17 de octubre, 2025
Pienso, luego existo

Argentina es ese lugar extraño, donde pedir turno con el psicólogo no solo no es raro, sino casi una obligación de ciudadanía. Un país donde el inconsciente no duerme, donde el "¿y eso qué te hace sentir?" puede escucharse tanto en un consultorio como en la fila del supermercado, y donde Freud es más citado que algunos próceres. Este 13 de octubre, mientras se celebra el Día del Psicólogo, vale la pena preguntarse: ¿qué nos pasa con la cabeza… y con los que intentan ordenarla?

La fecha no es caprichosa. Conmemora el Primer Encuentro Nacional de Psicólogos y Estudiantes de Psicología, que se realizó en Córdoba en 1974. Un evento histórico donde, por primera vez, la psicología argentina se sentó a mirarse al espejo. Y, como buenos argentinos, seguro también discutieron acaloradamente, se psicoanalizaron entre sí y luego se abrazaron llorando.

Desde entonces, mucho ha pasado. La psicología en el país se ha consolidado con una impronta profundamente freudiana, lacaniana, y últimamente también con apertura a corrientes más modernas como la terapia cognitivo-conductual. Sin embargo, el estereotipo popular del psicólogo argentino sigue siendo el del profesional de lentes redondos, mate en mano, con un consultorio lleno de libros imposibles y un diván del que uno no sale igual.

En la picaresca criolla, no faltan los chistes: que el psicólogo te escucha, pero no te da soluciones, que te hace hablar hasta que encontrás vos solito lo que no querías encontrar. “¿Vas al psicólogo? ¡Ah, estás peor de lo que pensaba!”, se escucha en sobremesas entre risas. Pero detrás de ese humor típico del argentino que se ríe para no llorar, hay una verdad más profunda: la salud mental, por suerte, ha dejado de ser tabú para ser tema cotidiano.

En este país de tangos trágicos, familias intensas y crisis recurrentes, no sorprende que el diván sea un mueble casi tan simbólico como la parrilla. Lo que sí sorprende -y emociona- es la seriedad con la que miles de profesionales de la psicología ejercen su rol: acompañando en el dolor, conteniendo en los duelos, desarmando traumas y, sobre todo, escuchando en una sociedad donde cada vez cuesta más hacerse oír.

Ser psicólogo en Argentina no es tarea sencilla. Es sostener el relato de otro sin quebrarse, interpretar silencios, abrazar sin tocar, y contener sin invadir. Es, también, lidiar con las exigencias del sistema de salud, con los pacientes que pagan tarde (o nunca), y con el peso de trabajar con algo tan delicado y complejo como la mente humana.

Este 13 de octubre, entre memes de Freud, mensajes en redes y saludos con emojis de cerebritos, es justo hacer una pausa para reconocer la labor de quienes eligen acompañar desde la palabra. Porque, en un país donde todo parece urgente y nadie se detiene, el espacio del consultorio sigue siendo un refugio. Un lugar donde todavía es posible pensar(se).

Y si de algo sabemos en Argentina, es de la necesidad de entendernos. Aunque más no sea para poder reírnos mejor de nuestras propias contradicciones.

 

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