Lo que comenzó como una experiencia disruptiva, antipolítica y con fuerte respaldo popular, se enfrenta hoy a una creciente sensación de descomposición institucional, crisis económica y aislamiento político.
El resultado electoral en la provincia de Buenos Aires, donde La Libertad Avanza fue derrotada de manera escandalosa, fue el primer síntoma tangible de un proceso de desgaste que se viene acelerando.
El Congreso, escenario donde el oficialismo nunca logró construir mayorías estables, y se encuentra en franca minoría con poquísimos legisladores propios y un continuo drenaje de ex libertarios y otroras aliados, se ha convertido en un campo minado.
En el transcurso de pocos días, el Poder Legislativo tumbó los vetos presidenciales sobre leyes sensibles: la emergencia pediátrica, el reparto de ATN (Aportes del Tesoro Nacional) a provincias, los fondos para universidades y programas de discapacidad.
Cada votación dejó al descubierto el debilitamiento de la tropa libertaria, la fuga de aliados y la incapacidad del oficialismo para tejer acuerdos duraderos.
En paralelo, la economía muestra señales alarmantes. El dólar superó el techo de la banda establecida por el Banco Central, que se vio obligado a intervenir con ventas de reservas. El riesgo país se disparó, acercándose peligrosamente a números que conspiran con el rumbo normal del gobierno. Las expectativas inflacionarias, por ahora a cubiero, pero que el aumento del dólar tensiona promete noticias a corto plazo y además se encuentra la desconfianza hacia la capacidad del gobierno para sostener el equilibrio financiero crece día a día.
Por lo pronto, la manera con que se maneja el presidente que, en un primer momento, le sirvió para ganar las presidenciales y arrancar su primer año de gobierno, más una conducción errática desde lo político, comienzan a generar problemas.
En medio de este panorama, que va de fracaso en fracaso, los cambios en el gabinete no lograron transmitir solidez.
La elevación del secretario del Interior, Lisandro Catalán, a ministro fue leída por muchos como un “maquillaje” ante la falta de cuadros técnicos y políticos de peso.
Los escándalos de corrupción comienzan a salpicar al entorno presidencial: el caso de los “retornos” en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), donde se menciona una comisión del 3%, atribuida a la hermana del presidente, Karina Milei, amenaza con escalar y golpear el núcleo duro del poder.
La figura de “Lule” Menem, operador clave en la Jefatura de Gabinete, está severamente cuestionada por su rol en la estrategia legislativa fallida. Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados, ya no cuenta con el respeto de su propio bloque.
La fragilidad institucional del oficialismo se torna evidente. Y, ante todo ello, la oposición huele sangre. Así, el kirchnerismo, que hasta hace meses parecía arrinconado y en proceso de recambio, ha decidido avanzar con una estrategia de confrontación total.
Apunta a forzar el colapso político del gobierno antes de las elecciones legislativas del 26 de octubre. En los pasillos del Congreso ya se habla, sin disimulo, de la “teoría del helicóptero”.
La frase evoca el traumático final del gobierno de Fernando de la Rúa en 2001, y también el punto de quiebre que vivió Mauricio Macri tras las PASO de 2019.
Sin embargo, el kirchnerismo no está solo. Parte del radicalismo, sectores del PRO que no se sienten representados por Milei, e incluso gobernadores peronistas no alineados, comienzan a marcar distancia. La ruptura con los libertarios es casi total.
¿Y ahora qué? Se pregunta la ciudadanía. La gran incógnita gira en torno a la vicepresidenta Victoria Villarruel. Su figura ha crecido en silencio.
Aunque su estilo es más institucional y su discurso más moderado, mantiene diálogo con las Fuerzas Armadas, sectores del peronismo federal y algunos gobernadores. De producirse un vacío de poder -por renuncia o acefalía presidencial- su rol sería central.
Sin embargo, Villarruel no tiene una base parlamentaria propia ni un partido que la respalde. Si le tocara asumir, debería construir gobernabilidad desde cero. ¿Estaría dispuesta a cortar con el mileísmo? ¿Podría el sistema político y económico tolerar una transición ordenada en medio de semejante fragilidad?
El PRO, por su parte, vive su propia interna. Desaírados por los que pretendieron y en parte lograron difuminar el color amarillo por el violeta, y además con una importante diáspora dirigencial, están en tiempos de confusión y deliberación.
Mientras Mauricio Macri observa en modo zen, callado y en la oscuridad, algunos referentes como Patricia Bullrich insisten en respaldar el rumbo de ajuste, aunque ya sin demasiado entusiasmo.
Otros, como Horacio Rodríguez Larreta, comienzan a tender puentes con la oposición dialoguista.
El radicalismo está dividido. Algunos mantienen la postura del respeto institucional que incluya la conformación de un gobierno de unidad, algo que, por ejemplo, susurran Cornejo y Deloredo. Otros, más combativos, se anotan con los opositores que se cansaron del forma disruptivo del presidente.
El peronismo federal, con figuras como Juan Schiaretti y Florencio Randazzo, vuelve a posicionarse como posible bisagra. Aunque sin volumen electoral para disputar el poder, podrían ser clave para contener una crisis mayor.
¿Repetimos la historia? Es lo que muchos también se están preguntando por estas horas tan convulsionadas.
A poco más de un mes de las elecciones legislativas, el escenario es de máxima tensión.
Si el oficialismo sufre una nueva derrota contundente, podría acelerarse una dinámica de ingobernabilidad, presión de los mercados, estallido social y una oposición para nada dialoguista ni con ánimo de construir puentes de concordia.
Probablemente, estemos ante el principio del final, habría que esperar que Milei recapacite y pegue un golpe de timón, para que nos choquemos otra vez con los fracasos que nos hacen perder tiempo y oportunidades.
Como dijo alguna vez la española Nuria Barrios “pocos sospechan al percibir la primera fisura en una pieza de porcelana que esa delgada línea basta para hacerla estallar”, comenzaron a visibilizarle fisuras en el plan económico, en el plan de gobierno, en la calle y en la toma de decisiones oficialistas y todo es un tembladeral.
Vamos a tiempo de descuento, con la idea de no perder por goleada y sacamos un resultado razonable y digno, aún ante la derrota.