En una muestra conmovedora de igualdad democrática, River Plate y Boca Juniors, los dos colosos del fútbol argentino, decidieron dar un mensaje de unidad nacional… quedando ambos eliminados en fase de grupos del Mundial de Clubes. Porque si se va al exterior, se va a compartir, no a competir.
El debut era esperanzador. En las conferencias previas se habló de "salir a comerse la cancha", de "representar al país", y de "ir paso a paso". Bueno, el paso duró tres partidos, con suerte.
Algunos hinchas incluso lograron ver algún gol antes de que sus empanadas salieran del horno. Otros se enteraron de la eliminación cuando abrían el segundo vino: "¿Cómo que ya están afuera? ¡Pero si hoy era el tercer partido!"
River, siempre fiel a su tradición copera, decidió honrar la memoria reciente. En lugar de ganar, optó por exhibir su fútbol posicional, tan posicional que los goles quedaron cómodamente estacionados en el vestuario.
Mientras tanto, Boca, especialista en hazañas continentales, sorprendió al mundo haciendo todo al revés: jugó de local en otro continente y, para mantener la mística, dejó en el banco los goles, el juego y las ganas.
Ambos equipos enfrentaron rivales exóticos, de esos que uno solo conoce jugando al FIFA. Y ahí está el mérito: pusieron en el mapa a clubes que ni Google Maps encuentra.
Con un sentido pedagógico innegable, River y Boca decidieron no imponer jerarquías, permitiendo que el mundo descubra que también en Japón o Nueva Zelanda se juega con pelota redonda.
Lo más destacable fue la actitud: ni un solo reproche. Ni al árbitro, ni al césped, ni al jet lag. El verdadero profesional asume la derrota con hidalguía… o al menos con cara de "esto es culpa de los dirigentes" o sales a correr al rival como lo intentó el “Huevo” Acuña, previo al tackle de Armani y compañía.
Las redes sociales estallaron. Algunos hinchas propusieron que se declaren feriados nacionales las eliminaciones simultáneas. Otros sugieren que, ya que ambos salieron igual de rápido, se juegue un "Superclásico del Consuelo" en el Duty Free. Los más optimistas aseguran que fue una estrategia: "Salieron antes para evitar lesiones en la final". Final que, claro, nunca llegó.
Así concluyó el sueño internacional de los gigantes argentinos. No con gloria, pero sí con historia. Una historia que se suma a la colección de recuerdos de cada club. Después de todo, no todos pueden decir que hicieron turismo deportivo de elite, con 90 minutos de paseo y selfies frente a rivales que ni sabían cómo se pronunciaban.
River y Boca, una vez más, enseñaron al mundo. Enseñaron que el fútbol no es solo ganar. También es saber reírse (un poco) de uno mismo, aunque pasemos vergüenza. Porque si se va a hacer papelón, al menos que sea en buena compañía.