Cada 20 de julio, los argentinos nos ponemos nostálgicos, afectuosos y, cómo no, un poco exagerados.
Si hay algo que nos encanta más que un buen mate con torta frita es encontrar excusas épicas para festejar.
Así fue como un pequeño paso de Neil Armstrong sobre la polvorienta superficie lunar se transformó —por arte de magia, voluntad criolla y un toque de picaresca nacional— en el Día del Amigo.
La historia, que parece una parodia pergeñada por algún guionista de “Polémica en el bar”, tiene un origen tan inesperado como entrañable.
Fue el argentino Enrique Ernesto Febbraro, odontólogo, profesor, filósofo y, evidentemente, muy observador, quien al ver la transmisión en vivo del alunizaje en 1969 pensó: "Si la humanidad puede unirse para llegar a la Luna, ¿por qué no podemos unirnos para celebrar la amistad?"
Ahí nomás, ni corto ni perezoso, se puso a escribir 1.000 cartas —sí, mil, con birome y todo— a distintos rincones del planeta, proponiendo declarar el 20 de julio como Día Internacional del Amigo. Un Quijote del afecto, si se quiere.
Lo curioso es que la idea no prendió tanto en otros países, pero en Argentina… ¡nos encantó! Porque si hay algo que cultivamos con esmero es la amistad.
No hablamos de la amistad de manual, esa del saludo tibio o el emoji de pulgar arriba. Hablamos de la amistad de verdad: la de bancar el mismo grupo de WhatsApp desde 2012, la de acompañar al hospital aunque sean las 3 AM, la de cortar una milanesa en tres porque “comimos todos”. En resumen, la que se gesta entre fernet, anécdotas y abrazos que no necesitan motivo.
Y sí, el argentino, tan dado a lo simbólico y a la épica popular, no podía dejar pasar semejante hito sin colgarle una celebración.
Así como Maradona nos dio el mejor gol de todos los tiempos y lo celebramos con asado y vino, Armstrong nos regaló el mejor pretexto para brindar por los afectos.
Hoy, a más de medio siglo de aquel alunizaje, las redes sociales se llenan de dedicatorias, memes con astronautas abrazados y alguna que otra selfie con la peña del colegio.
Nos seguimos saludando como si hubiéramos cruzado medio sistema solar para ver a un amigo. Y aunque la NASA no haya respondido a las cartas de Febbraro, nosotros igual prendemos el fuego y servimos la picada.
Porque en definitiva, la amistad —como el alunizaje— es una hazaña colectiva. Y si bien en la luna no hay parrillas, en nuestra patria, sobra fuego y corazón para celebrarla.