31 de octubre, 2025
Colaboración

La victoria de La Libertad Avanza (LLA) a nivel nacional coloca al presidente Javier Milei frente a una coyuntura inédita: una fuerza que hasta hace muy poco parecía marginal logró consolidarse en el tablero político y avanza hacia una representación parlamentaria lo suficientemente robusta como para transformar su discurso en acción, aunque con múltiples desafíos por delante.

Los datos resultantes de las elecciones nacionales nos delatan que LLA ganó a nivel país, mientras el tradicional espacio del peronismo -especialmente el kirchnerista- se ubicó detrás, y aparece un nuevo polo de poder que puede terciar, como es “Provincias Unidas”, este último sin la espalda que se preveía.

El kirchnerismo, bajo la dirección desde el lugar de confinamiento carcelario, hizo agua en la provincia de Buenos Aires, justamente su fuerte, con la foto del pelado, pero el colorado ganó un pleno.

En todo ese contexto, la posibilidad de que el Ejecutivo pueda disponer de una mayoría relativa -o al menos de un bloque suficientemente coherente de diputados y senadores- amplía sus márgenes para avanzar con la agenda propuesta.

Este nuevo escenario pone en juego una reformulación profunda del mapa del poder político, social y económico argentino. 

Una de las primeras conclusiones del nuevo escenario es que el peronismo ya no puede presentarse como un bloque monolítico, homogéneo y hegemónico, de la debacle nacional; salvo algunas provincias que ganaron arañando, el único que salió victorioso y fortalecido fue el tucumano Jaldo.

En efecto, LLA ingresó al ring conquistando espacios que históricamente eran dominio del peronismo: el voto joven, urbano, clases medias rezagadas, e incluso zonas del conurbano bonaerense.

Al mismo tiempo, el kirchnerismo, que hasta hace poco lideraba o compartía el control del peronismo, se muestra más aislado.

En particular, su concentración en la provincia de Buenos Aires y su aparato territorial tradicional están siendo superados por dinámicas de fragmentación y nuevas alianzas, léase Provincias Unidas, o peronistas ortodoxos ganadores como Jaldo y Jalil.

Es decir: el peronismo “tradicional” comenzó a reconfigurarse para hacer frente a la emergencia de LLA, mientras el kirchnerismo se repliega en su núcleo duro.

Para el gobierno significa que ya no enfrentará una oposición homogénea, sino un congreso fragmentado y dinámico, donde los gobernadores, partidos provinciales y bloques intermedios pueden tener un rol clave.

En ese sentido, LLA deberá construir alianzas, no solo imponer demandas. 

Socialmente, este desplazamiento del peronismo hacia una menor hegemonía traduce un cambio: la identidad política peronista pierde cierto monopolio del voto popular, mientras emerge una “derecha populista” que pretende hablar también al electorado de la periferia que antes se consideraba terreno del peronismo.

Lo que nos depara esta nueva realidad social es un reforzamiento del individualismo, una tensión mayor entre libertades y seguridad, y una interrogación sobre el papel del Estado en los sectores populares.

Si bien la crisis económica sigue siendo relevante, la legitimidad del discurso tradicional sobre “protección estatal” pierde terreno y da espacio a discursos más rupturistas. Eso implica que el gobierno de Milei tendrá margen político, pero también mucha exposición: todo lo que avance rápido será observado y fácilmente contestado.

Por otro lado, el triunfo de LLA y el aumento de su representación parlamentaria llegan en un contexto económico extremadamente complejo. Según consultoras, alrededor del 50% de los argentinos no llega a fin de mes, solo el 12% logra ahorrar y existe una percepción de la economía mayormente negativa, aunque existe cierto dejo de optimismo de que mejore.

Ante este panorama, el gobierno tiene ante sí tres grandes tareas. Por un lado, procurar la estabilización macroeconómica: inflación, déficit fiscal, endeudamiento externo y baja competitividad constituyen las piedras de tope. Si bien el discurso de recorte del Estado, tipo “motosierra profunda”, suena atractivo para ciertos sectores, la ejecución es mucho más compleja: recortes sin caos social, sin paro general, sin fuga de capitales, sin rotores de confianza financiera.

A través del nuevo congreso se avizoran las reformas estructurales: el nuevo Congreso ofrecerá una ventana para avanzar en leyes laborales, tributarias, estatales y de inversiones. Pero para sostenerlas requerirá mayorías y consensos, no solo imposición. Estará, en la conjunción de diálogo y negociación y mucho pragmatismo, la posibilidad cierta de conseguir los logros que el gobierno espera, fundamentalmente en temas cruciales, como la reforma laboral y la tributaria.

Por último, se debe alcanzar el equilibrio social: no basta con estabilidad macro. Si no hay crecimiento, empleo y alivio para los sectores más castigados, la legitimidad política se erosionará. Eso implica acompañar las reformas con fuertes mensajes de protección social, aunque sea desde otro diseño, y apostar a que los frutos lleguen lo antes posible a la mesa de los ciudadanos.

En síntesis, la mayor representación parlamentaria de LLA abre el camino para las reformas, pero también pone al gobierno ante el espejo: no puede fallar en lo económico sin pagar un alto costo político.

Pero, no caben dudas, una de las primeras medidas del gobierno de Milei, a la luz de su nuevo margen político, debe ser una reformulación del gabinete, del esquema de poder y del vínculo entre Ejecutivo y Legislativo.

Esta nueva etapa requerirá figuras con mayor solvencia política, negociadoras y capaces de construir mayorías. La presencia parlamentaria mayor de LLA permite estabilizar el vínculo Gobierno–Congreso, pero también exige que los ministros estén a la altura del desafío.

Otro punto clave es la relación Ejecutivo-Congreso. No se trata únicamente de “tener los votos”, sino de construir acuerdos y evitar que todo dependa de las mayorías legislativas. El Ejecutivo debe convertirse en centro de coordinación política, articulando tanto con su bancada como con aliados externos: gobernadores, bloques provinciales y sectores del empresariado.

Pero, para todo ello, se necesita algún margen de maniobra. El Gobierno ya no puede operar solo con decreto o shock, sino con sostenibilidad. El discurso de “ellos versus nosotros” debió funcionar para la primera fase, pero la nueva fase exige gobernar. Eso implica cierto moderacionismo pragmático sin abandonar la identidad libertaria.

La victoria de LLA también tiene ramificaciones en el plano internacional. Bajo el liderazgo de Milei, Argentina parece aproximarse a una relación más estrecha con Estados Unidos, al mismo tiempo que se proyecta un cierto distanciamiento frente a China o, al menos, una modificación sustancial del vínculo.

Esto ocurre en un momento en que América Latina se reconfigura. Los presidentes de Paraguay y Bolivia se suman a una derecha que busca un nuevo protagonismo, con nMilei en la punta de lanza.

Ese alineamiento con EE.UU. tiene una doble lectura: el lado positivo implica que se abre puertas para inversiones, acceso al mercado de capitales, cooperación tecnológica y respaldo institucional, pero también hay un costado riesgoso, se podría profundizar la exposición argentina a decisiones externas, vulnerabilidades geopolíticas, y podría generar tensiones con China, actor que durante años ha sido clave para el financiamiento y los mercados agrícolas.

En el mapa regional, la aparición del fenómeno Milei potencia un bloque de derecha latinoamericano que se posiciona frente a la izquierda tradicional y sus gobiernos populistas, léase Maduro, Díaz Canel, Ortega, incluso Lula, Petro o Boric. Esto no implica que Argentina se convierta en un satélite de EE.UU., pero sí que reordena sus preferencias estratégicas. Internamente, esto significará que las políticas exteriores y de comercio cobrarán mayor peso en el debate doméstico.

Frente a esta nueva realidad, el gobierno de Milei tiene un conjunto de urgencias estratégicas, desde ya estabilizar rápidamente, pero con credibilidad. Mostrar resultados concretos, evitar más sorpresas negativas en inflación, tipo de cambio, masa salarial y empleo. Si la confianza no se recupera, el margen político se erosiona.

Por otro lado, diseñar un modelo de transición, es decir, transitar de la fase de ruptura a la de consolidación. Esto implica dar señales de moderación sin abandonar el cambio.

Construir mayorías más amplias para no sólo depender de la bancada de LLA. gobernadores, partidos provinciales, aliados externos serán cruciales. En ese sentido, el diálogo y la negociación serán estratégicos.

Y obviamente, ante un frenesí de cambios estructurales de todo tipo, deberá articular reformas con orden social: no basta el shock ideológico; se requiere que las reformas tengan respaldo social o, al menos, margen de aceptación. Por ejemplo, a los sindicatos se les debe dar un papel distinto; a las provincias, una participación activa; a los ciudadanos, visibilidad de alivio.

Y en todo momento, comunicar claramente el nuevo contrato social. Si se va hacia un Estado más pequeño, es indispensable que se explique qué se hace en lugar del Estado, con qué seguridad se cuenta, cuál es el rol del sector privado, cómo se protege al que pierde. De lo contrario, el cambio se sentirá sólo como ajuste y perjuicio.

Por último, ante la nueva realidad para con el exterior, deberá sopesarse cada paso, integrarse más con EE.UU. puede abrir beneficios, pero también exige disciplina fiscal, institucional y previsibilidad. Si Argentina avanza en una estrategia internacional, debe asegurar que su política exterior no genere nuevos riesgos internos.

Pero nada de esto está exento de riesgos, al contrario, si el gobierno sobreestima su margen político y avanza demasiado rápido sin redes de contención social, puede generar una reacción ciudadana que ponga en jaque la gobernabilidad.

Y en sentido no debe perderse de vista que la fragmentación parlamentaria no desaparece: aunque LLA crezca, no domina por completo. Cada proyecto mayor -privatización, reforma laboral, fiscal- requerirá negociación. Si fracasa, el desgaste sería alto.

Y tenemos además a la provincia de Buenos Aires, epicentro electoral del país, el dominio todavía no está asegurado. Hay incertidumbre sobre si LLA podrá consolidar su base ahí.

La victoria de La Libertad Avanza y su salto parlamentario no representan simplemente un cambio de gobierno: señalan una transformación profunda del sistema político argentino. El peronismo ya no es el actor dominante por defecto; emerge una derecha populista/libertaria con capacidad real de gobernar; el Estado se encuentra ante una nueva fase de choque hacia consolidación; y el país entra en una lógica internacional diferente, más alineada con EE.UU. y menos con China.

Para el gobierno de Milei, este es su gran momento. Tiene margen para reformar, para conducir la agenda, para reescribir el contrato social argentino. Pero también es su gran prueba. El que no convierta el respaldo electoral en gobernabilidad efectiva, en mejoras tangibles para la gente, en políticas que no rompan el tejido social, lo pagará caro.

La Argentina cambia. Y el desafío ahora es que el cambio funcione

Julio César Coronel

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