Nos dejó para siempre la docente Nélida Nassif, mi maestra del primer inferior en la Escuela Francisco Narciso de Laprida. Me asistió con sus clases de apoyo durante toda la enseñanza primaria -en la década del 50/60- , quizá por ello vaticinó lo que sería mi futuro siendo apenas un niño y fue quien disciplinó mi mala conducta con rigor y firmeza.
Y así, entre juegos y retos, me exigió siempre más de lo que mi corta edad parecía permitir, moldeando mi carácter con rigor y ternura, enseñándome que la disciplina no es castigo, sino un puente hacia la libertad del conocimiento.
En verdad, lo tengo presente, siempre me exigió más de lo aceptable, en consideración a mi corta edad y a las circunstancias de aquel tiempo tan diferente al que vivimos en la actualidad.
“Es un alumno extraño”, le comentó a mi madre, “porque aprende mientras juega y repite las lecciones, con razonamiento propio, sin dejar de lado sus motivaciones infantiles”.
Cuando me llegó la adolescencia e ingresé al secundario no volví a verla, ni escuché de ella. Sé por amigos que siempre se interesó preguntando por mí y que estaba al tanto de lo que fue mi vida, en todas sus facetas, como si su labor de maestra nunca hubiera cesado.
Cuando llegó la triste noticia de su muerte, la evoqué, entre el dolor por su ausencia definitiva y los tantos recuerdos que confluyen en mi memoria, más un tonto y tardío arrepentimiento, ante mi ingratitud que no admite argumentar escusas por tanto tiempo vivido en la indiferencia. Ella tenía 86 años.
Debí haberle dicho o hacerle saber, en tiempo oportuno, que estuve siempre agradecido, por haberme formado en la lectura y dirigido mis primeros pasos por el bello mundo de las letras a las que abrazo con pasión.
Que siempre la recordé junto a su hermana Adela, con bizcochos calientes y un mate entre sus manos oliendo a yerba y hogar, como así, el rutinario camino diario hasta su casa, por calle Chaco hasta la Avda. Belgrano 342, cruzando antes de llegar, y haciendo malabarismos sobre un viejo tablón, sobre la acequia Belgrano.
Nunca deje de evocarla con un cariño comparable al de madre e hijo y que fui consecuente con sus enseñanzas, tendría que haberle hecho conocer que sigo, a pesar de todo, siendo aquel, que ve pasar la vida, ya no con tanta ligereza y menos atención. Que hace tiempo deje de ser niño
Me pesa no haberle dicho, en vida, cuánto le debía y no haber cruzado una vez más el viejo tablón sobre la acequia Belgrano, por la calle Chaco, para buscarla y confesarle que su legado vivió en mí.
Que soy un hombre que aprendió de las ventajas que aportan sus errores y defectos, que reconoce y acepta que la vida es un regalo del cielo.
Decirle que soy quien asimiló la parábola de los talentos que, sin duda, ella multiplicó con creces y que en su periplo comprendió y aceptó las reglas del juego que nos impone el alto compromiso de existir.
Sin lugar a dudas que amé a la señorita Nely, desde siempre, digamos a partir del primer día de clase, con guardapolvo blanco y pantalones cortos, desde que compartí con ella, tantas tardes de rondas de mates y tareas del día, que aún tengo presentes.
Ella me indicó la ruta y me condujo por el camino seguro. Hoy, que han pasado casi setenta años desde aquellos días de infancia, y aunque dejé de ser el niño que veía pasar la vida con ligereza, sigo siendo, en esencia, aquel que ella formó, y aunque no supe cómo agradecérselo en vida, hoy levanto estas palabras a manera de homenaje, como un susurro al viento, que transporta mi gratitud eterna.
Nélida Nassif falleció el 26 de agosto de 2012 a los 86 años.
Requiescat in pace.