviera un mando incuestionable. El reclamo no es solo de poder, es de legitimidad.
Cristina, mientras tanto, intenta reconstruir -desde San José 1111- su cárcel dorada, la capacidad de ordenamiento desde el PJ y desde los núcleos más fieles de La Cámpora. Pero el peronismo del 2026 no es el del 2010: es más territorial, más fragmentado y más pragmático.
Si en el conurbano Cristina enfrenta resistencia, entre los gobernadores del interior la situación es aún más evidente. El llamado “Norte Grande”, que durante años funcionó como un motor electoral del peronismo, atraviesa un proceso de autonomía política. Gobernadores como Jaldo, Zamora y otros mandatarios provinciales evalúan estrategias propias, lejos de los condicionamientos del kirchnerismo duro.
¿Por qué sucede esto? La explicación es simple: la supervivencia provincial depende de acuerdos concretos con el Gobierno nacional. Fondos, obras, coparticipación ampliada, nuevos programas de infraestructura. Los gobernadores entienden que las tensiones con Nación son un lujo que no pueden darse. Y saben también que sumarse a un esquema opositor rígido, basado más en consignas que en soluciones, les resta capacidad de negociación real.
Por eso, los mandatarios optan por un peronismo “dialoguista”, una corriente más inclinada al intercambio institucional que a la confrontación épica. Esa postura contrasta con el discurso kirchnerista, que sigue apelando a categorías del pasado reciente que hoy no encuentran eco en una sociedad más fragmentada y menos dispuesta a la épica.
Mientras Cristina intenta recomponer su tejido de poder, el mapa territorial muestra otra cosa: la atomización del peronismo no es un riesgo futuro, es un hecho presente.
A la crisis política se le suma un frente judicial creciente. Cristina Kirchner enfrenta un escenario particularmente adverso, con avances significativos en causas que en otro momento parecían dormidas.
La causa “Cuadernos” volvió a tomar impulso, con las recordadas declaraciones de arrepentidos y movimientos procesales como la lectura de la acusación que reactivaron el expediente. La causa “Vialidad”, por su parte, ya dejó decisiones de alto impacto, desde decomisos patrimoniales hasta límites estrictos en su régimen de arresto domiciliario.
Si bien la ex presidenta ha construido durante años un discurso de victimización judicial, lo cierto es que la ofensiva judicial adquiere un ritmo propio que excede la política y que podría condicionar cualquier intento de reposicionamiento.
El poder político, como suele suceder, se deteriora más rápido cuando la justicia avanza más firme.
El peronismo llega al 2026 con un Congreso reconfigurado. El kirchnerismo duro, que aspiraba a constituir un bloque homogéneo bajo el sello Fuerza Patria, ve desvanecerse esa aspiración. La pérdida de diputados provenientes del interior lo obliga a aceptar un escenario más modesto.
En el Senado, además, crecen las dudas sobre bancadas que antes parecían seguras. El caso de Gerardo Zamora es ilustrativo: no está claro si formará parte del esquema kirchnerista o si impulsará un bloque provincial propio, fiel a sus intereses locales. La tendencia general es clara: más provincias construyendo identidad propia, menos obediencia automática al liderazgo nacional.
Mientras tanto, el oficialismo libertario sigue sumando adhesiones puntuales de legisladores radicales y del PRO, lo que le permite construir mayorías dinámicas en momentos clave. De esta forma, la estrategia kirchnerista de convertirse en el polo opositor único pierde fuerza. El Congreso es hoy un tablero fluido donde el kirchnerismo no es hegemónico ni imprescindible.
Con este panorama, el 2026 se abre como un año de definiciones estructurales. El peronismo puede dirigirse hacia tres caminos distintos:
Una primera opción es encontrar a un peronismo pragmático que toma el mando para ello, los gobernadores consolidan un espacio propio, los intendentes del conurbano fortalecen su autonomía y Kicillof se posiciona como articulador sin necesidad de sometimiento orgánico al cristinismo. Cristina queda como referente simbólica, pero no como armadora real del espacio.
Es la lógica natural del federalismo peronista en etapas de vaciamiento de liderazgo.
Una segunda opción es el kirchnerismo intentando una contraofensiva identitaria, para ello Cristina apela a su núcleo duro, refuerza la narrativa del “lawfare” y busca reordenar la tropa. Habrá actos, movilización y un intento de recomponer la mística. El bloque se achica, pero se radicaliza, pero ciertamente esta probabilidad no es tan segura.
Claramente existe una disciplina interna, pero no suficiente territorio.
Por último, se observa el surgimiento de nuevos liderazgos, podrían ser Kicillof, un gobernador del Norte como ser Jaldo o Zamora o incluso una figura legislativa con perfil técnico. Aquí, el peronismo busca una nueva identidad, más federal, más moderada y menos personalista.
Esta última opción es el camino típico del peronismo cuando enfrenta vacío de conducción.
Cristina Kirchner ya no es la figura que ordena el peronismo. Su capacidad simbólica persiste -y no debe subestimarse-, pero su influencia operativa se reduce en cada frente: territorial, legislativo, judicial y federal.
El 2026 será un año clave para entender si el peronismo decide reorganizarse sin ella, si ella decide forzar un último intento de conducción o si emerge una síntesis nueva, aún indefinida.
Lo evidente es que el poder ya no está donde estaba. Y el peronismo, un movimiento acostumbrado a sobrevivir a sus jefes, se prepara para una nueva metamorfosis.
Cristina, mientras tanto, enfrenta el desafío más complejo de todos: ser protagonista en un movimiento que ya no gira a su alrededor.
Julio César Coronel