18 de septiembre, 2024
Colaboración

Quien sabe gobernar a una mujer sabe gobernar un Estado” nos decía Honoré de Balzac; por lo visto, el ex presidente kirchnerista Alberto Fernández no supo hacer ni lo uno ni lo otro y a las fotografías me remito.

 

Es harto sabido que la violencia de género es un flagelo que atraviesa a todas las capas de la sociedad, afectando a mujeres de todas las edades, clases sociales y profesiones, este axioma no puede ser desmentido si también lo aplicamos a las altas esferas del Estado porque, al fin de cuentas, los gobernantes antes de serlo son principalmente seres humanos, con sus mismas virtudes que defectos.

 

Sin embargo, cuando la violencia de género es ejercida por una figura pública, y más aún si se trata de un gobernante de relevancia superlativa, adquiere un cariz aún más preocupante y nefasto.

 

Recientemente se han hecho públicas denuncias de violencia de género que habrían sido perpetradas por el ex presidente Alberto Fernández contra su pareja y madre de su hijo, Fabiola Yañez, durante su presidencia, casi con seguridad dentro del perímetro de la Quinta de Olivos, residencia natural de los presidentes argentinos y se especula que incluso durante el embarazo de ella.

 

Estas acusaciones no solo arrojan luz sobre la vida privada de una figura política de alto perfil, sino que también ponen de manifiesto la gravedad y la crueldad de la violencia ejercida sobre una mujer, especialmente cuando proviene de alguien en una posición de poder y visibilidad como la de un gobernante, que implica de suyo la complilcidad silente de su círculo más cercano, donde se incluyen funcionarios, custodias y personal de asistencia como secretarios, ordenanzas, mucamas, mozos y cocineros, entre otros.

 

Pero también sobrevuela otro ítem, este último todavía más ruin y canallesco, que por su posición de poder casi omnímodo haya gozado de tal impunidad, que podía hacer de las suyas sin que nadie dijera nada y todo ello por miedo, por temor reverencial o porque se prevalían de las migajas que otorga el poder.

 

Resulta inexcusable y repudiable que una persona que ostenta una posición de liderazgo y representación pública recurra a la violencia para resolver conflictos o imponer su voluntad, si esto se expande a la sociedad, muchísimo más si se trata de su relaciones familiares y de pareja.

 

Va de suyo que la violencia de género, en todas sus formas, es un acto de cobardía y un atentado contra la dignidad y los derechos fundamentales de la mujer afectada. Pero ese acto de tal bajeza que degrada al hombre que resulta ser el agresor se vuelve un apocalíptico estigma para quien resulta ser además un funcionario y no cualquiera, sino el propio presidente de la Nación.

 

Cómo tenerle respeto y simpatía a quien lastima a una mujer, pero además cómo creerle, respetarlo y tenerlo como referente a quien es un funcionario que debe ser modelo de ejemplaridad y ética pública y privada, que dentro de su seno familiar, agrede, lesiona, humilla a su propia esposa.

 

En el caso específico de Alberto Fernández y Fabiola Yañez, es imperativo que las denuncias de violencia de género sean investigadas de manera rigurosa y que se garantice la protección y la justicia para la víctima.

 

Es lo mismo que se le exige al Estado en general y a la Justicia en particular cuando se está en presencia de víctimas de violencia de género. Todas tienen el derecho de ser escuchadas, protegidas y acompañadas en ese martirologio que fue su vida, envuelta en la miseria humana que significa la agresión de un ser cercano, justo de quien se esperan caricias, mimos, comprensión, afecto, acompañamiento, en una palabra, amor, no agresiones, no violencia, no humillaciones.

 

Ninguna persona, sin importar su cargo o estatus social, debe estar por encima de la ley, ni exento de rendir cuentas por sus actos, y ahora deberá Alberto Fernández, el profesor de Derecho, el ex presidente, el que se presentaba como el “primer feminista” y quien se ofendía por este malsano accionar de los hombres violentos, al que le tocará ahora presentarse ante la justicia y dar su versión de los hechos. Pero, por las imágenes viralizadas, poco y nada podrá explicar, más que pedir perdón a Fabiola, a su hijo, a sus seguidores y al pueblo argentino en general.

 

En este punto es bueno recordar y muy  importante hacerlo, que debemos pensar que la violencia de género no solo afecta a la víctima directa, sino que tiene un impacto devastador en toda la sociedad.

 

El solo hecho de recordar todo lo que dijo Alberto Fernández sobre la violencia de género más afecta la sensibilidad de la gente, que probablemente no solo se la agarre con el ex presidente, sino que desconfiará y le será todavía más refractario a lo que él representaba, el kirchnerismo.

 

Normalizar o tolerar la violencia en cualquier ámbito, y especialmente cuando proviene de una figura pública, contribuye a perpetuar un sistema de desigualdad y discriminación que socava los cimientos de una sociedad justa y equitativa, pero esto se exacerba, cuando vemos que la línea política a la cual él pertenecía, cada bandera pública que adoptaba la terminaban mancillando.

 

Asi lo hicieron con los derechos humanos, así lo hicieron también con la violencia de género.

 

En este sentido, es fundamental que la sociedad en su conjunto condene y repudie la violencia de género en todas sus manifestaciones, y que exija a sus líderes y representantes públicos un comportamiento ejemplar y respetuoso hacia todas las personas, independientemente de su género o condición, que cuando enarbolen una bandera lo hagan por convicciones, no por oportunirmos electoral.

 

Reitero, lo que hizo Alberto Fernández, si se termina de confirmar, en orden a la violencia de género perpetrada sobre su pareja es un acto deplorable que debe ser condenado enérgicamente y combatido con firmeza.

 

Ahora bien, también nos debería hacer pensar qué clase de persona nos representó y lideró durante cuatro años. Como nos plantea Isaac Asimov: “La violencia es el último recurso del incompetente”, y cada vez que uno recuerda al ex presidente, sacado, fuera de sí, levantando su dedo reprendiéndonos, durante ese largo período en donde todos tuvimos que estar encerrados en nuestras casas, mientras él y Fabiola festejaban, nos mostraba de manera directa lo que él realmente era, un violento.

 

Si la habilidad para comunicarse de manera efectiva y respetuosa es una cualidad fundamental en todo líder, especialmente en quienes ocupan cargos de alta responsabilidad como el de presidente de un país, Fernández mostraba la hilacha de un solapado violento, pero además de un lujurioso, que así como recibía a famosas y jóvenes mujeres en su despacho, también cometía equívocos como áquel de la “garganta profunda”.

 

Si Alberto Fernández fue incapaz de tener una comunicación civilizada y respetuosa con su pareja, como la podía tener con nosotros, incluso con sus subalternos y socios políticos, adviértarse que se terminó yendo del poder sin hablar con nadie, ni con su ministro  político, Wado de Pedro, ni con su ministro de Economía y virtual presidente Sergio Massa, ni con su electora y compañera de andanzas Cristina Fernández de Kirchner, ni con su propia mujer.

 

Ahora, con el diario del lunes, podemos afirmar que respecto del ex presidente surgen muchas dudas sobre su idoneidad para gobernar un país, porque quien es violento dentro de su hogar, no puede dirigir los destinos del país dentro del marco de la democracia y bajo la estela de los derechos y garantías constitucionales.

 

La violencia de género, en todas sus formas, no solo es un atentado contra la integridad y los derechos de la víctima, sino que también revela una carencia de habilidades emocionales y comunicativas que son esenciales para liderar con eficacia.

 

La violencia, ya sea física, verbal o emocional, refleja una profunda falta de control y respeto hacia el otro, cualidades que son imprescindibles en un líder que debe tomar decisiones que afectan a toda una nación.

 

El ejercicio del poder conlleva una gran responsabilidad, que debe estar acompañada de valores como la empatía, la comprensión y el respeto hacia los demás. Un líder que no es capaz de mantener una relación sana y respetuosa en el ámbito personal plantea profundos y serios  interrogantes sobre su capacidad para actuar de manera justa y equitativa en el ámbito político.

 

Quiero terminar esta columna con una frase de Mahatma Gandhi, el líder pacifista cuando describe a la mujer, aquella que puede ser nuestra madre, nuestra hermana, hija, esposa, novia, amiga: “Llamar a la mujer el sexo débil es una calumnia, es la injusticia del hombre hacia la mujer. Si por fuerza se entiende la fuerza bruta, entonces, en verdad, la mujer es menos brutal que el hombre. Si por fuerza se entiende el poder moral, entonces la mujer es inmensamente superior”.

 

Lo que hizo Alberto Fernández lo pinta como un hombre indigno en todo sentido, que no solo le faltó el respeto a su mujer sino a toda la sociedad, pero que también le termina de dar el tiro de gracia al kirchnerismo y sus falsos pasos de comedia, como lo fue el sanbenito de los “pañuelos verdes” y el ministerio de la Mujer. Cada golpe del ex presidente no solo dejó moretones sino heridas que difícilmente sanen en lo inmediato y quedarán abiertas en nuestra sociedad de aca al futuro próximo.

Julio César Coronel

 

 

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